Caminantes del Takesi

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Si bien en esta Semana Santa, época frecuente de peregrinación, no fuimos rumbo a la montaña, como lo hicimos tantos años a lo largo de nuestras vidas, por el riesgo que conllevan las fuertes lluvias que soporta la región, mi hermano Luis, mi primo Xavi y yo nos reunimos para recordar tantas caminatas a lo largo de más de 30 años. El viaje de la memoria es igualmente apasionante. Esto está escrito a seis manos y tres memorias:

–Quique: cuántos viajes habremos hecho en todos estos años…

–Luis: …muchos.

–Xavi: ¡se pierde la cuenta! Pero tratemos de acordarnos de los más memorables.

Laguna Loro Kheri / Foto: Andrés Claros R.

En el inicio, Yanacachi

Probablemente, y sin saberlo, la ruta la abrieron nuestros padres en su juventud con las acostumbradas peregrinaciones de Semana Santa a Copacabana.

Nuestro Amigo Mayor, Javier –padre de Xavi–, llegó a viajar hasta sus 60 años, y en el otro extremo, ya en la tercera generación de la familia, los nietos comenzaron a sus siete años. Hace más de 30 años que entre familia y amigos venimos caminando, a veces de a dos, otras todos juntos, a veces por grupos, hasta las veces que llegábamos a las tres decenas de personas.

La tradición familiar, que data desde los años 60 del siglo pasado, nos conducía cada vez a la población yungueña de Yanacachi, donde desde muy niños nos llevaban a caminar por los alrededores; trepando, bajando, cruzando ríos, ladeando montañas, a la “toma de agua”, a Sacahuaya, a Mocori, a La Chojlla o Villa Aspiazu. Esto hizo que estableciéramos una alegre relación con los senderos y las montañas verdes que nos dirigieron a diversos caminos como el Takesi, el Choro, el Sillutinkara, el Yunga Cruz, e incluso nos llevó a buscar el Pico Turquino en la Sierra Maestra en Santiago de Cuba.

Pero Yanacachi es como nuestra segunda casa y seguro que entre los tres superamos la media centena de viajes a pie. Por eso elegimos contar nuestra relación con el Takesi.

Los relatos familiares que escuchamos acerca de la primera caminata por el Takesi son de mediados de los años 80. La información que se tenía era escasa, el equipamiento rudimentario y las experiencias pocas. Se partía casi desde Cota Cota y no, como ahora, desde Mina San Francisco, o en el peor de los casos desde Ventilla; los zapatos eran deportivos o botines de calle; las mochilas casi colegiales o bolsas en mano y hasta guitarra; carpas militares, pesadas y sin piso, bolsas de dormir domésticas… eran otros tiempos.

Poco a poco se fue sumando la familia y creciendo las experiencias.

Aldea Takesi / Foto: Andrés Claros R.

Un traguito para el kaj

Las primeras caminatas comenzaron cuando éramos colegiales o universitarios, a veces con la familia, otras con los amigos. No siempre la buena ventura acompañaba, en una ocasión tocó caminar todo el día por la montaña blanca de nieve sin lograr hacer cumbre (ni el 20% del trayecto), por lo que se tuvo que dormir al pie de la montaña para al día siguiente, con mejor clima, volver a caminar hasta el destino.

En otra ocasión, con un grupo de estudiantes de Biología, nos dormimos en el bus que nos llevaba al punto de partida y este se desvió rumbo a Bolsa Negra.Tuvimos que partir por caminos desconocidos y, ayudados por los lugareños ocasionales que encontramos, llegar al punto inicial después de ocho horas de marcha.

Otra vez nos aventuramos a viajar sin carpas y dormir a la intemperie. La nobleza del Takesi nos regaló una noche estrellada y el despertar con un suave rocío en la cara.

Como la vida misma, lo más complicado es comenzar. El objetivo es llegar a la Apacheta, una ruta empinada de aproximadamente 700m hasta alcanzar los casi cuatro mil 600 m s. n. m., tramo que nos regala los primeros vestigios prehispánicos, con una de las escalinatas mejor conservadas del Qapac Ñan. Este primer ascenso pide su tributo: paciencia y fortaleza mental. Allí vimos gente rogar perdón por sus pecados, sorojchis de todo color, llantos, sustos y hasta reclamos de pareja: “¿para qué me traes?”. Un tramo que en la juventud debería tomar entre 45 a 90 minutos, según cada quien, aunque hubo casos en que lo hicieron hasta en cuatro horas. Uno siente los músculos pesados, la respiración fría y el corazón saliendo del pecho, pero el premio de llegar a la cima, el kaj de traguito para pedir permiso y protección al camino y ver, entre nubes, el verde yungueño que nos espera, no tiene precio.

Calzada prehispánica / Foto: Xavi Claros R.

Anfitriones inesperados y sándwich de huevo con café

En tantos viajes, la ruta nos regaló la presencia y la vista de vizcachas, tarukas, cóndores, diversidad de aves, caballos, un jukumari y su cría, y hasta la visita nocturna de un oso melero.

De a poco fuimos aprendiendo, conociendo cada momento, memorizando la ruta, reconociendo las piedras, leyendo el clima, midiendo el tiempo, pero sobre todo sintiendo el camino. Aun así, siempre hay algo que nos puede asombrar.

El desayuno en la laguna, la cervecita de ch’alla a media mañana en la aldea Takesi –la de piedras negras–, el almuerzo en el río. Por la tarde, descender junto al río, ladear montañas, subir y admirar el paisaje desde miradores naturales hasta llegar a El Mamani, sitio conocido con ese nombre porque antiguamente un lugareño (Genaro Mamani) tenía su pequeño refugio de piedra para acoger y dar un refresco a los caminantes. Actualmente esta cima abandonada es una alternativa para acampar cuando no se puede llegar al destino final del primer día, Cacapi, ya que en ese tramo los senderos son angostos.

Cuando se cumple el objetivo y se llega a la comunidad de Cacapi se tiene el placer victorioso de encontrar a Primitivo Quispe, Don Primo, quien brinda acogida en su albergue, ya sea bajo techo o con espacio para las carpas, y donde espera el reconfortante sándwich de huevo con café. Con Primitivo nos conocemos desde finales de los años 90, y su casa, referencia ineludible de esta travesía, se ha convertido en un punto de acogida y encuentro para “los Claros”.

Noche en Cacapi / Foto: Andrés Claros R.

Qué sí y qué no

Cuando el clima es favorable –sin arriesgar y sabiendo elegir la temporada–, es uno de los caminos más nobles y quizá de los mejor conservados. A cielo celeste y piedra seca, nos permitió hacer la ruta completa en 11 horas continuas.

Con tres generaciones de caminantes y la tecnología apoderándose de las costumbres, aprendimos a disfrutar la organización de los viajes. Las mochilas, los zapatos, las carpas, las bolsas de dormir cada vez más modernas y afortunadamente más livianas, aprendimos que cada gramo en casa es un kilo en la montaña. Si bien lo normal para un adulto es cargar entre 11kg y 14kg, llegamos a reducir este peso hasta los siete kilos.Aprendimos a elegir comidas, a saber qué cargar y qué no, a organizar a los primerizos, a nunca caminar solos y a marcar puntos de encuentro.

Luego de la parada en Cacapi, el segundo día se parte del albergue de Don Primo para cruzar a la montaña del frente y vencer la macurca en el breve pero esforzado ascenso a Anasani, para luego bajar hasta el puente de cemento, en el fin del camino prehispánico.

El último tramo nos lleva por un antiguo acueducto hasta la “toma de agua” y de ahí a tomar descanso en Yanacachi, el primer pueblo fundado en la región, aproximadamente en 1562, y uno de los mejor conservados, descrito por d’Orbigny en su paso por los Yungas en 1830. Un tradicional yungueñito (singani con jugo de naranja y azúcar) es el premio final.

Una aventura en el Takesi / Foto: Archivo familia Claros

Respeto por la montaña

Esta suerte de peregrinaje, este llamado del camino, hace más de 30 años, nos ha generado un profundo respeto por la montaña, que tratamos de inculcar a las nuevas generaciones de la familia y de los amigos.

Contar con maravillas como el Takesi y tantas otras rutas cercanas a la ciudad de La Paz es realmente un privilegio y se hace evidente que cada vez más gente tiene interés por este tipo de actividades. Cuidar los senderos y hacerlos parte de nosotros es esencial. Estos caminos realmente conectan y, como lo muestran nuestros recuerdos, no son solo lugares.

–Quique: creo que hemos podido contar lo principal.

–Luis: sí, aunque hay muchos recuerdos que han quedado pendientes.

–Xavi: es verdad, pero… ¿cuándo vamos a volver?

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Enrique Claros Boliviano, gestor cultural

Luis Claros Boliviano, filósofo

Xavier Claros Boliviano, biólogo

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música
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