Marzo de Pujllay en la ciudad blanca

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Este mes se celebra en el Departamento de Chuquisaca una de las fiestas culturales indígenas con mayor carga histórica y espiritual, el Pujllay, que en lengua quechua significa “fiesta o juego”. Es parte del sincretismo entre el cristianismo y las culturas prehispánicas que caracterizan las tradiciones bolivianas, un ritual de agradecimiento a la Pachamama, pero además un homenaje a la resistencia de los habitantes de Tarabuco durante la Batalla de Jumbate, el 12 de marzo de 1816, en la que se venció a España en un episodio clave de la gesta independentista.

El pueblo de Tarabuco es todo colorido con los trajes típicos del Pujllay, los sombreros rígidos con adornos de borlas, plumas, metales, espejos, los vestidos para mujeres y hombres negros, con sus aguayos para la suerte de la tierra, ponchitos de lana, la chuspa para la coquita, las ujutas –zapatos como suecos con suela de madera y espuelas metálicas con sonajeros–, un complemento a la música tarqueada. Otro elemento vital de la fiesta es la Pukara, una armazón decorada con panes, hojas de coca, frutas, bebidas, cintas de colores que forman parte de la ofrenda a la Madre Tierra.

Distante a pocos kilómetros arribamos a la ciudad de Sucre, que además de ser la capital lleva el nombre del héroe y Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre desde 1839, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en 1991. Residencia de la Audiencia de Charcas, institución colonial antecedente de justicia de la Corte Suprema que aún permanece en este territorio. También fue sede del Arzobispado, razón por la que hay numerosas iglesias y conventos que se conservan de forma intacta desde el siglo XVI.

Hay que saber que esta capital es una de las que tiene más nombres: Charcas, Sucre, La Plata, Chuquisaca. Y allí hay que visitar obligadamente el Museo Casa de la Libertad, ubicado en la Plaza 25 de Mayo, donde está el Acta de Independencia y algunas pertenencias personales de las heroínas y los héroes que lucharon por la patria. Inmediatamente puede enrumbar al Museo del Tesoro, a fin de deleitarse con piezas que dan testimonio de la riqueza mineral boliviana.

Desde La Recoleta, antiguo monasterio de los años 1600, se puede apreciar en pleno el casco histórico y el atardecer llevándose los últimos rayos de luz sobre los tejados. Un sitio inigualable para las fotos bonitas desde el mirador, para los recuerdos.

El Cementerio General, declarado Patrimonio Unesco en 2004, con sus mausoleos y nichos que se entrecruzan con los caminos arbolados, es una joya arquitectónica y paisajística sin par.

Resulta atractivo el Parque Cretácico, que contiene una de las mayores concentraciones de huellas de dinosaurios que se conservan en el planeta.

El Castillo de la Glorieta, de 1897, está inspirado en la arquitectura parisina y desborda la opulencia de la época, cuando algunos se nombraban príncipes o adoptaban otros títulos nobiliarios. En torno suyo ronda un halo de amor y cuentos misteriosos que le dan un encanto particular.

El Parque Bolívar, con sus fuentes, árboles inmensos y jardines decorados, la miniréplica de la Torre Eiffel, los monumentos y al fondo la Corte Suprema que se impone y rompe el paseo, es otro paradero ineludible.

Imperdible es el Mercado Central para degustar los exquisitos chorizos chuquisaqueños con pan y llajwa, el picante de mondongo, las salteñas, el pakumutu, la sulka, quesos blancos, la fritanga, cazuela de maní y otras delicias de la gastronomía local a precios muy accesibles.

Un recuerdo para llevarse son los sombreros, que son parte de la tradición y la elegancia de Sucre, además de los chocolates y la variedad de sabores de los bombones, y las artesanías.

Hay que recordar que en marzo el clima es templado y de lluvia intermitentes, por lo que hay que tomar previsiones con la vestimenta. Las posibilidades de alojamiento y diversión para las y los amantes de la noche son variadas.

Este mes es más que una fecha en el calendario, es la posibilidad de sumergirse en la cultura y la tradición, desde el Pujllay, las vivencias, anécdotas históricas que permanecen en las calles, en los objetos y que son propicios para conocer en este año Bicentenario. Cada rincón ofrece algo especial, hay que dejarse seducir, porque es un destino de encanto y aventura.

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Nahir González Correo del Alba

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