A 10 años de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático en Bolivia

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Por Víctor Bahamonde

Viajamos en un grupo de tres personas a Bolivia por tierra. Partimos a primera hora desde Santiago y llegamos a Iquique al otro día en la madrugada. Subimos en bus a Oruro al medio día y arribamos muy tarde en la noche a tierras bolivianas. Para los tres era primera vez que íbamos al país andino y, para algunos, la primera vez que salíamos del país. Íbamos a la primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, realizada en Tiquipaya, departamento de Cochabamba, entre los días 20 y 22 de abril de 2010, representando a la pequeña organización política en la que participábamos. Por otra vía, salieron también una decena de buses desde Santiago que irían directo a Cochabamba. 

La convocatoria la hizo el presidente Evo Morales Ayma, en el contexto de la discusión internacional sobre cambio climático que se estaba dando entre las COP-15 de Copenhague (Dinamarca), celebrada en diciembre de 2009, y la COP-16 que se realizaría a fines del 2010 en Cancún (México). Esta invitación al encuentro mundial de los pueblos fue acogida por cientos de organizaciones sociales de los cinco continentes, con más de 10 mil participantes y marcó un momento político importante para América Latina, pues se convirtió en un hito histórico en el desarrollo y la articulación de pensamiento socioambiental en clave socialista y abrió una discusión planetaria en temas relacionados al derecho, la economía, la energía y las relaciones internacionales, sobre todo en las organizaciones de izquierda que en materia ambiental o ecológica estaban muy atrasadas. 

En general, el diagnóstico era que en las Conferencias de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, conocidas como las COP, no se tomaban decisiones integrales y no tenían la voluntad política suficiente para establecer medidas de cambios estructurales al modelo económico, y ello había quedado plasmado en el llamado “Acuerdo de Cophenague”, que significaba un retroceso, incluso, sobre el «Protocolo de Kioto» de 1997, donde 37 países habían establecido un acuerdo vinculante para evitar que la temperatura del planeta siga ascendiendo por efectos del capitalismo salvaje. El “Acuerdo de Cophenague” fue arbitrario, no tuvo la participación de todos los países. Promovido por Barack Obama, significó que dos países (Estados Unidos y China) debían ponerse desafíos no vinculantes, es decir, asumir compromisos de buena crianza, para evitar que el planeta aumentara su temperatura en 2ºC, es decir, una política que desatendía profundamente las exigencias de los pueblos del mundo que clamaban por un nuevo paradigma de desarrollo, sin explotación infinita de la naturaleza y con transición energética hacia un nuevo modelo justo, sustentable, democrático y soberano.

Delegaciones de los cinco continentes se reunieron en Tiquipaya el 2010.

Los acuerdos que tomaban los llamados países desarrollados en las COP eran débiles y la forma de discusión diplomática era burocrática e insuficiente. La Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra era la contrapropuesta desde la diplomacia de los pueblos, de aquellos grupos humanos excluidos en todo el planeta y que tenían miles de ideas que proponer, urgencias que atender y soluciones que entregar. La discusión en este espacio se dio en 17 mesas de trabajo, donde surgieron planteamientos sobre la posibilidad de realizar un Referéndum Mundial sobre acciones a tomar en torno a la crisis; Migración Climática, sobre los desplazamientos que se están dando en el mundo y que se seguirán dando en torno a los cambios geográficos e impactos territoriales que genera el cambio climático; Derechos de la Madre Tierra, para llegar a la redacción de una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra como sujeto de derecho y no solo como objeto económico y político; Tribunal de Justicia Climática, donde poder litigar las afectaciones a los derechos de la Madre Tierra, imponiendo sanciones a los países que afecten dichos derechos; Agricultura y Soberanía Alimentaria, para cambiar el modelo alimentario e industrial desde el mundo rural; además de la mesa de Pueblos Originarios, quienes entregarían una visión del paradigma del “Buen Vivir”, posteriormente muy propagada como idea por toda América Latina entre las fuerzas políticas y sociales.

Eran tiempos donde en Bolivia se hablaba de “ver el mundo desde Bolivia y no Bolivia desde el mundo”, es decir, construir una visión propia, un paradigma político, social y económico andino, donde las comunidades organizadas, los movimientos sociales y el gobierno desarrollen su propia y pertinente vía al desarrollo. Esta conferencia mundial se daba, también, en el contexto de que Bolivia fue el primer país del mundo que llevó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la discusión para concebir el agua como un derecho humano, que fue asumida el 28 de julio de 2010 como tal por dicho organismo. Una propuesta también respaldad por la conferencia en Tiquipaya.

América Latina, Bolivia y Chile eran países distintos, parece poco tiempo, pero en una década ese mundo se puso cuesta arriba. Era la emergencia de una fuerza social y política que en el continente tenía su auge, donde los movimientos sociales y políticos con una perspectiva transformadora estaban avanzando, pese a las dificultades históricas, las tensiones e, incluso, varias contradicciones dentro de procesos políticos que entregaron más derechos sociales a sus pueblos, recuperaron una gran cantidad de bienes comunes como el agua, los minerales, hidrocarburos, tierra, mar y sistemas energéticos, poniendo más y mejores recursos para el beneficio colectivo de sus países, sin embargo, dependiendo el país, no exentos de contradicciones y tensiones internas, por ejemplo, en la conferencia también surgió una “mesa 18”, que estaba hecha para mostrar las contradicciones del propio Bolivia, como país organizador, en su modelo andino de capitalismo. Esta tensión política se dio en varios países y, por supuesto, fue aprovechada por Estados Unidos, algunas ONGs y medios de comunicación liberales y neoliberales para poner en entredicho los procesos políticos transformadores. Esas tensiones tuvieron siempre argumentación cruzada y la critica principal a los procesos de cambio vinieron de la mano de la mantención del paradigma primario-exportador y extractivista, pero desatendieron la situación en la que estaba América Latina en los momentos previos al auge de estos gobiernos, que significaron siempre un dolor de cabeza para el imperialismo norteamericano. Esas discusiones, una década después, siguen abiertas y generando tensiones entre las fuerzas políticas y sociales de cambio: ¿Cómo superar el modelo extractivista y el capitalismo local desde una visión popular, democrática y socialista? Nada de fácil la ecuación, pensando en que seguimos siendo países de la periferia. 

En la inauguración de esta conferencia, Evo Morales pronunció un discurso de desafíos planetarios que aún tenemos, incidir desde los pueblos en las políticas mundiales sobre la crisis climática y ofrecer alternativas al capitalismo que nos llevó a esta situación irreversible. La prensa internacional, de ese discurso, difundió paradójicamente que Evo dijo que con la bebida cola del imperio se podía destapar los WC y que las hormonas de los pollos estaban causando cambios físicos en los seres humanos, adelantando la juventud. También, en pleno acto de inauguración, lleno de color, cantos y mucha difusión sobre la naturaleza del país andino, Evo dijo que ojalá en la organización del evento no entreguen comida en bolsa ni plumavit y, mientras pronunciaba esto, varias personas se pararon del público, en una carrera frenética, y se fueron a conseguir miles de platos de loza para servir el almuerzo que ya se acercaba. Por lo visto, no era una de las cosas logísticas consideradas, pero se atendió a ese requerimiento que en una cumbre como esta iba tomando cada vez más relevancia.

Mesas de trabajo de la cumbre.

Esta última década también fue un tiempo donde se comenzó a incidir en la política internacional desde América Latina y problemas planetarios, como la crisis climática, comenzaban a abordarse con la “diplomacia de los pueblos”, que fue, probablemente, el principal aporte de esta conferencia, que tendría también su segunda versión en el 2015. Comenzó a desarrollarse fuertemente la participación de las organizaciones comunitarias y movimiento sociales de nuestros países en temas socio-ambientales. Recuerdo que Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, en un discurso contaba que cuando tenían que viajar a estas conferencias de países lo hacían con dirigencias de organizaciones sociales, para que incidieran en el debate; pero al principio no tenían ninguna contraparte. Cada país llevaba a sus diplomacias, ministerios y expertos, nadie llevaba a dirigencias sociales ni comunidades afectadas por los problemas que estaban tratando de resolver. Así, países como Ecuador, Brasil, Uruguay y otros de la región, comenzaron a viajar con delegaciones políticas y sociales para que ambos mundos comiencen a dialogar soluciones, tanto desde los gobiernos como  desde los movimientos sociales.

La Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra sacó una resolución donde llamaba a los países a tomar medidas contundentes y estructurales para dar un giro al modelo de desarrollo, sin embargo, hasta hoy seguimos esperando que esas medidas existan, se dialoguen y se tomen en los países que afectan con creces el calentamiento global, los gases de efecto invernadero y las afectaciones más grandes sobre sus países y sobre los países periféricos a través de sus corporaciones.

Hoy, encerrados en nuestras casas, cuidándonos de manera colectiva de una pandemia mundial con el Covid-19, vemos cómo por semanas de bajar el ritmo de la producción mundial se ven efectos sobre el planeta, donde destacan la limpieza en el aire de las zonas saturadas, el eventual cierre del agujero de la capa de ozono o el margen de tiempo que se le ha dado a algunas especies en peligro de extinción para poder reproducirse, sin el acoso y la explotación de los seres humanos sobre su hábitat; sigue siendo una urgencia emplazar a los organismos internacionales, a los países imperialistas y a las megaempresas, responsables de la crisis climática, a que tomen medidas sobre los efectos destructivos que generan en el mundo, pues desde las organizaciones sociales, desde las comunidades y pueblos afectados se sigue construyendo un pensamiento propio que, tarde o temprano, luchará con más fuerza contra sus decisiones erráticas, autodestructivas y que amenazan la vida o, mejor dicho, de todas las vidas en el planeta. Ya no hay vuelta atrás, a pesar de que sigan insistiendo en mantener, como sea, el modelo neoliberal y sus privilegios para unos pocos, a esa “normalidad” de sobreexplotación, tanto a los seres humanos como a la naturaleza, no queremos volver.  

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Víctor Bahamonde Historiador ambiental

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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