Marlene: “el amor por lo que se hace es la primera condición para transitar por la vida”

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Marlene (nombre artístico de Eliana Tafle) es una joven argentina oriunda de Morón –al oeste del Gran Buenos Aires– que recorre el mundo árabe y ha comenzado a ser extraoficialmente una verdadera embajadora cultural de la Argentina a través del arte de la danza. Una bailarina que desde 2005 se especializa en danzas árabes, danza jazz y ballet. Encontró en el bellydance –la danza del vientre– su pasión y su nicho artístico. Descubrió el estilo egipcio en Argentina y se dedicó por completo a incorporar sus técnicas, tomando clases con cada maestro egipcio que se acercaba al país o los países limítrofes como Chile y Brasil. Hoy recorre todo el mundo árabe ofreciendo su arte y aplicando sus conocimientos, que no paran de aumentar conforme integra nuevas experiencias y viajes.

El último trimestre de 2023 trabajó en Túnez, otro país árabe con la misma base cultural pero muy distinto a Egipto. En 2024 compartió un semestre en Argentina enseñando y bailando con colegas del país, y después se fue en Egipto y Túnez por períodos cortos. Según tengo entendido, ahora está conquistando un nuevo país árabe, Emiratos Árabes Unidos (donde se encuentra Dubái). ¿Cómo se procesa tanta exigencia artística y cultural en sociedades tan diferentes como la nuestra?

Supongo que con disciplina, voluntad y, sobre todo, una profunda vocación. Y hallé la mía y considero un privilegio hacer lo que hago con tanto gusto. Supongo también que la base tan intercultural que tiene la sociedad Argentina, con sus flujos migratorios tan disímiles (entre ellos de los países árabes) contribuye a una actitud mental y social más abierta que facilita las cosas. En mi caso, nunca me sentí extranjera en los países que me han recibido. Hasta la comida, por momentos, me ha parecido familiar y eso es un patrimonio intangible cultural que tiene la Argentina y que no apreciamos debidamente. Fuimos y seguimos siendo una nación de naciones con una mentalidad, una idiosincrasia multiétnica e intercultural abierta al mundo.

¿Cómo llegó esta expresión artística a tu vida? 

Desde mi infancia, los domingos salíamos a pasear con mi familia, y en uno de esos paseos terminamos disfrutando el show de una Feria de Colectividades en la ciudad de Morón. Y ahí estaba un grupo de tres o cuatro bailarinas haciendo movimientos llamativos, con vestuarios azules, muy hipnóticos para mis ojos inexpertos. Y ahí mismo le dije a mi mamá que yo quería hacer eso. Tendría unos 12 o 13 años. Ya era una deportista, practicaba gimnasia artística y me iba muy bien. Pero hubo algo de ese show que me cautivó por completo.

Sintió el llamado de las Moiras, del destino, dirían los griegos

Sí, probablemente… Aunque en ese momento la idea quedó en al aire, pero como suelen decir ahora que “el Universo conspira”, a mi madre le llegó un folleto con la información sobre unas clases de danzas árabes cerca de mi casa. Fui y no dejé de ir más. También fue un momento importante de esta disciplina en Argentina, había como un auge gracias a la influencia de Shakira, la novela brasilera «El Clon» y la colectividad árabe que era muy activa. Se hizo muy famosa la danza del vientre y muchas chicas de mi generación se lanzaron a ella.

¿Quiénes fueron sus primeros maestros?

Empecé con Yoryina, una mujer que fue muy profesional conmigo y cuando no tuvo más para enseñarme me mostró el camino y las opciones que tenía para seguir perfeccionándome. Así llegué a una academia profesional en Capital Federal donde completé mi profesorado de cinco años en el que no solamente aprendí a bailar esta rama de los bailes árabes, sino que me formé en la técnica de la danza clásica, en danza jazz, en historia y cultura de las danzas árabes que estaba incorporando y el estudio de su música. 

Supongo que todo esto fue en sus años adolescentes… ¿Hizo sus estudios secundarios también?

Sí, claro… Todo esto sucedió al mismo tiempo que terminaba mis estudios obligatorios. Mis amigos empezaron la universidad y yo también lo hice. Entré en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), para estudiar la carrera de Contador Público, pero a los dos años y con casi 10 materias completas se comenzaron a superponer las clases  y los exámenes con los horarios de ensayos del grupo de baile del que era parte. Entonces decidí priorizar mi danza, mi pasión.

El que arriesga gana.

Exacto, y así fue en mi caso, por fortuna. Pero también tuve un gran plus por parte de mi familia que me apoyó incondicionalmente, más allá de sus propias dudas o miedos. Me convertí en la oveja artista de la familia y sabía que lograría todo lo que me propusiese. 

Esa confianza es condición sine qua non para triunfar en las artes… En la vida en general.

El amor por lo que se hace, creo yo, es la primera condición para transitar por la vida. Solo así podemos hacer nuestro particular regalo al mundo. Todos venimos con un obsequio para dar y transmitir. Yo hallé el mío y darlo es casi una obligación moral. Un motor que me mueve.

Y la mueve mucho, sin dudas. Dubái, Túnez, Egipto, etcétera.

Un privilegio, sin dudas, como dije antes. Lo mío no es un trabajo, es un disfrute constante, que requiere, no obstante, mucha voluntad y enfoque disciplinario. Sarna con gusto no pica.

En su formación estudió otros estilos de danza… Usted fue directora de su propia escuela de Danzas Helwa en el oeste del GBA durante seis años, y enseñó allí diferentes disciplinas. En 2020 –tras la pandemia– decidió cerrarla para empezar un nuevo camino. ¿Cómo se han influenciado mutuamente estas variantes y por qué sentís que la danza del vientre, el Bellydance es el que ganó tus preferencias? 

Dentro de mi carrera y para convertirme en profesora de danzas árabes (es una carrera informal, pero elegí la academia que me ofrecía un programa más completo), también aprendí baile Clásico y Jazz. Esto logró en mi cuerpo una mejor postura, mejor colocación, más dinamismo. Fue una base muy importante para que luego los movimientos específicos del Bellydance sean más armoniosos y mi presencia en el escenario sea más completa y sólida en términos estéticos.

Todas las bailarinas sabemos que el Clásico es la “madre de todas las danzas”.  Es casi como querer aprender a leer sin saber el abecedario primero. De verdad es muy importante. Va a ayudarte a girar mejor, a lograr las aptitudes básicas como equilibrio, fuerza, armonía. Y la danza Jazz a mí me dio velocidad, reacción, dinamismo, amplitud de posibilidades. Creo que haber contado con estas disciplinas distintas al Bellydance en sí mismo me ayudó enormemente a diferenciarme y ser más auténtica y real en lo que decidí dedicarme. Incluso para mi faceta docente conocer otras disciplinas me ofrece más herramientas para explicar y enseñar a mis alumnas.

Pero el Bellydance es como el baile árabe por antonomasia, o al menos más conocido por el gran público.

La cultura de masas suele enfocarse mucho en ciertos clichés, en arquetipos más o menos comunes. El llamado Bellydance es un conjunto de ciertas danzas árabes (provenientes de países árabes, no de Arabia Saudita únicamente) y que, para ser más específicos, lo que vemos en los escenarios (en Argentina sobre todo) surge de la globalización de la danza egipcia con influencias del burlesque del orientalismo y muchas cosas más.

Es decir, existe un sincretismo, unas influencias más o menos espurias que han contaminado lo que conocemos como danza árabe. ¡Hollywood es muy dañino en algunos casos! El tango ha sufrido mucho con estas deformaciones, con esos reduccionismos que se crean como consumo masivo.

¡Sí!… Hay mucho cliché en casi todos los aspectos de arte y de cualquier actividad humana hoy tan globalizada y que va perdiendo la esencia de sus orígenes. Personalmente amo y me especializo en la danza egipcia. Y siento, lo sé, que esta danza ganó mi corazón por dos motivos que tengo siempre presente: por un lado, la sangre. Después de varios años de haber iniciado mi carrera como bailarina hice consciente que por parte de mi papá tengo raíces libanesas. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que algo ancestral y genético se despertó en mí con la música árabe.

VIDEO │ «Raqs Halawa», Marlene en Egipto

La sangre llama, sin dudas.

Algo de eso hay, no lo dudo. No quiero ponerme mística, pero cuando bailo y me conecto con la música me siento en otra dimensión. Soy capaz de estar presente en un 100%, soy consciente plenamente de mi cuerpo. Se establece una conexión mente-cuerpo-alma, y es allí donde me entrego a los sonidos, a los espectadores, al espectáculo en sí mismo y a ese no sé qué superior que nos envuelve como una energía. No cambio por nada la sensación de estar bailando, sintiendo cómo la música atraviesa mi cuerpo y se expresa en un movimiento, en un gesto, en una expresión física y finalmente estética, de esa energía que fluye.

Hay una frase de un músico egipcio muy famoso (Hossam Ramzy) en la que dice que “la bailarina es un instrumento más de la orquesta”. Aquí Ramzy se refiere al show completo, a la sinergia que se establece entre músicos tocando en vivo y la bailarina. Y eso es lo que yo siento al bailar. Soy lo visible de lo que escuchamos. Es una fenomenología, una catarsis, incluso, muy difícil de explicar. 

¿Su estilo personal de baile ha evolucionado a lo largo de los años o mantiene patrones más o menos permanentes de expresión?

Estoy convencida que a lo largo de los años he evolucionado y mutado mucho en mis matices. No me siento muy cómoda hablando autodescriptiva, pero probemos: considero que soy una bailarina que dimana una energía directa, en tanto visible y perceptible, que además –creo yo– emparenta lo sensual y lo tradicional uniéndolo en armonía. Mi arte (y el arte en general) está muy ligado a las experiencias intrínsecas en ese momento de mi vida. Lo interesante de los videos y del Canal de YouTube que poseo es que podemos ver, sin ninguna duda, el cambio y procesos que fueron pasando por mi danza, mi cuerpo, mi presencia escénica. Estoy muy satisfecha con ese proceso.

El hecho de estar en constante cambio, crecimiento y adaptación me motiva a seguir explorando. Creo que un gran momento de evolución en mi danza fue cuando terminé el profesorado y me «liberé» de la tensión de los exámenes y de aprobarlos. En ese momento logré conectar más con el disfrute y halar la respuesta de por qué bailo.

¿Y qué pasó cuando comenzaron a abrirse las puertas del mundo árabe a su danza?

Sin dudas fue un gran momento. Empecé a viajar y trabajar en los países que vieron nacer esta danza. Países de los que yo venía estudiando su cultura, su música, su folklore, durante muchos años. Entonces repentinamente me encontré inmersa en esos mismos ámbitos geográficos, respirando la cultura, con sus pros y sus contras, tratando de entender las diferencias, buscándole explicaciones a situaciones que no iba a poder explicar y teniendo que aceptarlas a pesar de no poder interiorizarlas completamente. Viajar a Egipto cambió mi danza, me cambió la vida. Me dio otro rumbo y otras perspectivas…

Nos gustaría que nos cuente más de tu encuentro con Egipto… ¿cómo integró aspectos culturales en su danza?

Viajar a Egipto siempre fue un sueño por cumplir desde que aprendí que es el país en donde nació todo. Es el país que produce las canciones que yo bailo, el dialecto egipcio es el que se escucha en esas canciones, en las películas, en la historia del Bellydance. Por diferentes motivos no se me dio la oportunidad hasta febrero de 2020, en el que con mi mamá viajamos y conocimos Egipto por una semana. Fui a perfeccionarme, a tomar clases con una maestra egipcia reconocida mundialmente en un curso intensivo de verano. Pase ocho horas por día bailando, estudiando canciones, compenetrándome. Pero me pareció poco y me quedé con ganas de más. Luego el mundo decidió que había que frenar con la pandemia y quedé de vuelta atrapada en un sueño pendiente.

Todo ese tiempo me dediqué en Argentina a ser maestra de danzas, a organizar shows, a participar de grandes festivales locales e internacionales. Tenía mi estudio de danzas abierto y estaba decidida a hacerlo crecer, pero los riesgos de la pandemia hizo que lo cerrara.

La pandemia partió en pedazos todo, incluso y sobre todo a las artes, que no tuvieron lugar para expresarse, salvo los digitales.

Dolió, pero hoy sé que todo tenía su razón de ser, porque gracias a que estaba «libre» pude animarme a viajar y probar suerte en el país de mis sueños.

Explíquése, por favor…

Llegó a mí una alumna estadounidense que me pagaba en dólares, lo que me permitió ahorrar y comprarme el pasaje. Así, sin mucho conocimiento tomé valor y viajé.

Otra vez arriesgó… y ganó.

Me quedé en Egipto más de un año, absorbiendo lo bueno y lo no tan bueno de su cultura, lo cotidiano del El Cairo, de las calles, de los egipcios, del trabajo como bailarina ahí, del ambiente, de la noche, de los managers ventajeros, de los managers que hoy son amigos, de la experiencia de otras bailarinas extranjeras, de las egipcias bailando. Hay mucho que te podría contar, pero mejor dejémoslo para otro momento.

Estoy seguro que tiene para un libro… ¿lo pensó?

Sí, lo he pensado… Todas mis experiencias vividas, lo que ví, escuché, comí, olí, viví en Egipto luego repercutió en mi danza. Y estos aspectos culturales se integran en el baile desde el conocimiento del vestuario correcto para cada estilo o canción, y comprender qué música es la adecuada para cada estilo de baile. Desde la libertad de permitir al artista jugar e innovar siempre y cuando se respete los aspectos básicos de esa música y estilo de danza.

Cuando se comprende en profundidad por qué las mujeres usan la vestimenta que usan, resulta casi obvio que para el Baladi (estilo de baile muy propio egipcio, de entrecasa) las bailarinas que llevamos este estilo al escenario usemos una galabeya (túnica larga) para no mostrar la panza y los hombros. Y así con varios ejemplos.

Como toda expresión cultural, hay que respetar los códigos no escritos, los protocolos que son casi siempre ancestrales.

Pero en el caso del Bellydance puedo afirmar que es una disciplina creada globalmente, pero con base en danzas culturales árabes. Lógicamente, al llevarlas al escenario y transformarlas en arte escénico se pierde un poco lo tradicional, pero la magia está en que no pierda las raíces. 

Tu carrera también se fue construyendo en otros países árabes y no solo en Egipto, ¿cierto?

Así es, pero fue  Egipto el que me cautivó, me enamoró. Y para mí es la cuna del Bellydance, por lo que le doy mucho significado a ese país. Pero también me pasó que al ser una cultura tan distinta a la argentina me sentí ahogada y necesité salir por un tiempo de ahí. Volví a mi país de vacaciones por dos meses y cuando regresé a El Cairo sentí que ya no estaba muy cómoda con el trabajo de bailarina freelancer y las discusiones diarias con los managers para que aumenten el valor de mi show o que paguen lo que habíamos acordado era agotador. Me puse a buscar contratos fuera de Egipto. Hay mucho trabajo en los países árabes, como entretenedora, que por lo general es llevado a cabo por extranjeras (bailarinas no árabes) por toda la hipocresía que existe detrás de una danza que es de ellos, pero que ellos mismos no aprecian como arte.

¿Y cómo le fue con eso?

No me fue muy difícil encontrar un contrato en Túnez. Trabajé tres meses en el bar de un Hotel, bailando 40 minutos diarios y obteniendo un salario a cambio. Ahora estoy trabajando, también por contrato, para una compañía de entretenimiento en Emiratos Árabes Unidos, o mal conocido como Dubái (Dubái es un emirato más, «una provincia», pero el país se llama EAU).

Lo interesante de trabajar por contrato es que te incluye alojamiento, traslados y comida. Te permite ahorrar más y como no pienso en buscar el trabajo diario me da más libertad para crear el show en sí mismo, volar más con la imaginación. Es una experiencia distinta. 

Toda una lotería existencial, si lo vemos con cierta perspectiva general en el campo laboral tradicional.

Así lo siento. Además de viajar como bailarina y ser una «embajadora argentina» por el mundo, también tengo la suerte de hacerlo como profesora de danzas árabes. Participo de distintos festivales internacionales en donde enseño, hago mi show y soy jueza en las competencias. Un trabajo muy satisfactorio que me conecta con otras bailarinas del mundo, nos conecta y compartimos arte, es muy enriquecedor también.

¿Cuál es tu visión para el futuro de tu carrera con tu danza?

Quiero apostar a conocer más bailarinas con el mismo entusiasmo que yo tengo por esta disciplina en distintas partes del mundo, a través de mis clases, festivales internacionales. Conectándonos y compartiendo, aprendiendo entre todas y creciendo. Me rijo por el movimiento y esa es mi visión para el futuro, “seguir en movimiento”. En el futuro cercano apuesto a acercar todo lo que aprendí viviendo en países árabes a mi gente en Argentina. Tengo proyectos para comenzar en 2025 y recorrer las provincias con mis clases y charlas sobre el tema.

Me gustaría compartir el amor y la pasión que siento por el Bellydance con muchas más mujeres que se animen a conocerlo.

Su particular regalo al mundo, ¿verdad?

Algo así.

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Alejo Brignole Argentino, analista internacional y escritor

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