La Revolución africana llega a Portugal: 50 años de la revolución de los claveles

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Un soldado raso corre con su gorra mal puesta, su fusil al hombro se tambalea. Atraviesa el patio central del cuartel donde otros tantos jóvenes se alistan con cara de incertidumbre mientras murmuran por lo bajo. Hay tensión en el ambiente, la noche primaveral de abril no logra disipar el nerviosismo de esos novísimos soldados ya cansados de ver morir y de matar en las colonias africanas. Son hijos de obreros, de campesinos, de los barrios populares, que viven en un régimen que los mata, de hambre y de guerra. Pero esa noche puede ser decisiva. Los capitanes están convencidos, se saben parte de un movimiento y de una clase.

Los cigarros se apilan en los ceniceros mientras el humo inunda las oficinas repletas de gente, de movimiento y de inseguridades. De repente alguien llama a silencio, giran la perilla de la radio para darle volumen. Ese conjunto uniforme de verde oliva, boinas y ojeras de mal dormir, saca pecho y se emociona. Son las 00:25hs. del 25 de abril de 1974 y en una radio de Lisboa se emite la segunda señal para confirmar el golpe contra el régimen. Los miedos se disipan, los rostros se hermanan, las bocas cantan con orgullo:

“Grândola Vila Morena

povo é quem mais ordena

Terra da fraternidade

¡Dentro de ti, ó cidade!

De esta forma la canción de Alfonso Zeca, prohibida por el régimen salazarista hasta ese momento, se convierte en el símbolo musical de la Revolución de los Claveles. Esta que tendría su inicio como una insurrección del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) pero que pronto será desbordado por el pueblo en la calle, por los sindicatos y las organizaciones de masas. El relato descafeinado, dirá luego que fue una “Revolución pacífica”, “sin tiros” y en busca de “libertades democráticas”. Una mirada menos centrada en Europa nos permite decir que la Revolución portuguesa es el último capítulo de la Liberación africana, y en particular de la guerra de independencia de Cabo Verde, Mozambique y Angola. Desde esta perspectiva, el 25 de abril no fue el inicio sino una de las victorias de ese proceso de descolonización.

Tampoco fue pacífica; a los cuatro muertos de Lisboa caídos bajo las balas de la Policía, hay que sumarle los millones de vidas que significaron para África luchar por su libertad. Cuestiones que los apologetas de la democracia parlamentaria europea han dejado en el olvido para mostrar a este proceso revolucionario bajo el barniz dorado de esa lectura que hace más foco en los claveles que en las armas que los portaban, – y en las personas que portaban esas armas-.

Metrópoli en decadencia 

Para la década de los 70 Portugal se encuentra en una bucólica decadencia en su superficie y un creciente movimiento de descontento por abajo, lleva cuatro décadas de un régimen autoritario, sin libertades, con pobreza en aumento y podredumbre política. Sus colonias en África son las últimas que quedan en un continente ya liberado en su casi totalidad. Sin embargo, el régimen salazarista se empeñaría con uñas y dientes en conservar esos territorios. Un costo que, claramente le haría pagar a su pueblo y al de los países que intentaban liberarse. Un costo suicida que se le volvería en contra y pondría fin al propio Estado Novo.

El Estado Novo era el proyecto que desde los años ‘30 había consolidado el dictador Antonio Oliveira de Salazar bajo el lema “Dios, Patria y Familia”, un proyecto ultra nacionalista, anticomunista con un estado corporativo e imperial ultramarino, con la venia de la OTAN y de Estados Unidos, que miraba para otro lado cada vez  que tenía que hablar del “mundo libre” e invitar a Portugal a la cena.

Las colonias eran para Salazar la fuente de riqueza económica y las posibilidades de una nueva hegemonía lusitana dentro de Europa. Esto último nunca se logró, y con los procesos de liberación a rojo vivo, las colonias se convirtieron en un salvavidas de plomo. Los altos costos de mantener a unas fuerzas armadas en guerra en distintos frentes, por un largo periodo de tiempo, hicieron que el esfuerzo caiga en las espaldas de los propios portugueses que no solo veían como los salarios no alcanzaban, ni veían obras publicas ni derechos, sino que además tenían que entregar a sus hijos para una guerra que no querían ni aceptaban.

Bandera del Estado Novo salazarista

Salazar, supo moverse en las distintas etapas de forma hábil para mantenerse en el poder, con distintos cargos, con distintos aliados internacionales, pero siempre manejando las riendas del país. Su simpatía por los fascismos, su fervor fanático por el catolicismo y luego su anticomunismo lo fueron ubicando del lado de los factores de poder históricos y coyunturales de la Europa de entre y posguerras. La relación con las Fuerzas Armadas, a diferencia de otros regímenes como el franquismo en España, nunca fue directa y siempre estuvo mediada por revendas y beneficios que Salazar sabia darle a los altos cargos militares y determinados privilegios corporativos. Su personalidad tampoco se destacó por su histrionismo ni por grandes discursos. Mas bien fue siempre un personaje oscuro y sin mucho carisma.

En 1968 Salazar tiene una muerte poco gloriosa; se cae de una silla de playa y el golpe en la cabeza lo termina matando luego de una larga agonía. De esta forma el régimen autoritario más longevo de Europa empezaba a desgranarse al igual que la muerte de su principal figura. Asumía el mando Marcelo Caetano, que al poco tiempo dilapidaría alguna que otra esperanza desatada por su moderación, cuando continuó con la postura colonial y no generó la apertura democrática tan esperada. La movilización de centenares de miles de soldados, el servicio militar obligatorio de cuatro años y los gastos en desplazamientos y armamento empeoraban la situación económica del país.

Ya desde  los años ‘60, Portugal tenía una vida clandestina de enorme dinamismo; con las juntas sindicales en creciente organización de base; un Partido Comunista que ganaba en simpatía popular en barrios y pueblos olvidados; y que contaba con la referencia intachable de su dirigente máximo:  Alvaro Cunhal, quien cuenta con varias hazañas en su haber, entre ellas el surrealista escape de la cárcel de Peniche, de donde se había escapado con otros diez, atando las sábanas de las camas a modo de soga. El comunismo, y también el Partido Socialista de Soares, tienen gran ascendencia entre artistas, intelectuales, obreros y militares. 

Movilización en Lisboa

Movimento das Forças Armadas

El centro de Lisboa se asienta sobre siete colinas, a lo largo de los siglos se han ido vistiendo con la construcción de casas, edificios bajos únicos, comercios al frente, mercaditos por doquier, hasta que en algún momento la riqueza de las colonias empezó a darle su peculiar belleza, con sus azulejos heredados de la ocupación árabe pero llevados al sumun en la época de apogeo colonial. Las callejuelas nunca se modificaron, ni la distribución de las edificaciones. Si se la mirase desde arriba, la ciudad del sol deslumbrante parece un laberinto. De no ser por la vida urbana llena de aromas y personas cálidas, podría ser una ciudad asfixiante de la estrechez, de las subidas y bajadas en cada recorrido. Esa pulcritud de otras ciudades europeas bien planificadas en Lisboa no existe. Es por allí que los tanques y tanquetas se abren paso en esa mañana de abril. El humo de los motores diésel se confunde con las indicaciones de los soldados, los camones verdes con los autos estacionados. Muchos de los insurrectos nunca habían pisado la capital, otros tanto solo a la salida para la Guerra sucia en las colonias.

Lisboa el 25 de abril de 1974

El capitán Salgueiro Maia, tiene treinta años, hace unos pocos años volvió del frente en Guinea Bissau, está al frente de una columna de blindados y los frenazos continuos de su tanque lo tienen a mal traer. Unos pocos momentos antes lograron superar una esquina casi imposible de doblar para un automóvil, y qué decir de una tanqueta. Es hijo de un obrero ferroviario y desde la vuelta de combate, un militante antifascista y de izquierda. El resto de su columna lo sigue con confianza. Unas horas antes en el cuartel lo habían escuchado atentamente:

“Señores míos, como todos saben, hay diversas modalidades de Estado. Los estados sociales, los corporativos y el estado al que hemos llegado. Así, en esta noche solemne, vamos a acabar con el estado al que hemos llegado. De forma que, quien quiera venir conmigo, vamos para Lisboa y acabemos con esto. Quien sea voluntario, que salga y forme. Quien no quiera salir, se queda aquí”. Tuvieron que obligar a unos pocos a quedarse en el cuartel para mantenerlo bajo control. Toda la soldadesca se sumó a Maia y la marcha hacia Lisboa.

El MFA empieza a tomar forma en 1973 como un movimiento de jóvenes oficiales que habían estado luchando en la Guerra sucia que Lisboa tenía en sus territorios coloniales para aplacar los procesos de independencia y liberación nacional. Son estos soldados, capitanes y algunos generales que descontentos con la guerra hacia pueblos oprimidos

En estos últimos se da un proceso paradójico, al estar en contacto con esos pueblos que luchaban por liberarse, interrogando a prisioneros inquebrantables y empapándose de la propaganda revolucionaria de que se incautaban, algunos de aquellos jóvenes militares llegaron a una conclusión:  Las guerras a las que los habían llevado carecían de sentido. Sus supuestos enemigos tenían más razón en su lucha por la independencia que ellos en la defensa del colonialismo.

Capitán Fernando José Salgueiro Maia

La conciencia revolucionaria fue sustituyendo a las tesis nacionalistas y conservadoras. La profesión militar había dejado de ser patrimonio de la aristocracia, y el grueso de los nuevos oficiales, procedentes en su mayor parte del pueblo llano, conservaba el recuerdo de la pobreza en los barrios obreros y el medio rural. No olvidaban cómo sus familiares y amigos se veían obligados a emigrar clandestinamente para sobrevivir. Portugal era una prisión que solo ofrecía a las generaciones jóvenes guerra, miseria, miedo y represión.

Ese 25 de abril de 1974 todo el régimen salazarista cayó en menos de 12 horas, en pocos meses más caería todo el régimen colonial portugués

“Territorios de ultramar”

El primer país europeo que se estableció en África fue Portugal, lo hizo durante la segunda mitad del siglo XV, y se quedaría hasta 1975. Es gracias a estas colonias que el imperio lusitano se tornaría una de las potencias de ese primer siglo y los siguientes, pasando por su periodo de mayor esplendor económico. En cada colonia se extrae “oro humano”. La riqueza portuguesa se sustenta en millones de esclavos, cazados y vendidos.

Poco después de la conquista de las primeras regiones en Arguin, Cabo Verde y Santo Tome, Portugal comenzó la posesión de las dos zonas más importantes de su colonización africana:  Mozambique y Angola. La primera era una gran región comercio con el mundo árabe y el resto de Asia. Poseía un gran puerto y grandes recursos de oro y plata. Mozambique, también llamada África Oriental Portuguesa con sus grandes recursos y la gran cantidad de esclavos, la tornó un punto clave de la economía del Imperio Portugués. En la otra costa estaba Angola, también llamada África Occidental Portuguesa, donde se apoyaría de forma casi exclusiva en esa economía esclavista que le daría ese esplendor a la blanca metrópoli. También con el correr de los siglos descubrirían recursos auríferos y petrolíferos.

Colonias portuguesas africanas

A finales del siglo XIX se llevó a cabo el reparto de África en la Conferencia de Berlín y Portugal acudió como unas de las potencias europeas, pero ya no era “La potencia” de siglos atrás. Su atraso económico y militar con respecto a Gran Bretaña y Francia obligaron a los portugueses a quedarse con lo que ya tenían y exprimirlo con todas las fuerzas. Tras la Conferencia, Portugal contaba con las colonias donde más influencia tenía, Cabo Verde, Guinea Portuguesa, Santo Tomé y Príncipe, Angola y Mozambique.

Terminada la II Guerra Mundial, esos soldados africanos que combatieron y sangraron en Europa para sus metrópolis, todavía seguían siendo considerados “de segunda” o “tercera” por esos gobiernos que ayudaron a defender, y hasta liberar. Es así como empezaron a levantar las mismas banderas por las cuales luchaban en Europa, solo que ahora en sus países oprimidos: libertad, independencia, derechos sociales y políticos. Portugal en su carácter ambiguo de tener el corazón con el eje nazi-fascista mientras se dejaba acariciar por Inglaterra y Estados Unidos, no tuvo esa contradicción en sus colonias. Directamente siguieron siendo las mismas bestias fascistas sin doble discurso. Eso sí, con la venia de la OTAN y de las democracias occidentales. 

Ya para los años ‘60 la mayor parte de África había ganado su independencia, por la vía negociada o por la vía armada. Solo Portugal se negaba a aceptar esta realidad y pronto lo pagaría caro. Desde el ‘61 la guerrilla revolucionaria inicia sus acciones en la parte continental y para 1963 la guerra de Liberación en Cabo Verde y en Guinea Bissau ya es abierta. Bajo el liderazgo del mítico Amílcar Cabral, unos años atrás se había logrado unir a los revolucionarios separados por una estrecha franja de mar y así fundar el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (Paigc). Cabral sería asesinado demasiado pronto, pero su impronta se expandiría por todo África y por todo el “tercer mundo”.

El Movimento Popular de Libertação de Angola (MPLA) también inicia la lucha contra Portugal en 1961, no está solo en esa lucha. Otras fuerzas también querían la independencia, pero no necesariamente la revolución -o tal vez la independencia de Portugal, pero no del imperialismo-. Esto llevo a la confrontación posteriormente del MPLA contra el Unita y el FNLA en el turbulento año que va del ‘74 al ‘75 para ya luego convertirse en una guerra dentro de la guerra fría, con la CIA y los racistas sudafricanos de un lado, contra las fuerzas revolucionarias del MPLA con ayuda de Cuba y la Unión Soviética, del otro. En la otra costa africana, la guerra de guerrillas inició en el norte de Mozambique a mediados de 1964 liderada por el Frelimo, acrónimo popular para referirse al Frente de Libertação de Moçambique.

Amílcar Cabral

Con los procesos de lucha en estos tres territorios, la suerte del imperialismo portugués ya estaba echada, solo el orgullo del régimen y su miopía política evitaban ver una realidad. No habría ejercito ni represión que pudiese frenar la independencia, más temprano o más tarde. Quienes sí se dieron cuenta, fueron los soldados portugueses apenas pisaban territorio africano, algunos de ellos se pasaron de bando para combatir por la independencia y la revolución. 

Joaquim António Lopes Farrusco es uno de esos casos. Comandante de los paracaidistas portugueses que había sido enviado a Angola para “matar comunistas” y terminó luchando para el MPLA. En un viaje en tren el joven Farrusco vio una imagen que marcaría su rumbo en Angola, y su vida: un niño descalzo, con la ropa rota y cara de hambre corría pidiendo una moneda o un trozo de pan. “¿Estos son los terroristas? ¿Esta es la gente que hace frente al Gobierno portugués? ¿Esta es la gente a la que venimos a combatir?”, se preguntó. Esa gente que se parecía mucho a su gente, a su niñez sin nada que comer. Esa gente no era el enemigo. Al poco tiempo el Comandante Farrusco adoptaría la lucha por la independencia y asumiría la nacionalidad angoleña como propia. Cuenta el periodista Riszard Kapuscinsky en su célebre “Un día más con vida” que conoció al “portugués traidor” luego de buscarlo durante miles de kilómetros en un periplo que casi le cuesta la vida, en varias ocasiones. Lo encontró en un punto del frente sur, resistiendo con un puñado de soldados agotados y mal armados. “Es un destacamento condenado al exterminio, para él no existe salvación”, fue la conclusión del periodista polaco. Sin embargo, Joaquín Antonio Lopes sobrevivió y es uno de esos Quijotes de la historia.

Comandante Joaquim António Lopes Farrusco

Los claveles no son importantes

Aunque la planificación se había hecho a las corridas y la ejecución se realizó como se pudo – hasta incluso mejor de lo esperado-. Cuando las noticias del golpe llegaron al gobierno, se dieron órdenes a unidades para que salieran a sofocarlo, pero no hubo casi respuestas. Algunas unidades llegaron a movilizarse, pero enseguida desistieron o se pasaron de bando.

A pesar de los insistentes llamados de los sublevados para que la gente no saliese de sus domicilios, el pueblo, desafiando todas las recomendaciones, se lanzó en masa a las calles de Lisboa. Las callejuelas y plazoletas se vieron invadidas por un gentío pacífico y alegre pero dispuesto a lo necesario en caso de que el régimen se resistiese. En esas horas que fueron desde la curiosidad a la algarabía, al parecer un manojo de claveles empezó a circular y las doñas floristas comenzaron a regalar flores a los soldados, como signo de apoyo. Algunos las colocaron en las solapas, pero otros taponaron con ellas las bocachas de los fusiles como muestra de su deseo de paz. En pocas horas se convirtieron en la imagen del día y de la historia, en el símbolo de una revolución que se hacía contra el oscurantismo, la guerra y la miseria.

A media tarde el gobierno de Caetano transmitió su voluntad de rendirse, pero no quería dejar el país sin autoridad. Se rendía, pero no quería, dijo, que con su abandono el poder “quedase tirado en la calle”. Era moderado, pero no dejaba de ser un conservador antipueblo. Ante las dudas de los sublevados, que no tenían contemplado ese escenario, Caetano sugirió transferirlo al General Antonio Spínola, crítico del régimen, pero no revolucionario. Spínola no era, a pesar del respeto, la persona que más confianza inspiraba al MFA, ya imbuido de un espíritu revolucionario que pronto se empezaría a revelarse y a desbordar a las Fuerzas Armadas.

A las seis menos cuarto de la tarde, el salazarismo cerraba su triste historia. Aquella misma madrugada los presos políticos fueron puestos en libertad y se abría así una etapa tan desconcertante como vertiginosa de la revolución. También de las menos contadas. Como todo proceso de cambio, distintas tendencias y sectores luchan dentro del frente victorioso para conducir el destino de ese país. Portugal en el 74/75 no estuvo exento de estas fuerzas en disputa.

El General Spínola inicialmente intentó generar un gobierno de concertación bajo la jefatura del jurista Adelino Palma Carlos y la incorporación de los líderes, recién llegados del exilio, del Partido Comunista, Álvaro Cunhal y del Partido Socialista, Mário Soares. Pero la experiencia duró cuatro meses, y ante un nuevo intento de golpe, el General abandonó el poder.  Fue sustituido en la presidencia de la República por el también general Francisco da Costa Gomes, más afín a las ideas revolucionarias del MFA.

Entre abril de 1974 y diciembre de 1975, en un clima permanente de inestabilidad, se sucedieron cinco gobiernos interinos, encabezados por el almirante Azevedo y el coronel Vasco Gonçalves. Este último, marxista confeso y vinculado al Partido Comunista, desarrollaría durante dos años un sistema colectivista y cosecharía excelentes relaciones con la Unión Soviética. En una entrevista realizada varios años después, el general del pueblo sacaría sus conclusiones: “Fue la irrupción torrencial de las masas, tomando las calles, en la jornada del 25 de abril, que abrió las puertas a la alianza Pueblo-MFA, imprimiendo al proceso un rumbo no previsto.” Este militar revolucionario, luego barrido bajo la alfombra por los moderados, fue condecorado por Fidel Castro en Cuba con la Orden de José Martí.

General Vasco Gonçalves

Es en este periodo en que Portugal pone fin a su período colonial de casi cinco siglos en África y a la guerra sucia de un imperio que no quería reconocer la voluntad de los pueblos que oprimía.  La descolonización llevó a la independencia a Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Angola y Mozambique. En los cinco casos, el poder fue entregado a movimientos revolucionarios.

Portugal reconoció la independencia de Angola el 11 de noviembre de 1975, por medio del Tratado de Alvor. La guerra en Mozambique terminó con un alto el fuego el 8 de septiembre de 1974, del que resultó una independencia negociada en 1975 tras los acuerdos de Lusaka. Luego de un gobierno de transición, en 1975 se proclamó la independencia en Cabo verde y Guinea Bissau: un mismo partido –el Paigc– pasó a gobernar en los dos países. Lo imposible se tornaba posible, la revolución africana había llegado hasta la metrópoli y había cambiado a los otrora opresores en ahora revolucionarios.

Esta etapa de mayor radicalidad y transformaciones profundas se cerraría a finales de 1975, cuando un nuevo golpe de Estado, acaudillado por sectores moderados del Ejército, con apoyo de socialistas y socialdemócratas, propició la consolidación de la democracia parlamentaria, tal como deseaba Estados Unidos e Inglaterra, quienes veían con preocupación las derivaciones de una revolución comunista en el bloque occidental. España, el vecino más cercano y hermano ideológico de conservadurismo autoritario también sufrió los coletazos: el régimen franquista tuvo que sofocar a varios grupos militares que querían una apertura democrática. Tampoco le duraría muchos años más esa estabilidad del garrote.

En África, la guerra en las excolonias se extendería varios años más, con la injerencia de nuevos imperios y la continuidad de viejas ideas racistas que ya se habían arraigado en las élites blancas de Sudáfrica y en la egolatría servil de Mobutu, en Zaire. Estos dos países junto a la CIA tratarían de aprovecharse de Angola, pero en el momento cercano a la derrota, Cuba acudió al llamado y respondió con solidaridad internacionalista y con justicia histórica. Así Fidel, escuchando el llamado del pueblo angoleño daría inicio a la Operación Carlota. Mas de cinco mil cubanos dejaron su vida por la liberación de Angola de los fascismos y del imperialismo, nunca pidieron nada a cambio. Pero eso es parte de otra historia.

Ese 25 de abril de 1974, se caía un régimen colonial y fascista, una revolución que había iniciado a miles de kilómetros en ese continente oprimido, ahora llegaba hacia el centro con toda la fuerza de los pueblos que se levantan y luchan por su libertad. Esos soldados, esos capitanes y generales portugueses habían aprendido una lección. “ningún pueblo puede ser libre si oprime a otro pueblo”, y esos hijos de obreros y campesinos cambiaron los fusiles para apuntar a los opresores. Ese 24 de abril lo importante no fueron los claveles, fue esa unidad pueblo- ejército para la liberación de Portugal y de los pueblos de África.

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Gonzalo Armúa Argentino, docente y periodista

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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