En mayo, Karl Marx

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Si alguna vez leíste Las cenizas de Ángela de Frank McCourt, conoces de cerca la pobreza como herida que marca una vida desde la infancia. Si alguna vez te conmovieron los relatos de Charles Dickens, comprenderás las formas brutales de la explotación en la Revolución Industrial. Y si alguna vez fuiste testigo —o protagonista— de injusticias laborales, sabrás por experiencia lo que significa vivir en un sistema que prioriza la ganancia sobre la dignidad. En ese contexto, no puede pasar desapercibido su aniversario este mes de mayo, el 5 de 1818, nacía en Tréveris, Alemania, uno de los grandes pensadores de la historia moderna, y de praxis política, Karl Marx.

Hijo de una familia judía, su padre —un abogado que se convirtió al luteranismo por razones legales— conocía de cerca los límites que la ley impone cuando se ampara en la desigualdad. Esa experiencia temprana moldeó la mirada crítica de Marx hacia un sistema social basado en la exclusión, la arbitrariedad y la explotación. Su vida, marcada por el exilio, la pobreza y la pasión por el conocimiento, bien podría ser el guion de una novela: en París, Bruselas, y finalmente en Londres, donde moriría en 1883, Marx combinó la vida de padre de familia, activista político  y filósofo con un trabajo intelectual incansable.

Lejos del estereotipo rígido de ideólogo, Marx era un hombre de intereses múltiples. Amaba la literatura clásica, en especial a Shakespeare, Honore de Balzac, Dickens. En su juventud fue un admirador y seguidor de  la filosofía hegeliana, aunque más tarde la criticaría severamente.  Disfrutaba del vino, de los debates acalorados en los cafés, y mantenía una profunda amistad (y colaboración teórica) con Friedrich Engels, sin cuyo apoyo económico quizás El capital no habría sido escrito. Su actividad periodística fue intensa y sostenida: trabajó durante años como corresponsal en Europa para el New York Daily Tribune, donde publicó más de 500 artículos. También escribió para otros medios como el People’s Paper, el Neue Oder Zeitung y Die Presse. Antes de eso, había colaborado con la Gaceta Renana y fue fundador y editor del Neue Rheinische Zeitung, desde donde impulsó una prensa comprometida con las luchas sociales de su tiempo. Una faceta menos conocida pero fundamental para entender su compromiso con la realidad inmediata de su tiempo.

Algunos de sus gustos personales:

•             Apreciaba profundamente la poesía y escribió algunos poemas en su juventud.

•             Admiraba a Homero y Dante, pero también a novelistas de su época.

•             Tenía una gran estima por la ciencia y el método riguroso.

•             Mantenía una fuerte ética del trabajo intelectual, que muchas veces lo llevó al borde del colapso físico.

Su legado

Lo que distingue a Marx no es solo su crítica al capitalismo, sino su capacidad de desentrañarlo con una precisión casi quirúrgica. Vivió en Inglaterra, el país más desarrollado de su tiempo, donde vio el sistema industrial en su expresión más acabada: fábricas que exprimían la vida de obreros, mujeres y niños a cambio de salarios miserables. Desde allí pudo desarrollar sus ideas centrales: la lucha de clases como motor de la historia, la noción de plusvalía como mecanismo de acumulación, y la dialéctica entre las condiciones materiales de existencia y las formas de conciencia.

Uno de sus aportes más revolucionarios fue el concepto de praxis: no basta con interpretar el mundo, es necesario transformarlo. También distinguió entre clase en sí (una categoría objetiva: quien vive de vender su fuerza de trabajo) y clase para sí (una subjetividad colectiva: el momento en que esa clase toma conciencia de su lugar en el sistema). Así, ser parte del proletariado no depende solo del tipo de trabajo, sino de entender que incluso un trabajador intelectual —docente, periodista, escritor— forma parte de ese engranaje si depende de su labor para subsistir.

Una memoria incómoda

En tiempos donde el término “marxista” se usa con liviandad —o directamente como etiqueta vacía—, recordar a Karl Marx implica más que celebrar su nacimiento. Es, también, un llamado a la responsabilidad crítica. Su pensamiento no es una receta cerrada ni un dogma, sino una herramienta para pensar, analizar y actuar en un mundo donde las desigualdades siguen siendo profundas.

Hoy, la figura de Marx no se encierra en estatuas ni citas de manual. Está en cada intento de comprender el mundo desde sus contradicciones, y en cada gesto que busca cambiarlo desde la raíz.

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