Así murió Víctor Jara

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Por La Correo

Al amanecer del martes 11 de septiembre de 1973, las tres ramas de las Fuerzas Armadas de Chile se desplegaron para derrocar al Gobierno del presidente Salvador Allende y la Unidad Popular (UP).

Dirigidos por el general Augusto Pinochet, los golpistas se concentraron inicialmente en apresar a los dirigentes y líderes políticos de la izquierda, con la excepción del Presidente, a quien se ordenaba “matar”. Por eso, a media mañana la Fuerza Aérea bombardeó la casa de Allende y alrededor del mediodía hizo lo propio con el Palacio de La Moneda, desde donde finalmente salió sin vida el primer mandatario.

El día del golpe

También tempranamente partió de su casa, para dejar a sus hijas en la escuela, el cantautor y dramaturgo Víctor Jara, quien debía participar en un acto político, en la Universidad Técnica del Estado (UTE), en que Allende convocaría a un plebiscito para que el pueblo decidiera en las urnas si debía continuar con su mandato.

Obediente al llamado de la Central Única de Trabajadores de Chile (CUT), de defender al Gobierno desde cada puesto de trabajo, Víctor se dirigió a la UTE, donde ejercía como docente y director de teatro. De esta manera, sin poder abandonar el campus a causa del toque de queda, pasó la noche en un aula –tapado con papel periódico– junto a otros profesores, siendo todos detenidos por las tropas al mando del mayor Marcelo Moren Brito (al momento de su muerte, en 2015, sus condenas por crímenes de lesa humanidad ascendían a 300 años) y rápidamente trasladados, el miércoles 12, al Estadio Chile, un coliseo cerrado ubicado a media cuadra de la Alameda, y primer centro de detención masiva de la dictadura, a cargo del coronel Mario Manríquez Bravo.

Detención, interrogatorios y torturas

Identificado inmediatamente por el militar que recibía a los detenidos, Jara fue apartado de las filas, arrojado al suelo y golpeado a culatazos de fusil por un conscripto. Desde entonces tendría un trato especial, al margen de los restantes cinco mil detenidos.

Según han señalado algunos ex prisioneros políticos, de los cuatro días que Víctor Jara estuvo en el Estadio Chile, sólo un instante pudo allegarse a las gradas del recinto, el viernes 14, donde compartió con algunos colegas de la UTE, quienes le limpiaron un herida que tenía en la frente, le brindaron algo de agua y un huevo crudo, único alimento que ingirió desde que detenido.

Apartado del resto, unas veces en un pasillo y otras en una oficina, pero siempre con guardias a su alrededor, el cantor fue llevado una y otra vez hasta los camarines del recinto, para ser interrogado y torturado por los oficiales.

Asesinato

La noche del sábado 15, los últimos detenidos fueron formados en fila india, en la entrada del espacio deportivo, para ser trasladados al Estadio Nacional. Tres fueron separados del grupo: Danilo Bartulín, amigo y médico personal de Allende; Littré Quiroga, director general del Servicio de Prisiones; Víctor Jara. Los dos últimos no sobrevivieron.

Hasta el 2009 eran confusas las versiones en cuanto al asesinato de Víctor Jara, sin embargo, a partir de las declaraciones de ex conscriptos presentes en el Estadio Chile, por ejemplo, la de José Paredes Márquez, quien dijo haber sido testigo presencial del crimen, se logró precisar el curso de los acontecimientos: tras ser apartado de la fila de los presos, Víctor fue devuelto a un camarín donde fue brutalmente golpeado y torturado por cinco o seis oficiales, quienes jugaron con él a la «ruleta rusa» y después le obligaron a arrodillarse, asesinándole por la espalda, en las primeras horas del domingo 16.

El peritaje antropológico realizado por el Programa de los DD.HH. del Servicio Médico Legal de Chile en 2009, entre varios detalles, arrojó: los restos de Víctor Jara daban cuenta de 56 lesiones, unas en el cuello y costillas a causa de una caída; contaba además con 44 impactos de bala de Fusil SIG, disparos propinados a no más de dos metros de distancia; fue asesinado por la espalda, mediante un disparo en la nuca, con salida de proyectil por el parietal derecho, emitido con una pistola 9mm. Las dos armas empleadas eran de uso “reglamentario” para la oficialidad.

Los culpables

Después de 45 años de investigaciones, el 29 de junio del presente año, le tocó al ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vásquez, emitir un fallo en los casos de «los delitos de secuestros simples y homicidios calificados, perpetrados en las personas de Víctor Lidio Jara Martínez y Littré Abraham Quiroga Carvajal», documento que en sus 342 páginas condena en calidad de culpables a nueve ex oficiales del Ejército de Chile, quienes deberán cumplir una condena de 15 años y un día: Hugo Sánchez, Raúl Jofré, Edwin Dimter, Nelson Haase, Ernesto Bethke, Juan Jara, Hernán Chacón y Patricio Vásquez.

¿El noveno? El ex teniente Pedro Pablo Barrientos Núñez, sindicado por los testigos como el militar que le disparó en la nuca. En 1989 se fugó del país y se nacionalizó estadounidense, estableciendo su residencia en el estado de Florida, donde hace dos años la Corte Federal de Orlando lo declaró culpable del asesinato de Víctor Jara, en demanda civil interpuesta por la familia del artista en 2013. 

Actualmente el Gobierno de Chile ha solicitado a su par de EE.UU. la extradición de Barrientos con el objetivo de que comparezca ante la justicia como autor, cómplice o encubridor del asesinato de Víctor Jara.

Última creación de Víctor

Decenas de ex presos políticos del Estadio Chile –desde 2003 bautizado como Estadio Víctor Jara–, señalan que el breve instante que el autor de Te recuerdo Amanda estuvo en las gradas lo ocupó para escribir, a escondidas, su último poema:

Somos cinco mil aquí
en esta pequeña parte la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Sólo aquí,
diez mil manos que siembran
y hacen andar las fábricas.
Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura.

Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Uno muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse
todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra un muro
pero todos con la mirada fija en la muerte.
¡Qué espanto produce el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es un acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número
que no progresa.
Que lentamente querrá más la muerte.

Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
llena de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos
menos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.

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