¿Por qué los Estados Unidos apoyan los crímenes de Israel a la población de Gaza?

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El hoy presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, cuando se candidateaba para vicepresidente en 2007 viajó a Israel para asegurarse allí el apoyo de los judíos estadounidenses a su candidatura. En Israel acababa de triunfar una vez más el actual primer ministro Benjamín Netanyahu, del derechista y militarista partido Likud.

Cuando entró al elegante salón de su casa en Tel Aviv, y se encontró cara a cara con Netanyahu, Biden dio muestras de una intensa emoción. Mirándolo con expresión ardiente y abrazándolo le dijo: “yo soy sionista. ¡Aunque no sea judío, yo soy sionista!… ¡Siempre apoyaré a Israel!”.

Bueno, por supuesto, lo aplaudieron. Y, claro, Joe Biden cumplió su apasionada promesa. En estos momentos de gravísima crisis mundial centrada en la explosión de furia, odio y desesperación de un grupo terrorista del partido Hamas de Palestina, frente al Ejército de Israel, Biden y Netanyahu vuelven a abrazarse. Pero ahora no están seguros de nada. Ni Biden ni Netanyahu. Vamos viendo.

Junto al súper sionista católico presidente Biden, hoy día 40 de los cargos más importantes del gobierno de los Estados Unidos están ocupados por judíos. Más aún, muchos de ellos no son solo judíos por su religión o por algunos genes. No. Además, tienen doble nacionalidad. Doble pasaporte. Son estadounidenses o israelitas, según les convenga más.

Entre ellos se cuentan nada menos que doña Janet Yellen, ministra de Hacienda y Economía de los Estados Unidos; don Alejandro Mayorkas, ministro de Seguridad Nacional; don Antony Blinken, ministro de Relaciones Exteriores; y doña Wendy Sherman, subsecretaria de Relaciones Exteriores.

Doña Avril Haines, directora de los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos; don David Cohen, subdirector de la CIA; Merrick Garland, Procurador o Fiscal Nacional; y doña Roberta Jacobson, consejera de Seguridad Nacional, llamada la “zarina” de las fronteras…

En fin, eso para mencionar a los más notorios, además de los también judíos embajadores de los Estados Unidos en Alemania, Argentina, Bélgica, Canadá, Dinamarca, India, Israel, Japón, Singapur y la Unión Europea (UE).

Por supuesto, ese impresionante número de judíos, estrechamente vinculados a Israel, en altos cargos claves, lleva a sospechar que el Gobierno de los Estados Unidos, al menos por ahora, no puede garantizar acciones ecuánimes en una crisis tan grave como la del enfrentamiento del poderosísimo Estado de Israel contra el casi indigente “casi” Estado de Palestina.

Sin embargo, en su reciente encuentro con Benjamín Netanyahu, Joe Biden hizo un aporte débil pero importante, que al parecer ha calado hondo en mucha gente israelita, sobre todo en la gente más joven y de buen nivel cultural.

Fue la comparación que hizo Biden entre el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, que dejó un saldo de más tres mil muertos y desaparecidos, y el ataque del grupo terrorista del partido de Hamas en Israel, que el 7 de octubre mató a mil 400 israelíes.

Biden admitió que la reacción ante la brutalidad terrorista es tremenda, y provoca un deseo intenso de venganza, una furia que puede ser embriagadora, un odio que es casi voluptuoso.

Pero, señaló Biden, es una brutalidad que lastima también a los propios vengativos vengadores. Una embriaguez que turba la inteligencia y lleva a fracasos, sufrimientos y errores que pueden dañar a los propios vengadores y a sus seres queridos.

Y Joseph Biden se atrevió a decir bien clarito que “en Estados Unidos la furia y el odio nos llevaron a equivocarnos, y el costo de nuestro error ha sido gigantesco en contra de nosotros mismos”.

Por supuesto, Biden se refería a las desastrosas guerras iniciadas por el gobierno de George W. Bush en el Oriente Medio. Claro que no mencionó que su admirado amigo Benjamín Netanyahu, el 12 de septiembre de 2002, había aportado una mentira descarada, violando su juramento de decir la verdad, ante el Congreso de los Estados Unidos, afirmando que “sin la menor duda” Saddam Hussein estaba a punto de dotarse de un arsenal de bombas atómicas.

Esa mentira llevó a que el Parlamento aprobara la sangrienta e inútil invasión a Irak, una estúpida venganza antiárabe que el presidente George W. Bush tenía ya planeada desde antes.

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En la Palestina de hoy, la prensa internacional ha mostrado y sigue mostrando la brutalidad de los bombardeos del Ejército israelí sobre la población civil de la Franja de Gaza.

Incluso publicaciones muy dóciles a la “narrativa” de los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) están mostrando la realidad desgarradora del sufrimiento de la nación palestina, una nación que un alto oficial israelí se atrevió a definir como “animales humanos”.

De hecho, frente a las mil 400 víctimas fatales israelíes del ataque de Hamas del 7 de octubre, ahora mismo hay contabilizados ya cuatro mil 385 muertos palestinos, de los cuales más de 600 son niños, víctimas de los bombardeos de la Fuerza Aérea y los obuses de la artillería israelí sobre gente desvalida y aterrorizada.

La diputada estadounidense Rashida Tlaib subió a su red social X, de Elon Musk, un mensaje que dice: “Presidente Biden, ¡despierte! ¡Estamos viendo perpetrarse un genocidio!”.

Y, dirigiéndose al secretario de Estado Antony Blinken, el sociólogo Khals Elgindy, del Middle East Institute, de Washington, subió por su parte un mensaje que dice: “Ud. ha arruinado, quizás para siempre, la escasa credibilidad que le quedaba a los Estados Unidos”.

En la revista digital Unz Review, de tendencia fuertemente antisionista, se publicó la semana pasada un artículo de Kenneth M. Polack, exconsejero de Seguridad Nacional y analista de la CIA. Allí este hombre señala que en la preparación de los agentes de la CIA se descartaba por completo recurrir al asesinato en las misiones. Pero ya durante el gobierno de Bill Clinton se mencionó la posibilidad de “matar en ciertos casos”, los “targeted killings”, casi siempre utilizando drones. Durante el gobierno de George W. Bush la CIA realizó 47 de esos asesinatos. Pero, luego, durante el gobierno del Premio Nobel de la Paz, Barak Obama, la CIA perpetró 494 asesinatos más.

Y, oiga, el señor presidente don Barak Obama firmaba cada una de esas órdenes de asesinar, y a veces hasta hacía comentarios sobre algunos casos.

Según este exagente de la CIA, recurrir a los asesinatos pasó a ser como aplicar un remedio que “si bien no curaba la enfermedad, al menos eliminaba los síntomas”.

En su artículo sobre los modos más bien brutos de eliminar síntomas molestos, el exagente Kenneth M. Pollack menciona que en 1984 dos palestinos supuestamente terroristas, capturados por la agencia de seguridad Shin Bet, de Israel, fueron asesinados públicamente en una plaza, torturados hasta la muerte, para diversión y escarmiento de los mirones en un lugar llamado Askelon.

El caso fue secretamente fotografiado por un periodista israelí que logró pasar desapercibido. Sus imágenes fueron publicadas por el New York Times y provocaron escándalo en los Estados Unidos y Europa. Sin embargo, la gente, la “opinión pública”, suele tener mala memoria.

Como fuere, en Europa y en los Estados Unidos esta vez se ha hecho sentir una reacción inesperadamente enérgica de la gente común, particularmente de los jóvenes estudiantes de secundaria y universitarios, que repudian las atrocidades perpetradas por las Fuerzas Armadas israelíes contra la gente de Gaza. Incluso la joven Greta Thunberg fue detenida en Inglaterra por participar en una protesta en favor de Palestina, y en Israel la han registrado ahora como “filoterrorista” y antisemita.

De hecho, el propio presidente Joe Biden tuvo que tragarse dos desaires contundentes en su veloz voltereta por Israel y algunos países árabes. El primero, se lo plantó directamente el presidente palestino, Mahmud Abbas, cuando rechazó contestarle el teléfono y luego se negó a reunirse con él.

El segundo desaire se lo dio el rey de Jordania, Abdalá II, quien le anunció que no se reuniría a conversar con él sabiendo que se niega a defender a la gente árabe.

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Pero el que recibió humillaciones más severas fue el secretario de Estado, Antony Blinken. De partida, este viajó a Arabia Saudita con intención de reunirse con el heredero del trono, Mohammed bin Salman. Llegó al palacio a media tarde, pero se le hizo esperar durante muchas horas, y, ya de noche, un funcionario se le acercó y le comunicó que el príncipe había decidido no recibirlo.

Asimismo, Blinken tuvo que resignarse a la más bien seca comunicación del monarca saudita, de que ha suspendido indefinidamente todo el proceso de reencuentro amistoso entre Arabia Saudita e Israel hasta que surjan novedades de respeto hacia Palestina y hacia las Naciones Unidas.

Una seguidilla de ataques pequeños, más bien espontáneos, contra instalaciones del Ejército de los Estados Unidos en Siria y en Irak han provocado daños y algunos soldados estadounidenses resultaron heridos.

En tanto, se comunicaron el heredero de Arabia Saudita con el presidente de Irán, Ibrahim Raisi. Esto precisamente en momentos en que Israel está acusando a Irán de apoyar a los movimientos islámicos antisionistas, Hamas y Al Fatah, calificados como terroristas por Israel, los Estados Unidos y otros países occidentales, aunque la mayoría de los demás países rechaza esa definición que consideran calumniosa.

Turquía, por su parte, anunció su disposición para normalizar sus relaciones con Siria y con Irak. Es decir, claramente los gobernantes islámicos, incluyendo Turquía y Egipto, están buscando una manera de defender a la nación Palestina y su derecho a ser libres en un Estado propio.

También han sido impactantes las novedades de África, donde, según informa la agencia United Press, la guerra civil de Sudán parece estar próxima a su término, con una victoria del general Dagalo Hemedti con su Ejército de Acción Rápida.

Las acciones de combate le han permitido ocupar sucesivamente las más importantes ciudades y localidades estratégicas, a la vez que cortar las líneas de abastecimiento del general Burhan, jerárquicamente superior al general Dagalo Hemedti.

Este general Burhan fue el negociador que en 2021 pactó secretamente con el gobierno de Joseph Biden normalizar las relaciones diplomáticas de Sudán con Israel, y suscribir una posible alianza con Israel que se formalizaría a fines de este año. Además, el general Burhan había aceptado la exigencia de Washington de cortar todo apoyo a la causa del pueblo palestino y de romper toda relación con Irán, diplomática o económica.

Es decir, el general Burhan había comprometido al gobierno de Sudán como un aliado de Washington e Israel en contra de Arabia Saudita, Irán y Palestina, y como punta de lanza de la OTAN en el centro mismo de África Oriental.

Frente a esos compromisos del general Burhan con los Estados Unidos e Israel, el general Dagalo Hemedti aparece claramente alineado con Rusia, con China, con Egipto y con Arabia Saudita. Desde ya se anticipó que el gobierno de Sudán, posiblemente por decisión del general Dagalo, ha resuelto reanudar sus relaciones diplomáticas con Irán.

En estos momentos, en Egipto se está realizando un auténtico foro con representantes de más de 30 países incluyendo a Rusia, China, Sudáfrica, Brasil, Turquía, la India y México, además de los cancilleres de Alemania, Francia, Gran Bretaña y Japón, el Presidente del Consejo de Europa y otros altos dignatarios. ¿Será posible que de allí surja una alternativa civilizada a la tragedia de Palestina e Israel?

Y un elemento nuevo se ha incorporado a las esperanzas de un desenlace feliz para el pueblo palestino. Se trata de la posibilidad de iniciar la explotación de un vasto yacimiento de gas natural submarino que se extiende a lo largo de toda la costa de Gaza en el Mediterráneo, continúa luego por la costa de Israel, y la de El Líbano, hasta llegar a Siria y Turquía.

Si se logra un acuerdo civilizado con Israel, podría crearse una empresa multinacional que, además de generar sanas ganancias, financiaría la reconstrucción de Palestina y aliviaría la necesidad de energía que sigue estrangulando a Europa.

Esta semana puede traer un desenlace. O puede traer el comienzo de una guerra estúpida, primitiva, iniciada por líderes dispuestos incluso a calumniar al buen Dios de nuestra infancia.

Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro… porque de nuevo puede haber esperanza.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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