Por Katia Gumucio
Dicen por ahí que los sobresueldos nacieron como “recomendación” del Banco Mundial, cuando Bolivia volvía a la democracia y se hacía cargo del sector de minería e hidrocarburos. Dicen también por ahí que no debíamos permitir la “fuga de cerebros”, que, por lo demás, garantizarían el buen funcionamiento y administración de la “cosa pública”. Para reconstruir el país, necesitábamos a los mejores. ¿Recuerdan? “Bolivia se nos moría”.
Desde 1985, la respuesta de los gobiernos neoliberales, marcados por la relocalización y la libre contratación establecida en el D.S. 21060 y la idea del mercado como actor idóneo de la redistribución de la riqueza –dejando al Estado como simple regulador–, terminaron con el paradigma de “exportar o morir” y la opción fue exportar gas por Chile, con el trágico saldo que octubre nos dejó el año 2003.
Para muestra, un botón publicado en el portal Lloyd Aéreo Boliviano Fleet: “Sin embargo, en el Gobierno del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, el año 1994, dicha administración decide capitalizar a todas las empresas estatales mediante la venta del 50% del paquete accionario de cada empresa, siendo el Lloyd Aéreo Boliviano uno de los casos más emblemáticos. Fue vendido el 19 de octubre de 1995 y sus directores no realizaron inversiones en la empresa en la magnitud que se esperaba y se establecía en los contratos, dedicándose más bien a descapitalizar a la empresa, a tal punto que ni siquiera se continuó con la importación de repuestos para las aeronaves y se recurrió al canibalismo para poder mantener a la flota en estado operativo”.
La normativa para prevenir, luchar y combatir la corrupción en el Estado Plurinacional de Bolivia está establecida en la Ley 004 de Lucha Contra la Corrupción “Marcelo Quiroga Santa Cruz”, Ley 341 de “Participación y Control Social”, la Política Nacional de Transparencia y Lucha contra la Corrupción D.S. 214 y un variado grupo de reglamentos. Tenemos las normas, el resultado de la aplicación de las mismas debería ser, como han vuelto a decir por ahí, “caiga quien caiga”.
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Katia Gumucio Periodista