Hasta el estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania, el mundo no se había percatado que estas dos naciones eran objetivamente los graneros del mundo. Sólo Ucrania representa el 12% y el 16% de las exportaciones mundiales de trigo y maíz, respectivamente; además, antes de la exacerbación del conflicto, Kiev representaba por sí sola la mitad de la producción mundial de aceite de girasol, con Moscú, la cifra supera el 80%.
Durante marzo los precios del trigo han alcanzado cifras record en las bolsas, llegando inclusive a los 474,24 dólares por tonelada; para este 4 de abril se ubica en 365, 95 dólares por tonelada. Esta variación es indicativa de hasta qué punto el conflicto entre Rusia y Ucrania está impulsando una dinámica inflacionaria a nivel mundial. Específicamente a nivel de alimentación esto pone en una situación extremadamente delicada a los países del Norte de África y algunos del Medio Oriente, los cuales son altamente dependientes de las importaciones y con un elevado consumo de cereales. No olvidemos que estas son economías que se encuentran debilitadas por una difícil e incompleta recuperación postpandemia, lo cual afecta duramente la capacidad de esos Estados para mantener sus sistemas de subsidios. Por otra parte, la celebración del mes del Ramadán, en la religión musulmana, entre el 2 de abril y el 2 de mayo, supone un aumento sustantivo del consumo de productos a base de cereales, lo que está ejerciendo desde ya una presión adicional para los sistemas de alimentación norteafricanos y del Medio Oriente. Aumentos, escasez y racionamiento de los productos alimenticios pueden crear en los próximos días tensiones sociales ya preexistentes, lo que podría generar protestas y revueltas populares en estos países.
Egipto, Libia y Túnez, los países más afectados
Egipto es el mayor importador de trigo del mundo; el 50% de sus importaciones de grano provienen de Rusia y el 30% de Ucrania; así mismo el país consume aproximadamente tres veces la media mundial de pan per cápita, de acuerdo a cifras de la FAO. En los últimos meses, las autoridades han anunciado repetidamente su intención de aumentar el precio del pan subvencionado y han hecho un llamado a los 72 millones de ciudadanos que se benefician de él para que limiten su consumo. Las autoridades locales han declarado que disponen de reservas de trigo hasta junio; esto los ha impulsado a tratar de diversificar sus fuentes de suministro, abriéndose a productores de la Unión Europea, Estados Unidos, Argentina, Canadá y Paraguay. Pero el dilema es cómo mantener los precios del pan, si aumenta el precio de las importaciones. Esto ha generado en las autoridades egipcias el temor a que se repitan las “revueltas del pan” de 1977, con la consabida desestabilización a nivel político y social.
El aumento del precio del trigo también tendrá un impacto significativo en Libia, el país de la región donde la tasa de inseguridad alimentaria alcanza el nivel más alto, afectando a cerca del 37,4% de la población de acuerdo a cifras de la ONU. Libia importa alrededor del 90% de sus cereales, el 43% de los cuales procede de Ucrania.
En Túnez, el aumento del precio del trigo se produce en el marco de una transición política y una situación económica extremadamente delicada. En los últimos meses se ha verificado a través de las agencias de prensa, la escasez de harina y sémola en varias zonas del país, así como de la imposición de límites a las cantidades que se pueden comprar. Las autoridades locales siempre han negado la posibilidad de reducir las subvenciones estatales. Pero no descartan, en el marco de las reformas necesarias para la recuperación económica, la solicitud de un sustanciosos préstamo con el Fondo Monetario Internacional, el cual se ha venido negociando en los últimos meses. Un tentáculo más del capitalismo en el norte de África. Túnez también quiere diversificar sus suministros aumentando las importaciones desde Argentina y Uruguay.
Líbano en la cuerda floja
El panorama general del Líbano es complejo, el país se encuentra sin ayuda financiera inmediata y se enfrenta a un colapso de su sistema de alimentación que podría producirse en cuestión de semanas o incluso días. Recientemente el presidente libanés, Michel Aoun, explicó en un discurso a la nación que el conflicto ruso-ucraniano está afectando la capacidad del Líbano para conseguir suficiente grano, y al mismo tiempo, instó a las Naciones Unidas a aumentar la ayuda alimentaria al país. El Líbano necesita importar unas 50.000 toneladas de trigo al mes para cubrir la demanda de pan del país y el gobierno dependía de Ucrania para unos dos tercios del suministro de trigo, unas 400.000 toneladas al año. El Líbano solía almacenar reservas de grano para cuatro meses, pero la explosión en el puerto de Beirut destruyó los principales silos de almacenamiento de grano del país.
Ante esta situación el ministro de Economía del Líbano, Amin Salam, ha pedido la intervención de Estados Unidos y otros productores internacionales para garantizar una reserva de emergencia, ya que las existencias de trigo siguen siendo escasas y los silos no están disponibles desde la explosión en Beirut. La medida, que crea una fuerte dependencia alimentaria de Washington, sería un intento de respuesta directa al conflicto entre Rusia y Ucrania, pero también parece formar parte de una estrategia más amplia para mantener las reservas.
En el país de los cedros, los temores surgen ante una fuerte subida de los precios del trigo debido al conflicto entre Rusia y Ucrania. Esto haría que el Banco Central del Líbano, ya escaso de efectivo, no pueda seguir subvencionando el pan. Las consecuencias podrían derivar rápidamente en malestar social, en un país en el que casi tres cuartas partes de la población han sido empujadas a la pobreza desde 2019.
Siria y la inseguridad alimentaria
La producción nacional de cereales en Siria, situada en gran parte en el noreste del país y bajo el control de las Fuerzas Democráticas Sirias, está en su punto más bajo. Las razones son múltiples y se resumen en los daños infraestructurales causados por el conflicto siriano además del cambio climático, que ha causado desertización y una larga sequía que ha perjudicado gravemente al sector agrícola. Cuando Moscú inició la operación militar en Ucrania, siendo Rusia uno de sus proveedores de cereales, las autoridades sirias anunciaron como medida de precaución el racionamiento de alimentos como el trigo, pero también del combustible, el aceite de cocina y el azúcar, además de la reconfiguración del gasto público para hacer frente al aumento de los precios mundiales de los productos básicos. Según el Programa Mundial de Alimentos, alrededor del 60% de la población siriana sufre inseguridad alimentaria. A principios de año, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, declaró que la situación humanitaria en Siria está cerca de un punto de no retorno. La inseguridad alimentaria es solo una de las secuelas del conflicto entre Rusia y Ucrania, que en definitiva está afectando al mundo en general. Una vez más se comprueba la inutilidad de las guerras, solo producen hambre, miseria, pérdidas de vidas, tragedia y desolación.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia
