Viajar de La Paz al Cusco es algo más que recorrer dos ciudades, es internarse en el mundo andino ya que ambas han sido centros ancestrales y son herederas de una cultura que moldea hasta hoy la identidad de bolivianos y peruanos. Es un viaje que conecta destinos turísticos con espacios sagrados, epicentros de la cosmogonía de los Andes.
La Paz es una ciudad instalada en un valle profundo con montañas desafiantes que abarcan todas las direcciones con la intención de tocar el cielo. Para nada un accidente geográfico, sino un lugar donde la Pachamama se venera como fuente de vida.
Antes de emprender el viaje es necesario caminar por la Sagárnaga, visitar el Mercado Rodríguez, la calle de las Brujas, donde encontrarán un sinnúmero de ofrendas para los rituales indígenas. Son calles pintorescas en que podrán pasear durante horas sin aburrirse.
Ya rumbo a uno de los grandes hitos, el lago Titicaca, compartido por Perú y Bolivia, confirmamos que es el más alto y navegable del mundo, con un especial significado ya que la tradición incaica da testimonio que desde ahí emergieron Manco Cápac y Mama Ocllo, fundadores de ese imperio. Queda, entonces, atravesar el Estrecho de Tiquina en una barcaza, una parada obligada en Copacabana, ir hasta la playa donde los atardeceres son preciosos con destellos rojizos que se mezclan a lo lejos con el Lago, visitar la Basílica Nuestra Señora de Copacabana, donde los creyentes adoran a la Virgen de la Candelaria, la Mamita, como le dicen cariñosamente.
Lo ideal es quedarse en Copacabana unos días para conocer la Isla del Sol, con sus templos y senderos precolombinos; además de subir al Mirador del Cerro Calvario. Paseos de los que nadie se arrepiente, lleno de vestigios ancestrales.
Al cruzar la frontera con Perú llegamos a Puno, donde vale la pena recorrer las impresionantes islas flotantes de los Urus, hechas de totora, comerse una trucha recién pescada y visitar Catedral y la Plaza Mayor.
Puno es la puerta al Altiplano peruano, desde ahí se puede tomar el bus a Cusco o el tren para una experiencia especial, aunque un poco más costosa. Otra opción es ir conociendo las ciudades cercanas, por ejemplo Juliaca, donde se puede continuar disfrutando del lago Titicaca o ir a la Plaza Melgar, la Iglesia Santa Catalina y disfrutar de una buena comida antes de continuar la ruta.
La culminación de este viaje es la capital del antiguo Tahuantinsuyo, Cusco, ciudad que fuera el principal centro religioso, político y económico del mayor imperio de Sudamérica, el eje desde el cual se extendían los cuatro suyos.
En Cusco hay una infinidad de atractivos y cosas por hacer, comenzando por conocer la Plaza de Armas y las iglesias coloniales circundantes que se erigieron en el corazón ceremonial del incanato.
A pocas cuadras del centro histórico está Sacsayhuamán, fortaleza y joya arquitectónica incaica que además revela altos conocimientos en astronomía.
Machu Picchu y el Valle Sangrado son los lugares turísticos por excelencia. En sus alrededores está el Puente Colgante, hecho de fibra vegetal y en el que se le pide al viajero firmar un documento para cruzarlo a modo de asumir los riesgos.
Recomendamos dedicar un día a hacer senderismo en la Montaña de los Siete Colores, cuya naturaleza extraordinaria brota de ese cerro.
Es importante ir preparado, saber que es un viaje en el que la altura estará presente. Hay que llevar ropa y zapatos adecuados para largas caminatas y que protejan del frío; no olvidar la hidratación, tener en cuenta que hay que caminar lento y disfrutar del paisaje, este es un viaje transformador que nos conectará con los ancestros, con su espiritualidad, junto con conocer la Historia.
La Paz-Cusco es una ruta emblemática cargada de misticismo y aventura, cada ciudad y cada kilómetro son parte de la esencia andina y sus destinos imperdibles.
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Nahir González Correo del Alba