Libia en un peligroso espiral de manifestaciones desequilibrio político y económico

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Libia vive una situación de inestabilidad política y económica que ha desencadenado una ola de violentas protestas generalizadas durante esta primera semana de julio. Por una parte, el alto costo de la vida, agravado por el conflicto Rusia-Ucrania y los continuos cortes de electricidad en un país que paradoxalmente alberga los mayores yacimientos de crudo de ese continente; sumado al estancamiento político provocado por los dos gobiernos paralelos de Fathi Bashaga en Cirenaica y el de Abdul Hamid Dbeibah en Trípoli.  Ambos gobernantes utilizan los recursos potencialmente vastos del país para consolidar su posición y debilitar la de su rival.

Multitudes de manifestantes salieron a la calle en Trípoli, Bengasi, Misurata y Zintane inmediatamente después de las oraciones del viernes, mientras que en Tobruk un grupo de personas asaltó y destrozó las oficinas del parlamento, que posteriormente fueron incendiadas. “Queremos luz” era el lema que coreaban los manifestantes, que también exigían bajar  el precio del pan. Numerosas banderas verdes, símbolo del gobierno  de Muamar Gadafi, eran claramente reconocibles en las imágenes emitidas por la televisión. En las últimas semanas, los habitantes de todo el país han sufrido continuos cortes de electricidad, de hasta 18 horas.

Un país, dos gobiernos

Un punto interesante es que Libia pudiera ser un gran proveedor de gas y petróleo para toda Europa. Pero para ello se debe conseguir la estabilización del país y el primer paso para lograrlo debería ser  tomar un rumbo electoral y frenar la escalada de violencia que pudiera llevar a un enfrentamiento armado, es decir una abierta guerra civil.

Los dos gobiernos están conformados por un lado, por el primer ministro Abdul Hamid Dbeibah (Trípoli) cuyo nombramiento encuentra legitimidad en las Naciones Unidas y en la iniciativa del Foro de Diálogo Libio, pero que,  al mismo tiempo, no encuentra legitimidad en la Cámara de Representantes del parlamento de Tobruk  que de hecho le retiró la confianza tras el fracaso de las elecciones. El otro gobierno es el de Fathi Bashaga (Tobruk), ministro del Interior en el anterior gobierno de acuerdo nacional; quien fue encomendado por la Cámara de Representantes para dirigir el gobierno durante los próximos dieciocho meses y llevar a Libia a las elecciones, tanto parlamentarias como presidenciales.

Pero si el segundo, Fathi Bashaga, es cauto a la hora de tomar el poder porque es reacio a iniciar una confrontación armada;  el primero, Abdul Hamid Dbeibah,  es igualmente reacio a renunciar al poder porque sigue derivando su legitimidad de la voluntad de la asamblea de las Naciones Unidas. Así pues, la constante inestabilidad de Libia se extiende también a los principales recursos económicos del país.

La alternativa: elecciones dentro del año

La propuesta presentada por el primer ministro apoyado por la comunidad internacional, Abdul Hamid Dbeibah, es la dimisión colectiva de todas las instituciones políticas y la votación inmediata. Tras la violencia Hamid Dbeibah escribió en la red social Twitter “me sumo a la voz de los manifestantes de todo el país: todos los órganos políticos deben dimitir, incluido el gobierno, y no hay forma de hacerlo si no es a través de elecciones”.

Mientras que el Consejo de la Presidencia anunció una sesión permanente “para hacer realidad la voluntad de los libios (que quieren) el cambio y la instalación de una autoridad elegida”. Una situación tensa, que ha estallado en las últimas horas, y que también alarma a la ONU.

Recientemente, los representantes de los dos ejecutivos, en conversaciones con la mediación de la ONU, no llegaron a un acuerdo para convocar nuevas elecciones tras la anulación de las previstas el pasado mes de  diciembre. No obstante, una  reconciliación entre las dos Libias es casi imposible; porque ambos gobiernos Abdul Hamed Dabaiba  y Fathi Bashagha son rehenes de las milicias y los grupos armados que prosperan con la actual división y la consiguiente militarización.

Espiral de descontento

La presencia de mercenarios extranjeros en los dos bandos en los que se divide el norte de Libia pesa como un peñasco sobre los esfuerzos de reconciliación, alimentando la inestabilidad.

Las protestas han traído como consecuencia directa la caída de la producción petrolera libia por los bloqueos de los enfrentados bandos que se atribuyen el gobierno, lógicamente esto añade presión a un mercado global que ya ha visto un salto de casi un  50%  de aumento en el precio del crudo, que se ha disparado a casi 120 dólares el barril este año. Además, esta disminución de producción llega en un momento en que Europa busca alternativas a las fuentes de energía rusas en África y el Mediterráneo.

En el plano político interno, las consecuencias de estos bloqueos de la producción de petróleo están privando a los libios de su única riqueza en un momento en que los precios de los alimentos en los mercados internacionales, de los que el país depende en gran medida, están en su punto más alto. Una espiral que ha unido a los libios, divididos en todo, al menos en el descontento y que ha desencadenado protestas legítimas, pero el temor compartido es que si no encuentran una respuesta válida por parte de la política, podrían volver a sumir al país en el caos.

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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia

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