La películaindia Tigre blanco (2021) me ha confirmado la odiosidad que me produce el término “emprendedor” en su acepción neoliberal, introducido por la revolución económica de derecha implementada por la dictadura cívico-militar chilena y consagrada por el Estado subsidiario de la Constitución del 80. Este vocablo contamina los sueños y aspiraciones de muchos jóvenes, adoctrinados por el individualismo del mercado, quienes ven la creación de negocios como la única vía de superación. El discurso dominante les enseña que el sistema neoliberal chileno es el auténtico paraíso para el “emprendimiento” y la innovación, porque convirtió al país en un “jaguar” en América Latina. Sin embargo, un estudio de la Fundación Sol de 2020 demostró que la mayoría de los microemprendimientos son en realidad trabajos por cuenta propia que ni siquiera tienen iniciación de actividades en el Servicio de Impuestos Internos, no generan empleo para otras personas y más de la mitad de ellos no obtiene ganancias superiores al salario mínimo, como consignó el periódico El Mostrador el 29 de junio de 2020.
Por ello resulta tan precisa la figura del tigre blanco de la cultura de la India aplicada a los emprendimientos, ya que se trata de un ejemplar escaso, porque que solo nace uno por cada generación. La metáfora sugiere que constituye una rareza que una persona sin capital, que solo puede vender su trabajo, pueda salir de la pobreza creando una empresa exitosa. A no ser que, como plantea la película Tigre blanco, se convierta en delincuente o utilice la política para el enriquecimiento personal.
El film está basado en la galardonada novela The White Tiger, del escritor y periodista indio Araving Adiga, escrita originalmente en inglés y publicada en 2008. Ciertamente, el autor construye su historia sobre la base de la estudiada dialéctica del amo y el esclavo planteada por Hegel. Bahlram, el protagonista, es un niño muy inteligente de una aldea rural al que su padre le negó la oportunidad de estudiar, lo que es habitual en una India sobrepoblada de pobreza, donde condiciones de feudalismo persisten pese a la modernidad capitalista. La desigualdad es un rasgo estructural de su cultura y organización social, porque constituye una sociedad jerarquizada en una serie de castas que el protagonista reduce a solo dos: los que tienen barriga y los que no la tienen. Es decir, el hambre define finalmente la posición social y configura subjetividades fijas basadas en la oposición entre ricos y pobres o amos y esclavos.
Aunque formalmente el sistema político de la India es una democracia, en la práctica el modelo constituye una tiranía ejercida por una primera ministra socialista que recibe millonarios pagos de los empresarios para permitirles evadir impuestos. Más que un sistema de producción hay relaciones de corrupción entre los amos del país y los gobernantes, que permean a la sociedad completa.
Desde luego Bahlram tiene la subjetividad del esclavo, su única contribución social y su supervivencia dependen de encontrar un amo a quien servir. Siguiendo a Hegel, en esa dialéctica hay una interdependencia: no es solamente el “amo” quien ve en el “otro” su “esclavo”; ese “otro” se considera a sí mismo como tal, tiene una conciencia servil. Así Bahlram se pone al servicio de Ashok, el hijo de una familia rica, quien vivió en los Estados Unidos y regresó a su país con la finalidad de “emprender”, crear negocios innovadores. Su esposa es de nacionalidad india, pero vivió en los Estados Unidos desde los 12 años. Ambos absorbieron rasgos de la cultura estadounidense e intentan democratizar un poco las relaciones con la servidumbre y también con la familia, ya que la tiranía caracteriza las relaciones familiares que imperan tanto en el hogar pobre y rural de Bahlram, como también en el hogar privilegiado de Ashok.
Pero Ashok carece de carácter para enfrentar el poder familiar y se mantiene en una peligrosa ambigüedad, ya que, por un lado, sus intentos de democratización conflictúan las relaciones de poder con su padre; y por otro, sus arrestos igualitarios son percibidos por el esclavo como una debilidad del amo, porque le permite a su esposa, en estado de ebriedad, asumir el rol de Bahlmar como conductor del automóvil. El intercambio de posiciones entre la ama y esclavo provoca una tragedia cuando la mujer atropella un niño dándole muerte. Bahlmar retoma su rol de esclavo y decide proteger a su amo, no solo impidiendo que prestase auxilio al niño y alejándolo de la escena del crimen. Para él la vida de un niño mendigo, hijo de esclavos, no tenía valor alguno. Y descubrió en esa horrenda escena una oportunidad de lograr que el amo estuviese en deuda con él.
Todo parecía haber salido bien hasta que la familia del Ashok obliga a Bahlmar a firmar una confesión de que fue él quien atropelló al niño cuando iba solo en el vehículo. En ese momento comienza a sufrir una transformación en su conciencia servil, se da cuenta que se perpetró una injusticia con su persona, que él fue tonto, porque ayudó a Ashok sin pedirle nada a cambio, y su rabia se convierte en un odio que se manifiesta en rebeldía: por la sola conciencia de su propia condición ya dejó de ser un esclavo.
A partir de ese instante comienza su macabro plan de convertirse en amo mediante el robo a su patrón. Sabe que es un explotado y que su trabajo vale mucho más de lo que le pagan, toma conciencia de la precariedad de su empleo ya que en cualquier momento puede ser reemplazado y para asegurarse un futuro económico debe engañar y manipular a Ashok. La astucia del esclavo le permite captar y practicar rápidamente las reglas del capitalismo: literalmente “elimina” la competencia; aprende a pagar sobornos, se vuelve frío y despiadado con su familia, no le importa que sean asesinados por la familia de Ashok cuando él haya cumplido su objetivo final de convertirse en amo, destruyendo a su propio amo y robándole la identidad.
La metáfora es compleja, porque su ascenso social y económico –llegar a tener su propia flota de taxis– no es el resultado de usar las reglas del sistema o mejorarlas mediante una lucha colectiva, sino justamente por violar las normas para su beneficio individual. Es cierto que el protagonista desea ser mejor amo que lo que fue el suyo, pero no por ello renuncia a las prácticas de dominación. El pragmatismo neoliberal opera en el protagonista no solo para impedir cualquier cuestionamiento ético, sino además para dotarlo de impunidad. Se siente tan importante como para escribirle directamente al primer ministro chino y para hablarle de tú a tú cuando lo encuentra, porque desde su perspectiva solo hay dos vías para triunfar en el mundo: ser delincuente o político. Y por ello siente que no hay diferencia entre él y el gobernante chino, como tampoco conoce la distinción entre la función pública y la privada. Los conceptos de bien común, de solidaridad y de responsabilidad social son descartados por la explotación del hombre por el hombre que se consagra en toda su magnitud.
Otro aspecto interesante de Tigre blanco es la predicción de que el tiempo del hombre blanco ha pasado y que el futuro pertenece a los hombres morenos o chinos. Hay allí una reivindicación geopolítica de que el antiguo colonizado será el que dominará el mundo, es decir, los antiguos esclavos serán los nuevos amos. Lo terrible es que no se pretende aniquilar la tiranía, sino conservar el sistema para que nuevos sujetos puedan ejercer las mismas posiciones de privilegio.
Para Hegel la única salida ética a esta dialéctica es la disolución completa de las figuras del amo y el esclavo: “La Historia se detiene en el momento en que desaparece la diferencia, la oposición entre el Amo y el Esclavo, en el momento en que el Amo dejará de ser Amo, porque no habrá más Esclavo, y el Esclavo dejará de ser Esclavo, porque no habrá ya Amo, sin que, además, aquel pueda volverse Amo, puesto que no habrá Esclavo”.
Desde mi perspectiva, no existe régimen político en el mundo donde se haya producido esa disolución.
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Cherie Zalaquett Chilena, doctora en Estudios Americanos