Italia vivió en el día de ayer, 6 de abril, una ola de manifestaciones después del receso pascual vivido en confinamiento en toda la península. Dueños de restaurantes, gerentes de gimnasios, academias de baile, dueños de hoteles, operadores turísticos, trabajadores y trabajadoras de otras categorías comerciales, se reunieron en una manifestación en la capital italiana, frente a la Cámara de Diputados, en Montecitorio, para protestar en contra de los reiterados cierres de sus actividades y puestos de trabajo, ante lo consideran una normativa errada producto de las restricciones por la propagación del Covid 19 en el país. Algunos manifestantes gritaron consignas como “Yo sí abro” (Io si apro).
En comparación con otros países de Europa, las medidas de cierre obligatorio bajo pena de multa han sido más duras en Italia, y evidentemente ya ciertos sectores de la población, que no reciben ayuda gubernamental, o cuyo apoyo social es limitado y los cuales ya están dentro del umbral de la pobreza, con riesgo de llegar a la pobreza extrema. Las largas filas de personas y familias enteras, en las asociaciones cristianas que ofrecen comidas diarias de manera gratuita, indican que a nivel social no son solo los migrantes los que no tienen un trabajo o medios para sostenerse, sino que también son los italianos e italianas quienes están sufriendo esta crisis sanitaria que se ha profundizado a nivel económico.
No solo en Roma se vivieron las protestas, en Caserta, la autopista A1 estuvo bloqueada durante horas, mientras que en Bari una manifestación bloqueó el centro histórico de la ciudad. Una gran preocupación surge en las llamadas ciudades de arte como Roma, Florencia, Venecia, Pisa, cuya subsistencia económica se basa principalmente en los millones de turistas extranjeros que anualmente las visitan y que este año, al igual que el pasado, está marcado por una falta de certeza en los protocolos para los extranjeros que desean visitar a Italia y que por el clamoroso retraso en la campaña de vacunación ha impedido que lugares turísticos por excelencia sean declarados «libres de Covid». Grecia, por el contrario, ya se prepara para recibir a los visitantes de otros países, ha adelantado su campaña de vacunación y ha certificado las islas más importantes por sus atractivos turísticos «libres de Covid».
No es difícil imaginar que estamos en vísperas de un posible estallido social, el desespero se lee en los rostros de la gente, algunos inclusive han dejado de usar mascarilla. Sin embargo, existe todavía una pasividad de gran parte de la población, atenazada por el miedo y la psicosis como efecto del martilleo propagandístico de la televisión (pandemia, muerte, contagios, vacunas, obligatoriedad, encierro, entre otros), pero la exasperación y la falta de dinero llevan a la gente a rebelarse o a cometer los actos insensatos.
Qué se puede esperar en el viejo continente
La línea política la ha dado recientemente Jens Weidmann en la reunión Internacional de Periodistas Económicos de Frankfurt, Alemania, celebrada el 31 de marzo de este año. Weidmann básicamente dijo que la crisis de la pandemia no puede ser una excusa para hacer crecer aún más la deuda asistencial, sino que hay que volver al equilibrio de las cuentas, subrayando que “una vez superada la crisis del coronavirus, será necesaria la firmeza en la política monetaria”. Esto quiere decir que el Banco Central Europeo ya no inyectará liquidez en el sistema.
En consecuencia, el atribulado viejo continente, y sobre todo el sur del Mediterráneo, debe prepararse para unas férreas políticas que estarán encaminadas seguramente hacia la reformas de las pensiones y la imposición de mayores impuestos, sin descartar la eventual venta de gran parte del patrimonio nacional y otras privatizaciones en beneficio de los poderes financieros de siempre, a los que responde comprobadamente, al menos en Italia, el silencioso primer ministro amo y señor de las cuentas, “Mario Draghi”.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia