De sueños y desencantos: balance crítico del movimiento popular en Bolivia

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En Bolivia los sentidos y consignas revolucionarias han perdido sentido actualmente, incluso la historia misma se ha diluido en una alegoría inofensiva y “bien portada”, cual signo del actual progresismo regional en franco retroceso.

Tras un auge de la forma movimiento como experiencia victoriosa contra lo neoliberal, de la articulación de un proyecto histórico ambicioso y revolucionario y la victoria de lo popular en Bolivia, es notorio un deterioro de forma y fondo que es necesario reflexionar luego que el golpe de Estado de 2019 mostrara un movimiento popular debilitado y que hoy, en medio de una disputa interna insufrible, parece no encontrarse. A continuación algunos brochazos a manera de balance.

I

La marcha campesina, radical y revolucionaria de la Bolivia de los 80 y 90 ha incomodado  los “límites de lo posible” en los que pululaban los socialdemócratas, las y los liberales progresistas y la naciente burguesía. La lucha de la “indiada” no era por democracia burguesa ni capitalismo de Estado, ni siquiera por reivindicaciones corporativas, sino por una revolución anticapitalista y anticolonial, tal vez por ello, tras la derrota material e ideológica del movimiento obrero en 1986 con la llamada Marcha por la Vida, el movimiento campesino supo asumir la vanguardia.

Oprimido y sometido por el colonialismo español y negado por la emergente República de Bolivia fundada en 1825, lo indígena tuvo un largo recorrido de levantamientos y luchas que le permitieron que, después de la Revolución Nacional de 1952, no se lo pueda relegar e impuso la Reforma Agraria y el voto universal, ganándose la ciudadanía negada, aunque fuera de segunda, ya que racismo y privilegio seguían pesando. Por ello, asumirse como sujeto político y autorepresentarse fue un proceso complejo que buscó su independencia sindical frente al Estado, lo que finalmente se produjo al fundar la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) en 1979 tras el periodo de lucha contra las dictaduras militares. Sin embargo, no fue sino hasta la conmemoración de los 500 años de resistencia en 1992 que el debate adquirió un cariz público. Por ello, tendencias radicales como las del Movimiento Campesino de Base (MCB), con una raigambre guevarista, y los Ayllus Rojos del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK), promovieron un debate entre el marxismo y lo comunitario. El MCB, en el marco organizativo del movimiento campesino, ya desde principios de los 80 planteó que el sujeto histórico de la revolución boliviana era el campesino y las naciones originarias, así como la necesidad de que el movimiento construyera un proyecto con un propio instrumento político con el objetivo de perseguir la construcción del socialismo comunitario.

No eran propuestas vacías, sino procesos políticos desde abajo, pero que para materializarse tuvieron que enfrentar una primera división hasta la fundación del Movimiento Al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), a la cabeza de Evo Morales, que había incorporado todo el programa, debatido su sigla y articulado un conjunto de cuadros políticos e intelectuales que le permitieron asumir el liderazgo del proceso. La fórmula resultó exitosa y frente a la debacle de lo neoliberal la propuesta asumió el tono de lo popular en Bolivia, lo que en 2006 significó el inicio de un proceso que había colmado de esperanza a muchos sectores históricamente marginados.

II

Entre 2006 y 2009, en una primera etapa el gobierno del MAS cumplió la “agenda de octubre”, que consideraba la nacionalización de los hidrocarburos y la realización de una Asamblea Constituyente para refundar el país. En una segunda etapa, el Gobierno tuvo un acercamiento a una naciente agroburguesía oriental que buscaba (y busca) legalizar los transgénicos y que hoy recibe grandes beneficios en desmedro de la soberanía y seguridad alimentarias. También, ya como signo de una tercera etapa, desde el MAS, a través de la voz del entonces vicepresidente García Linera, se introdujo la apuesta por un nuevo sujeto político: “la clase media”, a quien se le auguraba nueva representación.

Durante este proceso, el movimiento campesino brindó sus mejores cuadros al aparato estatal casi en un acto natural y como reflejo se convirtió en protector de su gobierno. Experiencias como la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) y el llamado Pacto de Unidad trataban de aglutinar a los movimientos sociales más importantes, pero la inercia del Estado –capitalista al final de cuentas– acabó subsumiendo y subordinado a cualquier sentido a su propia reproducción. De pronto, el liderazgo sacrificado y desde abajo, en consonancia con la masa, dio espacio a una especie de “carrera política” de beneficio y acumulación personal o de un grupo de poder. El resultado fue el debilitamiento de la capacidad organizativa, política y de movilización de los movimientos sociales, sobre todo el campesino.

El debate creador, el “poder-hacer” y, finalmente, las tareas históricas del sujeto de la revolución se evaporaron frente a lo pragmático: “solo el poder es real”, mascullaban los liberales.

III

En este momento el movimiento campesino se halla en una crisis política y social en la que lo comunitario, como sentido articulador, ha quedado abrumado frente a una realidad de descampesinización, con un inmanente mercado cruel y libre, sin planificación ni apoyo en lo productivo y con un crecimiento de lo urbano, léase concentración capitalista. Pero también la falta de debate, de consolidación de una identidad movilizadora de un proyecto alternativo al capitalista, han establecido como fin ser esa “clase media”: consumista, urbana, homogénea y pretenciosa de un estatus económico y cultural ajeno a lo comunitario. Para el movimiento campesino el camino para recuperarse como sujeto político resulta cuesta arriba y esto parece reproducirse en otros sectores derivados como los llamados “interculturales” (campesinos sin tierra), las “Bartolinas” (organización de mujeres campesinas) y los indígenas de tierras bajas.

Probablemente el único movimiento social que ha logrado mantener su capacidad organizativa y de movilización en la actualidad es el cocalero del Trópico de Cochabamba, pero sin convertirse en articulador de un nuevo horizonte común.

Este momento es complejo, pues sin sujeto político el Proceso de Cambio puede diluirse, lo que deja en manos de las organizaciones y movimientos sociales la tarea de reflexionar el cómo construir un nuevo proyecto revolucionario común, el cómo encarar la relación con el Estado capitalista sin ser subsumidos y aprender de los errores del pasado donde el progresismo “bien portado” no fue más que la cuna para la reacción que sabe lo que debe hacer. Falta saber cuál será el desenlace de esta historia que trae consigo las voces, los sueños y la vida de un pueblo en lucha.

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Boris Ríos Brito Boliviano, sociólogo

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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