Con Frantz Fanon, en búsqueda de la verdad

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Por Alejo Brignoles

Cuando el psiquiatra y escritor caribeño Frantz Fanon, autor de los célebres ensayos Piel Negra, Máscaras Blancas, de 1952, y Los Condenados de la Tierra, de 1961 –del que apenas alcanzó a ver un ejemplar que le llevaron antes de morir–, dijo: “cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”, se estaba refiriendo al papel individual, a la vez que colectivo, en la búsqueda del rol que nos toca en cada momento histórico como componentes de una sociedad. Hablaba de los mandatos éticos y humanistas que podemos atender, o bien ignorar.

Fanon (que fue un comprometido revolucionario con la causa de Argelia y un humanista activo que buscó desentrañar la fenomenología del colonialismo en la psique profunda de los individuos sometidos a él) con esa frase nos convoca a intentar comprender la realidad más inmediata, la que nos rodea a diario. Condición indispensable para lograr cambios verdaderos. Nos anuncia que debemos indagar y luego trabajar para realizar derroteros constructivos. A nuestra acción individual podíamos “cumplirla o traicionarla” –decía.

La civilización actual, masivamente contaminada por consignas destinadas a satisfacer a los mercados –es decir, a la demanda de productos, al ejercicio consumista y a la aceptación acrítica de las consecuencias de dicho consumo– dificulta la tarea de visualizar los factores que nos condicionan. Trazar el mapa real de las fuerzas que intervienen en la dinámica mundial se convierte de esta manera en una labor al alcance de pocos.

En un sentido estricto y sin atisbo de intenciones metafóricas, podríamos afirmar que marchamos a ciegas en mundo diseñado por mentirosos, pues es la mentira organizada la que opera en nuestra psique colectiva, define nuestros gustos y nos provee una visión del mundo totalmente apócrifa, o cuando menos, aviesamente parcial y deformada (que son formas tangentes a lo falaz).

Ya sea por la acción de los medios de comunicación, ya por la información fragmentada que nos llega sobre los acontecimientos de otras sociedades, o por nuestra propia tendencia pasiva de no mirar más allá de nuestros intereses más inmediatos, el mundo se torna una construcción peligrosamente irreal como consecuencia derivada de estos relatos fragmentarios que lo narran.

Como psiquiatra, Frantz Fanon otorgaba un papel preponderante a la lectura psicológica de los eventos, sobre todo en su primer libro Piel Negra, Máscaras Blancas, en donde disecciona con incisión los mecanismos psicosociales que posibilitan el colonialismo, en tanto dominación de la mente y del espíritu, y no sólo de la cultura y de la tierra.

«En una sociedad humana y mercantil que construye su dinámica en torno a la falsedad de conceptos, el simple ejercicio de indagar en busca de la verdad se torna un acto inevitablemente subversivo»

Para Fanon, esa construcción falaz o idealizada de la realidad (ya sea impuesta por una fuerza colonizadora, ya por la cultura que también coloniza las motivaciones y la visión de uno mismo), surge de una muy profunda necesidad de estabilidad, de refuerzo del ego, y de evitar así los posibles colapsos internos por aceptar que vivimos en un mundo atroz, plagado de iniquidad e injusticia, y por tanto peligroso para la propia existencia.

Es mediante estos legítimos mecanismos de auto conservación y resistencia que construimos una visión enajenada de la realidad, aunque el mismo concepto de realidad resulte inaprensible desde una perspectiva filosófica y psicoanalítica.

Sin embargo, y aunque parezca un ejercicio imposible –o peor aún, un ejercicio incómodo e insatisfactorio– deberíamos poder horadar las capas superficiales de la información que nos inunda, de las tradiciones, de la cultura en general, para lograr asomarnos a un principio que nos hará inmensamente libres como personas y como sociedades verdaderamente orgánicas: el conocimiento aproximado de las constantes y variables que rigen nuestro mundo y a nuestra época. Y hacerlo sin las fisuras autocomplacientes ni las groseras simplificaciones con que nos es presentado el mundo en el discurso dominante. Casi podríamos decir que las viejas fuerzas coloniales surgidas de una Europa expansiva contaminada de doctrinas deshumanizadas, han sido ahora reemplazadas con tremendo éxito y destructividad por las fuerzas del mercado. Hoy son ellas las que enajenan al hombre, lo degradan y lo humillan imponiendo una cultura en la que nos identificamos pero que nos aleja de las verdaderas dimensiones multifacéticas de lo humano. O como reza el título de la célebre obra del filósofo de Herbert Marcuse, nos vuelve un “hombre unidimensional” cuya realización está supeditada al capitalismo. A un consumismo que nos hace insolidarios y parte alienada del brutal engranaje de los mercados.

Emprender una campaña individual de conocimiento del entorno (si resultase muy pretencioso aspirar a un conocimiento real y efectivo, podríamos reemplazar la palabra conocimiento, por investigación del entorno) puede resultar una tarea desgastante y ardua en una sociedad que nos invita a la superficialidad, a consumir irreflexivamente, a sumergirnos en formas de ocio carentes de didáctica, y que nos inunda con contenidos decididamente estupefacientes.

En una sociedad humana y mercantil que construye su dinámica en torno a la falsedad de conceptos, a la omisión o distorsión informativa (a esto las ciencias de la comunicación lo definen como desinformación) y que busca por todos los medios parcializar y obnubilar la comprensión de las masas, el simple ejercicio de indagar en busca de la verdad se torna un acto inevitablemente subversivo.

 

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Alejo Brignole. Escritor

 

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