Tiene la palabra el camarada Gramsci

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Por Javier Larraín

«Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser,
además de fenómeno de poder,
fenómeno de costumbre, hecho moral.»

Antonio Gramsci

A diferencia de un puñado de ortodoxos discípulos, Carlos Marx (1818-1883) no se detuvo –ni por un minuto– a esbozar  las características que habrían de adoptar la sociedad socialista y la comunista. Sin embargo, a partir de sus estudios sobre el capitalismo sí concluyó que el comunismo sería un modo de producción superior, caracterizado por nuevas formas de producción de la vida material del hombre y, muy especialmente, por su liberación espiritual, la potenciación de las capacidades creadoras (des-enejanadas) del ser humano.

En el presente artículo expondremos algunas reflexiones planteadas por el sardo Antonio Gramsci (1891-1937) en torno a uno de los factores esenciales de la Revolución proletaria, anticapitalista y socialista.

Revolución burguesa

A pocas semanas de la revolución rusa de febrero de 1917, un entonces joven Gramsci escribía para el periódico italiano Il Grido del Popolo, un artículo intitulado: «Notas sobre la revolución rusa».

Así, con el filo de la hoja se proponía responder, nada más ni nada menos, a la siguiente pregunta: ¿Por qué la revolución es una revolución proletaria?

La tarea no era fácil pues –como reconocía desde un comienzo– a causa de la censura de la prensa no eran abundantes ni veraces las noticias que llegaban sobre aquel país. Pese a ello reparaba que todas compartían al menos dos informaciones: primero, que los proletarios habían derrocado al Zar y, segundo, que estaban organizados –conjuntamente con los soldados– en sindicatos y asambleas llamados soviets. 

Con aguda inteligencia intentó llegar a la raíz de los hechos tras preguntarse nuevamente: “¿Basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria?” No cabían dudas en la eventual respuesta: “No”. Y es que a la guerra –según observaba– también iban los proletarios y no era en sí un hecho proletario.

En consecuencia, el rasgo distintivo de una revolución proletaria sería “el factor espiritual”en otras palabras, solo logrando trastocar las antiguas costumbres y conductas humanas estaríamos en presencia de una revolución genuina.

Como contrapartida, reconociendo que la revolución burguesa en Francia (1789), que también derrocó la autocracia para sustituirla por un nuevo poder –el burgués–, solo se parecería superficialmente a la rusa en tanto fenómenos de poder, destacaba que aquella, sobre todo en su etapa jacobina, no tendría un programa liberador universal, sino estrictamente ligado a los intereses de la burguesía. Por la tanto, habría de limitarse a destruir el orden viejo e imponer mediante la violencia su nuevo orden, actitud esencialmente opuesta a los objetivos de un proyecto comunista.   

Revolución proletaria

Consecuente con su planteamiento expuesto Gramsci subrayaba el cómo los obreros y soldados rusos, lejos de imponer sus intereses clasistas mediante un terror de tipo jacobino, implementaban un sistema de sufragio universal y el voto femenino.

Pero, las preguntas acerca de la naturaleza de esta nueva revolución continuaban: “¿Por qué los revolucionarios rusos no son jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la dictadura de una minoría audaz y decidida a todo con tal de hacer triunfar su programa?” Porque el ideal de los trabajadores no puede ser el de unos pocos.

Para Antonio Gramsci el proletariado industrial ruso estaría preparado para la tarea más grande que debía enfrentar en hombre en su historia: “El cambio cultural”. Lo mismo sucedería con un proletariado rural que tendrían las condiciones para transitar a nuevas formas de organización social.

Una advertencia final hace el italiano a los y las revolucionarias rusas: cuidarse de no caer en un jacobinismo que coarte la participación y creatividad de todos los hombres, condiciones fundamentales para la anhelada liberación espiritual.

Una nueva forma de ser

El cambio de conciencia, ético y moral, reclamado por Gramsci a los y las revolucionarias, en el caso de la revolución rusa quedará plasmado con un hecho singular: tras la caída del Zar los diversos miembros de los soviets habrían irrumpido en las cárceles para dar libertad a los presos políticos y los presos comunes.

En efecto, Gramsci llamó la atención de cómo la Revolución rusa apuntó sus dardos a crear una nueva forma de ser en el ser humano. Permite la posibilidad al maleante de redimirse, cambiar sus hábitos, su moral, en un ambiente donde se ha de velar por “la libertad del espíritu, además de la corporal”.   

Los revolucionarios rusos no vacilaron en apostar por la potencial calidad humana de los otrora víctimas de la justicia burguesa. Para el sardo no hay duda alguna: “Solo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad predominante han cambiado, puede suceder algo semejante”.

En definitiva, el ensanchamiento del horizonte moral y la plena liberad de los hombres, según el pensador italiano, permiten que un delincuente común o un paria en el orden burgués puedan transformarse en un “mártir del deber, un héroe de la honestidad”.  

Y nuestra Revolución ¿qué?

Luego del acceso de las masas a una porción del aparato estatal (2005), se multiplicaron las categorías teóricas para denominar al Proceso de Cambio boliviano: capitalismo andino-amazónico; socialismo comunitario; Vivir Bien, Estado Plurinacional; Revolución democrática y cultural, social-desarrollismo; nacionalismo popular-radical;, entre otros.

Así, la correcta caracterización –económica y política– del momento histórico vivido se hacía imprescindible para determinar la «naturaleza» del Proceso de Cambio y poder así trazar con lucidez sus alcances y límites, una estrategia política con sus respectivas tácticas y, también, las eventuales alianzas de clases.

Los niveles de concienciación de los plebeyos fueron refrendados en la última elección presidencial, donde el hermano Evo Morales obtuvo el 48% de los votos, triunfo solo arrebatado por artilugios de la reacción extranjera y local.

Pero, como vimo, a los ojos del camarada Antonio Gramsci –quien tiene la palabra en este artículo– debimos preguntarnos: ¿Bastaba que el Proceso de Cambio hubiera sido hecho por campesinos, indígenas y trabajadores para ser realmente un proceso de cambio de los propios campesinos, indígenas y trabajadores?, ¿Cuáles fueron los avances en cuanto a cambios de costumbres, hábitos y moral? ¿Cuál el cualitativo salto espiritual?

Seamos sinceros. Urgía ampliar la visión economicista y coja acerca de la Revolución y potenciar las capacidades creadoras de nuestros hermanos y hermanas, para concretar la tan anhelada revolución democrática y CULTURAL (¡así con mayúsculas!), las que hubieron dado aliento al Proceso de Cambio; claro, siempre de la mano de una intachable conducta personal de las y los revolucionarios que obligatoriamente debió manifestarse en el cumplimiento diario del deber en los centros laborales, de estudios, con la familia y los vecinos. ¡Si no se cambia al ser humano, no se camba nada!

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Javier Larraín Editor

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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