La razón y el dios blanco macho, con su justicia de injusticia, se instalaron oficial e imperativamente desde 1492. Durante la vida republicana, se normalizó un modelo de estado-sociedad como patrón de comportamiento y estilo de vida. El hombre blanco, considerándose un ser superior, devaluó e inferiorizó la forma de vida del indio y su cosmovisión.
Las universidades creadas en el año 1600 representaron un trasplante completo de la vida española a América, con objetivos bien definidos: la conversión espiritual de los indígenas y su supuesta transformación hacia una vida civilizada. El propósito era implantar en el Nuevo Mundo la forma de vida española de la época, reproduciendo esquemas espirituales, políticos y culturales.
Desde entonces, hemos sido testigos de la justicia de la injusticia. El esquema jurídico resultaba maleable, manipulable y ambiguo cuando no se deseaba afirmar ni la verdad ni la falsedad, sino adaptarlo a los intereses del poder político y económico. La justicia colonial no logró corregir ni un ápice de los 500 años de injusticia, marcados por saqueo, racismo, explotación, discriminación y esclavitud. Paradójicamente, en la vida republicana, esa misma justicia colonial legalizó la explotación y el racismo contra los pueblos indígenas
La insurgencia popular o la indiada en acción entre los años 2000 y 2005 sepultó la falsa modernidad del modelo neoliberal, que era racista y clasista. No se trataba de una verdadera modernidad, sino más bien del saqueo de nuestros recursos naturales y la venta de nuestros recursos estratégicos.
La Guerra del Agua y la Guerra del Gas dieron forma a un nuevo imaginario colectivo y establecieron un nuevo sentido común de creencias. Gracias a la movilización del movimiento popular indígena, se logró a la nacionalización de nuestros recursos naturales, la convocatoria de una asamblea constituyente y el surgimiento de un gobierno indígena.
Desde el año 2005, gracias al indio Evo Morales Ayma, primer presidente indígena de temple político y de talla internacional, Bolivia pasó de ser un país mendigo a uno digno y soberano. Después de 500 años de guerra cultural contra el criollo mestizo opresor, un indio leal al pueblo devolvió la dignidad y el orgullo identitario. La dignidad de ser aymara, de ser quechua, de ser guaraní, el orgullo de ser campesino. Desde entonces, tenemos una Constitución Política del Estado Plurinacional que encarna las nacionalidades indígenas como sus sujetos de derechos colectivos y el derecho político de los pueblos indígenas.
La indiada que batalló en el diseñó y elaboró cada uno de los artículos de la CPE en el proceso constituyente, tuvo la visión ideológica y el temple político de inscribir en la Carta Magna que, una de las funciones esenciales del Estado Plurinacional es la de constituir una sociedad, descolonizada sin racismo ni discriminación. Por lo tanto, la descolonización es un mandato imperativo del pueblo.
La justicia colonial, delincuencial, personificada en un puñado de “doctorcitos” actúa como un cáncer que obstaculiza el avance hacia un horizonte de profundización del Estado Plurinacional, en el cual su naturaleza y esencia están intrínsicamente ligadas a la descolonización al interior de este.
Para avanzar en el proceso de descolonización de la justicia, se requiere la voluntad de mujeres y hombres con pensamiento holístico y visión de patria, capaz de construir un nuevo sentido común imperativo y adoptar nuevas creencias. La descolonización de la justicia debe partir desde la indiada, una experiencia que se remonta a tiempos inmemoriales. Ejemplos de esta lucha incluyen la Guerra del Gas, la Guerra del Agua entre 2000 y 2005, la resistencia al golpe de Estado en 2019 y la reciente movilización, el bloqueo de caminos durante 12 días, que doblegó al gobierno a convocar a elecciones judiciales.
Para desmontar el caparazón colonial de la justicia, es necesario fomentar el debate público a nivel barrial, vecinal e intelectual. Sin embargo, lo más crucial es la conformación del movimiento social en el campo popular, lo que es decisivo. La inteligencia colectiva, cuando está organizada y arraigada, se convierte en el bastión de resistencia para proteger y defender los intereses del Estado Plurinacional.
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Cecilio Ilasaca Boliviano, ingeniero agrónomo
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