Narcotráfico y mano dura: la profecía autocumplida del neoconservadurismo

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Ecuador y su explosión de violencia en las calles, El Salvador con el presidente Bukele a la cabeza de una cacería de pandilleros y narcos –cual reality show casi que en vivo–, Rosario en la Argentina con el asesinato de cuatro trabajadores al azar, han copado semana tras semana las portadas de diarios, minutos en noticieros, largas columnas de análisis y algún que otro informe especial.

La espectacularidad de la violencia, la conmoción social, la (vieja) novedad de sucesos que de latentes pasaron al plano de lo manifiesto, dan como resultado que se hable de narcotráfico, crimen organizado e inseguridad como un fenómeno que brotó cuasi que mágicamente.

Como emerge en los medios, se desinfla con la misma intensidad y su tratamiento superficial da paso a otras noticias. Eso sí, los “mano dura”están prestos a la orden para desplegar sus discursos, políticas y ataques hacia el nuevo enemigo interno.

En octubre de 2013 el sociólogo Rafael Paternain escribió en su libro Ya no podemos vivir así. Ensayo sobre la inseguridad en el Uruguay: “la ilusión represiva es la nota dominante en el Uruguay actual. Las técnicas de control, vigilancia y señalamiento territorial se expanden, pues siempre hay un ‘enemigo’ de porte para combatir: antes fueron la subversión y sus aliados, gobernados por el marxismo internacional; hoy son los jóvenes pobres y marginados, dominados por las subculturas y el crimen organizado”.

El debate sobre el crimen organizado nos abre la puerta a pensar sobre lo que la sociedad califica de bueno o malo. Los límites a los que está dispuesta a llegar y tolerar. Su escala de valores. Por las cosas que se indigna y por las que no. Y los discursos que se construyen sobre “los otros” (los pobres, los marginados, los delincuentes). Un otro siempre nombrado por otro. Siempre generalizado y sobre todo estereotipado y estigmatizado.

Incluso un otro circunscrito a determinado barrio, a determinado lugar geográfico y hasta a determinada figura y rasgos físicos. Como en toda cuestión comunicacional, cuando se nombra a algo o alguien se está dejando de lado a otros. En este caso no para silenciar, sino para proteger.

Del otro lado quedan los empresarios, los delincuentes de guante blanco. Banqueros que no matan, pero que sin duda alguna en un solo atraco roban más que decenas de jóvenes que están presos y la crónica policial ha llenado noticieros con sus robos. ¿Es un tema de cuánto se roba? ¿Es un tema sobre quién lo hace? ¿Es un tema sobre cómo se hace? ¿Es un tema sobre sus consecuencias?

¿Cómo concretar políticas públicas que desmonten un sistema de valores que a su vez sustentan? ¿Cómo combatir el delito si el propio sistema castiga o glorifica determinadas acciones que retroalimentan su existencia? ¿Cómo saltar este laberinto?

Detrás del paradigma punitivista reside el fetiche de la detención y con ello el aumento de las penas, de los delitos y de los prisioneros. Cuando todo esto no funciona –porque a las pruebas está que no funciona–, no solo que no funciona sino que profesionaliza a los delincuentes. Basta ver el ejemplo del Primer Comando de la Capital en Brasil o cualquier prisión de cualquier país de Latinoamérica.

Luego de esta sucesión de errores, que lejos están de pasar cerca de las causas de fondo,  empieza a rodar la profecía autocumplida a través de frases como “se perdieron los valores”, “se precisa mano dura”, “que salgan los militares a la calle”, “esto se soluciona con pena de muerte” y/o “hay que poner una bomba en… (inserte aquí un barrio marginal de su país)”.

El tema de la seguridad encierra una paradoja muy pero muy grande en su seno. Las causas que la cultivan, expanden y reproducen son las que nunca se combaten y de las que a su vez se sirven como excusa para contrabandear el clasismo más puro de todos.

“La inseguridad no cabe asumirla como un conjunto de ‘efectos no deseados’ de los cambios modernizadores, sino como un rasgo constitutivo del propio modelo modernizador”, sentencia Paternain.

A su vez el crimen organizado se sirve de estas condiciones para él mismo crecer. Es decir: condiciones socioeconómicas que deploran la vida en su término más cabal, para luego tener un ejército de soldados a su merced. ¿Será que policías, jueces, narcos y más, se sirven de esto en ambos lados del mostrador o en una mesa redonda?

Hilando más fino, podemos hablar de la dolarización. Una política económica que ha empobrecido a los pueblos que la han sufrido, de la cual los narcotraficantes se sirven directamente para llenar sus arcas.

Dolarización que empobrece, erosiona las industrias nacionales, pauperiza la vida, y allí el narcotráfico con las garras afiladas. Un espiral ascendente que leuda la violencia, que aumenta las muertes, que puebla de balas las calles, que en tiempos no muy lejanos serán las excusas para la intervención imperial a través de alguna agencia internacional para salvarnos de los narcos que no podemos domar en nuestros países, que acrecientan sus negocios porque en el país de la Agencia no paran de consumir.

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Nicolás Centurión Uruguayo, psicólogo y analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) – https://www.estrategia.la

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