Libia: un espejo de agua donde debe mirarse Venezuela (segunda parte)

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Por Yoselina Guevara López

El camino de la humanidad ha estado marcado por la lucha del hombre contra el hombre. Los seres humanos se han enfrentado entre sí por la posesión de una cueva, un pozo, una franja de tierra fértil o un continente. Esto nos señala cómo la guerra es el acto más aberrante que un ser humano puede realizar, porque su génesis subyace en la dominación o la eliminación de sus semejantes.

En esta segunda parte del artículo haremos un breve recorrido por los hechos acaecidos en Libia, que conllevaron a la caída de Muamar Gadafi, los cuales tienen puntos de coincidencia con las circunstancias que ha vivido y vive el proceso revolucionario venezolano. Las estrategias que usa el Imperio son las mismas, solo cambian los territorios y las reacciones de los pueblos. No obstante, los planes imperialistas han encontrado en Venezuela un muro de contención, sobre todo por la imprescindible fuerza que impulsa al pueblo en su autodeterminación a ser libres, soberanos y continuar bajo la conducción del presidente Nicolás Maduro.  

Las supuestas revueltas populares

La primera fase del conflicto en Libia comenzó con la revuelta del 17 de febrero de 2011, en que grupos expresaban su descontento con el gobierno del coronel Gadafi, y que estuvo conectada con diversos focos de levantamiento en los países vecinos, Túnez y Egipto. La reacción de la autoridades de gobierno fue implantar una línea dura contra las protestas, lo que dio lugar a que rápidamente se convirtieran en núcleos armados, bien apertrechados.  Al mes siguiente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) intervino en favor de los insurgentes. Pero no solo este organismo dio su apoyo a los opositores a Gadafi, sino también los países que ya estaban aliados para una intervención militar. Al respecto, el periodista Manlio Dinucci, el 28 de febrero de 2011, escribió: “Los Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apoyan una insurgencia armada en el este de Libia, para justificar una intervención humanitaria. No se trata de un movimiento de protesta no violento, la insurgencia armada en el este de Libia está directamente apoyada por potencias extranjeras”.

El conflicto se extendió por varios meses y abarcó muchas zonas del país; la revuelta popular, que parecía espontánea, efectivamente había sido organizada y poco a poco fue ganando terreno, hasta que Gadafi perdió Trípoli y debió refugiarse en Sirte. En esta última ciudad, el coronel fue asesinado por los insurgentes, con la aprobación de algunos de sus traidores seguidores.

Caída de Trípoli en manos de los rebeldes, agosto de 2011.

Bombardeos «humanitarios»

Al mes de inicio de las revueltas populares, el 17 de marzo, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución No. 1973, por la que autorizó la adopción de todas las medidas necesarias para “proteger a la población civil” y el establecimiento de una zona de exclusión aérea. Las operaciones militares comenzaron a los dos días, con el ataque de los cazas Dassault Rafale del Ejército del Aire francés, el lanzamiento de más de 110 misiles crucero Tomahawk por las fuerzas navales de la OTAN y un bloqueo marítimo establecido por la Marina Real Británica. Estas incursiones dejaron a su paso la destrucción casi total de ciudades y cientos de fallecidos que la prensa llegó a llamar: “daños colaterales”.

De acuerdo con investigaciones de Amnistía Internacional, para julio de 2011 la OTAN había realizado alrededor de 6 mil 500 misiones de combate, lo que conllevó a que para esa misma fecha más de 641 mil personas huyeran del país, éxodo que continúa hasta hoy, en una marcha en busca de la paz y de mejores condiciones de vida. Tan solo al principio de los ataques se destruyeron al menos mil 500 objetivos militares, y se descargaron más de 800 cohetes. Para ellos la OTAN utilizó las bases militares que tienen desplegadas en toda Europa; demás está decir que este continente tuvo una participación activa en la destrucción de Libia.

La intervención militar fue planeada por el Pentágono, en sus más mínimos detalles, desde hacía varios meses. Seríamos inocentes e ilusos si pensáramos lo contrario, no hay duda que la revuelta en Libia, por su magnitud, las implicaciones geopolíticas y económicas, debió ser planificada minuciosamente. En un primer momento, se hizo creer a la opinión pública que el movimiento de protesta se había extendido espontáneamente de Túnez y Egipto a Libia. Pero cuando se observan las fechas en las cuales ocurrieron las incursiones, se verifica una acusiosa coordinación. Son múltiples los documentos que se encuentran en Internet y que comprueban la participación en territorio libio de fuerzas especiales de Estados Unidos y Gran Bretaña, para organizar la oposición insurgente a Gadafi.  

Petróleo, el oro negro de la ambición

De todos los hechos acontecidos en Libia, no queda la menor duda que el objetivo subyacente de la operación militar era obtener el control de sus reservas de petróleo y gas, bajo la apariencia de una intervención humanitaria. Con 46 mil 500 millones de barriles de reservas probadas, la nación africana es la mayor economía petrolera del continente, seguida de Nigeria y Argelia.

La finalidad de la intervención no fue la protección de los civiles, pese a que esgrimieron que el pueblo estaba oprimido y asfixiado por un dictador cruel –¡culpable de ayudar a conseguir el más alto nivel de vida de la región!–. El objetivo fue derrocar a Gadafi, instalar un régimen títere y obtener el control de los recursos naturales de Libia.

Actualmente, cientos de miles de libios abandonan su país tras la crisis humanitaria acarreada con la intervención extranjera de 2011.

La Libia actual

A nueve años de la caída de Gadafi, Libia ha sido arrasado por la guerra. De un desierto florecido de donde se extraía agua cristalina, pasó a ser un arroyo putrefacto donde se esparcen las más bajas acciones humanas. Libia es hoy en día un refugio para terroristas, un centro de contrabando de migrantes, un país donde reina la anarquía, con la generalización de la violación de los DD.HH. a la población, y donde quedan impunes hasta los asesinatos en masa de victimas inocentes.

A nivel de control gubernamental, el país está dividido en dos: por una parte, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), con sede en Trípoli, reconocido por la ONU y la Unión Europea (UE), y por otra, se encuentran  las fuerzas leales a Jalifa Haftar, que controla prácticamente el este del territorio. Haftar, quien tiene el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos y Rusia, es un viejo enemigo jurado de Gadafi, que había huido de Libia, traslandándose casualmente a Virginia, Estados Unidos, muy cerca de la sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Haftar participó en numerosos intentos fallidos de derrocar a Gadafi. Pero, ambas fuerzas políticas realizan constantemente visitas diplomáticas a Occidente, tratando de ganar respaldo y aceptación entre los distintos gobiernos, en una medición de fuerzas políticas para conseguir quizás también apoyo militar.

Libia siempre ha sido para la UE una de las urgencias a las que hacer frente. El coronel Gadafi lo vaticinó en 2011: “Están bombardeando el muro que bloquea el camino de los migrantes y terroristas a Europa”. Ahora, con la emergencia coronavirus en Europa, no se ha paralizado la crisis de migrantes desde Libia. Por el contrario, se ha incrementado, por el temor del contagio y las carentes condiciones sanitarias en que la guerra los ha sumido. Con la llegada de la primavera, y las buenas condiciones atmosféricas, se calcula que se generen mayores desembarcos de libios en las costas italianas. A la emergencia Covid-19 y la crisis económica, se sumará una nueva ola migratoria que pondrá de manifiesto las divisiones e incoherencias de los Estados miembros de la UE en materia de política exterior.

La posición de la administración Trump con respecto a Libia es de muy bajo perfil. El 31 de marzo de 2020, el inquilino de la Casa Blanca declaró, en una reunión con su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, que era importante cesar el fuego en Siria y Libia, dada la expansión de la pandemia del Covid-19. Territorios que evidentemente ya están devastados por las incursiones armadas promovidas por la OTAN, en una coalición encabezada irónicamente por el Gobierno de los Estados Unidos. Así, mientras Trump pide un cese de fuego allí, enfila sus amenazas bélicas en Sudamérica contra la Revolución bolivariana.

Hoy más que nunca el pueblo venezolano debe continuar cohesionado entorno a sus legítimos gobernantes, manteniendo la unión cívico-militar que construyó el comandante Chávez, cuyo legado y dirección van más allá de su desaparición física: “Unidad, Lucha, Batalla y Victoria”.

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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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