La trayectoria de Inés Córdova Suárez la sitúa como una de las artistas bolivianas más importantes del siglo XX. Su arte da cuenta de una creatividad explosiva que renovó la plástica con maestría técnica y conceptual. Su excepcional legado, hoy patrimonio de las bolivianas y los bolivianos, está integrado por numerosas obras de cerámica, pintura, orfebrería, collage, así como por murales y grabados.
La artista nació el 15 de diciembre de 1927 a los pies del Sumaq Urqu, en la ciudad de Potosí, sus padres fueron Isabel Suárez y Avelino Córdova. La infancia de Inés la poblaron las decenas de dibujos que hizo en sus cuadernos, además de las muñecas que construyó con sus propias manos. Se trataba de sus primeras obras, sus primeras creaciones y sus primeros pasos en el mundo de las artes.
Con 17 años, ingresó a la Academia Nacional de Bellas Artes en la ciudad de La Paz; a partir de ese momento las artes determinaron su camino. Con acuarelas y paisajes de Oruro, Potosí y La Paz, su primera exposición individual fue en 1947. En 1950 hizo exposiciones en Cochabamba, Chuquisaca, Oruro y Potosí y, un año después, llegó el primero de tantos viajes que haría al extranjero, en este caso a Brasil. Inspirada en la cerámica tihuanacota, en 1955, su trabajo dio un giro significativo, Inés abandonó sus lienzos para dedicarse a la cerámica y, entonces, se fue a estudiar y profundizar esta técnica al Uruguay. Entre 1958 y 1960 estudió en España, seguidamente, continuó su formación práctica en Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica y Holanda.

En 1962 regresó a Bolivia para dirigir el primer taller de cerámica de la Escuela Nacional de Bellas Artes en La Paz. En 1964 contrajo matrimonio con el pintor, dibujante, escultor y muralista chuquisaqueño Gil Imaná Garrón. Juntos comprometieron su trabajo en un programa artístico pionero en Bolivia: los murales de cerámica, obras de gran belleza, tamaño y de larga duración. Tierra y vida, Técnica y espacio y Marcha de los universitarios son ejemplos destacados de este período. Hasta el final de los años 60, Inés y Gil viajaron por Latinoamérica, Europa y los Estados Unidos produciendo magníficas obras, enseñando y exhibiendo sus creaciones.
A partir de una propuesta de arte abstracto en la que venía trabajando, en 1973, de retorno en Bolivia, Inés exploró el lenguaje artístico del collage con textil y con telas de diversas texturas, un homenaje a las mujeres indígenas, tejedoras excepcionales, pero también al paisaje simbólico y aéreo de los Andes integrado por montañas, parcelas, piedras y casas, entre otros elementos. Fruto del éxito de esta etapa, en 1985 la artista realizó la obra Telúrica Americana (mural en textil), para uno de los salones más importantes de la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington.

A finales de los años 70 removió nuevamente el mundo de las artes plásticas a través de su propuesta de collage con trozos de metal y otros materiales reciclados. En esta etapa, la oxidación, el corte áspero, los planos fuertes, los colores intensos y las formas discordantes inspiraron los nuevos afectos de la creadora. En la trayectoria de Inés es fundamental destacar su faceta como orfebre, pues creó verdaderas obras de arte usando plata, perlas y piedras semipreciosas.
Pedro Querejazu, historiador de arte, ubica la obra de Inés Córdova en la “generación intermedia”, en el grupo de artistas cuyas obras dejaron el telurismo y el indigenismo de la primera mitad del siglo XX para sostener un hilo conductor con formas y lenguajes culturales indígenas desde nuevas aproximaciones estéticas, conceptuales y técnicas. El “ancestralismo” está presente en su obra, afirma Querejazu, así como una especialización técnica de altísima calidad.
Con todo, el trabajo de Inés Córdova ha sido ampliamente reconocido y en 1990 fue condecorada con la Orden de Artes y Letras del Gobierno de Francia. En 2004 recibió el Premio Obra de Vida del Salón Murillo y el Premio Nacional de Cultura del Estado Boliviano. Ha representado al país en la Bienal de Venecia, La Habana, Vallauris y São Paulo y, por tres veces consecutivas, en la Trienal de Osaka. Sus obras se han exhibido en los Estados Unidos, Israel, Japón, España, Alemania y otros países.

Una de las escenas más conmovedoras de la película Catálogo de Verónica Córdova, cineasta y sobrina nieta de Inés –en la que Gil Imaná narra su vida y la de su esposa–, es aquella en la que Gil vierte las cenizas de Inés al lago Titicaca, cumpliendo con su gran promesa a Inés y en espera de reencontrarse con ella al final de sus días.
Inés Córdova falleció el año 2010 en la ciudad de La Paz. Antes de su partida acordó con Gil que la obra de ambos, así como su inmueble ubicado en la Avenida 20 de Octubre esquina Agustín Aspiazu, de la ciudad de La Paz, pasarían a ser patrimonio del Estado Plurinacional de Bolivia a través de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (Fcbcb), a fin de que su legado, integrado por seis mil 868 bienes culturales, perviva y motive el trabajo de nuevas generaciones de artistas. La firma del convenio de donación se hizo efectiva el 26 de abril de 2017 y la inauguración del museo, a cargo del Museo Nacional de Arte y del Centro de la Revolución Cultural, dependientes de la Fcbcb, se realizó el 28 de julio del 2023.
Inés corrió tan rápido y de forma tan intensa como la vida se lo permitió, fue una mujer que llegó lejos a través de su creatividad y de su compromiso con las artes, su enorme cariño al pueblo boliviano no solo se refleja en su producción cultural, sino también en su decisión generosa de conceder su patrimonio al país. Con seguridad continuará inspirando la producción de numerosos artistas en Bolivia, en Latinoamérica y en el mundo.
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Janela Vargas Vásquez Boliviana, socióloga y gestora cultural de la Fcbcb