Murió Henry Kissinger: el genocida encubierto

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Este miércoles 29 de noviembre de 2023, tras un siglo de existencia y colmado de honores, murió Henry Kissinger, uno de los artífices de los más espeluznantes genocidios que asolaron el siglo XX en diferentes continentes.

La biografía política del que fuera el hombre más consultado políticamente por las usinas imperiales norteamericanas es interesante por varios motivos, pues en su propio decurso vital existen todos los elementos que permiten visualizar la patología moral y civilizatoria que definió a su época y de la cual somos herederos. Desde los despachos de hombres como Henry Kissinger se fraguaron buena parte de las atroces masacres y programas de torturas aplicados en innumerables países.

Henry Kissinger saluda al dictador Augusto Pinochet (izq.) en 1976 durante la visita oficial a Chile tras el golpe de Estado ejecutado bajo la planificación y apoyo de Washington.

Secretario de Estado entre 1973 y 1977 durante las presidencias de Gerald Ford y Richard Nixon, y asesor de Seguridad Nacional desde 1969 y hasta  1975, este político de inteligencia excepcional nació en Alemania, pero se convertiría en una figura paradigmática de la Realpolitik estadounidense. Ausente de escrúpulos, mimético y dotado de una visión estratégica de largo alcance, se sirvió de todos los recursos para lograr sus objetivos.

Heinz Alfred Kissinger –tal su nombre de origen– nació en 1923 en la localidad de Fürth, en Baviera. De padres judíos, su familia entera se traslada a los Estados Unidos en 1938, escapando de la creciente amenaza del Partido Nazi que ya mostraba intenciones de perpetrar programas de separatismo y exterminio de las comunidades judías centroeuropeas. Instalado en Nueva York, Heinz cambió su nombre por el de Henry, aunque jamás perdería un marcado acento germano aun cuando hablaba un inglés fluido.

Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard y destacó como un alumno brillante. Sin embargo, en 1943 debió hacer un paréntesis académico para cumplir el servicio militar y participar en la Segunda Guerra Mundial contra su propio país, Alemania, en donde fue asignado a tareas de inteligencia. Ascendido a sargento, colaboró luego en los procesos de desnazificación que fueron impuestos a la población alemana por los vencedores.

De regreso a los ámbitos académicos de Harvard, Henry Kissinger se graduó en 1950 con mención honorífica de Summa Cum Laude.  Se especializó en estudios estratégicos y obtuvo un puesto en la Junta de Estrategia Psicológica. Su propia tesis doctoral fue titulada: Paz, Legitimidad y Equilibrio,  y centraba el análisis en los desempeños políticos de Lord Castlereagh –primer ministro de exteriores británico– y Metternich, canciller del Imperio austríaco, los dos artífices de la caída del Napoleón Bonaparte en 1814. En Harvard, y con el apoyo de la Fundación Rockefeller, fue director del Programa de Estudios de Defensa entre 1951 y 1971.

Aunque fue convocado como asesor y analista internacional por diferentes instancias gubernamentales, Henry Kissinger prefirió fluctuar como un hábil político que prescindía de ambiciones electoralistas, pues su verdadero medio natural estaba en los diseños estratégicos al servicio de la expansión estadounidense en el marco de la confrontación Este-Oeste.

Ante la magnitud creciente del problema que significaba la guerra de Vietnam, Kissinger fue llamado en 1969 por Richard Nixon para ser su asesor en Seguridad Nacional, cargo que desempeñó con gran capacidad y vocación de poder, convirtiéndose en el hombre fuerte durante esos años complejos, durante los cuales impuso un tipo de política dura, pero a la vez negociadora con sus oponentes estratégicos. Logró un enfriamiento en la confrontación con China y alcanzó un cierto grado de apertura en las relaciones diplomáticas con la URSS.

A diferencia de otras administraciones presidenciales, por aquellos años Kissinger logró instalar la idea de que el intervencionismo militar directo debía ser el último recurso para aplicar. Pero esta aparente mesura antimilitarista escondía una contracara tenebrosa, pues fue durante sus gestiones como asesor y más tarde como Secretario de Estado, que los Estados Unidos perfeccionaron programáticamente un tipo de intervencionismo indirecto en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional. Mediante el recurso de alinear a los sectores militares de múltiples países periféricos y editando manuales de tortura, o fomentando golpes de Estado, Kissinger fue un hábil promotor de muerte y el responsable intelectual directo de cientos de miles de desapariciones en diversas zonas del planeta, incluida América Latina y el Caribe.

Esta dualidad formal, de buen negociador, pero genocida encubierto, no fue impedimento para que en 1973 le fuese otorgado el Premio Nobel de la Paz –en el marco de los Acuerdos de París– para lograr un alto el fuego entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. El premio le fue adjudicado junto a Le Duc Tho, político y militar comunista con el que desarrolló las deliberaciones de paz, aunque este último se negó a recibir el galardón por considerar que Vietnam aún no estaba pacificado.

Lo interesante de esta adjudicación del Nobel a Henry Kissinger es que le fue otorgado en uno de los períodos más atroces de la geopolítica norteamericana. Fue gracias a Kissinger que los Estados Unidos comenzaron una política exterior basada en sangrientas dictaduras sostenidas y financiadas desde Washington. Como analista del riñón anticomunista al servicio de usinas de pensamiento estratégico, Kissinger también avaló y acrecentó a su máxima expresión la denominada Escuela de las Américas, la academia hemisférica –por entonces ubicada en Panamá– para entrenar militares latinoamericanos en técnicas de tortura y contrainsurgencia. En 1973 –el año en que fue galardonado por la Fundación Nobel– es nombrado secretario de Estado por Nixon. Un dato terrible de la historia política del siglo XX es que Henry Kissinger ordenó el brutal golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en Chile 11 días antes de recibir el mayor premio mundial a la concordia y le vocación humanista. Y tres años más tarde, en 1976, viajaría a Chile para dar su aval explícito a Augusto Pinochet en sus políticas de terrorismo de Estado. Chile vivía su hora más sangrienta, sin embargo, Kissinger expresaría al presidente Pinochet la «simpatía de los Estados Unidos por lo que usted está haciendo».

Tras su apariencia intelectual y su prestigio como teórico geopolítico, Kissinger era, en realidad, un planificador frío de exterminios programados y planes de limpieza política como el Plan Cóndor en América Latina.

En marzo de ese año 1976, Argentina también iniciaba una feroz dictadura militar alentada por Kissinger y que se saldaría con 30 mil desparecidos, junto a decenas de miles de torturados.

América Latina, no obstante, era apenas un punto global en donde Kissinger ejercía su influencia política, centrada fundamentalmente en acabar con movimientos izquierdistas y disidencias sociales mediante programas represivos altamente especializados, articulados con centros de tortura y procedimientos sistémicos, es decir, de genocidio programado.

Tales planificaciones incluyeron la desaparición de opositores en fosas comunes o lanzamientos regulares de personas vivas en mares y océanos con aviones militares. El Plan Cóndor en América Latina y el Programa Phoenix en el sudeste asiático, articulado por la CIA, fueron parte de esas tácticas. Mucho se ha escrito sobre este rol de Kissinger en esos diseños: Nick Turse, autor de la investigación publicada en el medio The Intercept, titulada “Kissinger ’s Killing Fields” («Kissinger y sus campos de la muerte») señaló que “Henry Kissinger debería rendir cuentas, incluso a esta altura tan tardía de su vida, por la extensa lista de sus asesinatos y crímenes”. Greg Grandin, de la Universidad de Yale, escribió una muy interesante investigación titulada: “Kissinger’s Shadow: The Long Reach of America ’s Most Controversial Statesman” («La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos»).

Debido a esa impronta criminal que comenzaba a ser manifiesta y por tanto incómoda para la hipocresía imperial estadounidense, en 1977 Kissinger fue cesado en el cargo de secretario de Estado por el nuevo presidente, James Carter, que buscaba una línea menos dura y más moderada en la política exterior de Washington.

Carter podía aspirar a ello, en parte, porque sabía que el gran trabajo de limpieza política contra las insurgencias y el exterminio de opositores en Asia, África y Latinoamérica ya había sido eficazmente realizada por el propio Kissinger y los presidentes a los que sirvió.          

Reconocido como un racista doctrinal en los ámbitos estratégicos estadounidenses, Kissinger no dudó en fomentar la tortura y las acciones clandestinas como medio efectivo para alcanzar los propósitos en la política exterior norteamericana.

Al momento de publicar estas líneas tras su deceso a los 100 años, Henry Kissinger falleció como uno de los personajes internacionales más controversiales, con pedidos de juicios de lesa humanidad en diversos países, pero a la vez más publicitado y elogiado por el sistema hegemónico. Debido a ello, siempre logró eludir toda comparecencia y fue hasta su última hora un respetado político para los engranajes del capitalismo a los que sirvió con tanta inteligencia y ausencia de sentido moral. Hasta ayer mismo –29 de noviembre de 2023–, día de su muerte, formó parte de multitud de consejos corporativos y usinas estratégicas de enorme y nefasta influencia global. 

Podríamos decir, sin resquicios de dudas, que Henry Kissinger fue, junto con Hitler, la encarnación más indiscutible del atroz siglo XX. Un asesino estratégico celebrado como hombre de paz. Un diplomático aplaudido mientras organizaba genocidios y apoyaba dictaduras sangrientas. Un judío alemán de naturaleza nazi que encontró en los Estados Unidos el cauce para sus necrófilos instintos de poder.

Por eso hoy, en este día en el cual escribo sobre tu muerte, espero que no descanses en paz por toda la eternidad, maldito burócrata de la muerte. Amén.

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Alejo Brignole Argentino, analista internacional, escritor y miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH)

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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