A este artista visual lo conocí a mi llegada a su originaria Cochabamba en 2006, junto a su Josefa, musa hacedora de imágenes poéticas que él plasma en sus lienzos. Pinta desde que tiene uso de razón, definiendo ese momento desde la comprensión del lenguaje y el entorno que rodeó su nacimiento y primera infancia. En la adolescencia se interesa por la escultura y vuela en épocas de dictadura a un exilio en Venezuela.
Considera que el arte no puede estar de espaldas a la realidad política que lo circunda, por lo que siempre el castigo de las dictaduras será el destierro, la persecución o muerte de los artistas; cuando no, la indiferencia sobre el trabajo que construye cada uno puede convertirse en solo un adorno.
Su propuesta artística siempre será tajantemente combativa, liberadora de la conciencia de clase de un artista. Pintar y opinar le resulta un impulso irrefrenable. “Son otros los que te definen como artista visual. La alteridad. Uno trabaja, investiga, lee, se informa, existe y vuelve a trabajar. El artista completa la creación divina, impone su punto de vista al otro o a veces coincide. Es una aporía. El arte es connotativo. La elaboración de la obra será compleja, su comprensión será simple”, explica.
Además de pintor Fredy es un maestro de las artes marciales, fundador de escuelas y guía de muchos karatecas cochabambinos: su kimono y cinturones negros están provisionalmente colgados en su estudio y junto a los pinceles “son instantes de un mismo tiempo: la imaginación”. Ahonda acerca de esta disciplina y el arte: “el karate es el dominio de uno mismo como práctica de libertad para una posible defensa, permite imaginar con precisión tanto el ataque como la respuesta hasta la perfección automática. El arte hace lo mismo con el observador, pretende sacar de la comodidad de la rutina, aspira sorprender al destinatario con una luz y contraste que jamás imaginó, intranquilizarlo”. El karateca-pintor está en Sanchin o “estado de alerta permanente” al asombro.
Nos explica por qué pinta: “pinto una existencia alejada de la mimesis, de la simple imitación o concordancia con la realidad. Me inspira el amor, la felicidad, la risa, aquella fuerza o energía que mantiene la estructura del Universo. Mi obra va dirigida a esa energía que poseen los seres humanos”.
En seguida se detiene en las obras de pintura universal que le representan: “La Capilla Sixtina de Buonarotti, el Jardín de las Delicias de Bosco, Bruguel, Rembrandt, Szyszlo, Borges, Picasso”.
Fredy pinta por series y, a su juicio, “la serie con más significado fueron las mininas, la serie de Gómez –el dictador venezolano– y la serie sobre Bolívar. Y, entre los murales, el del interior de la Iglesia de Santa Lucía de Ciudad Ojeda en la costa oriental del Lago Maracaibo, Venezuela, que fue elaborado en una mezcla de escultura y pintura. En ese mural no encontraba un rostro de Cristo que me convenciera, y tuve que ‘prestar’ mi demacrado rostro para solucionar el problema. También me gustó mucho el que hice para el 50 aniversario del Che en el Hospital de Vallegrande, que fue creado mezclando la técnica del muralismo con la técnica del grafiti”.
El pintor no se detiene y nos da un avance de sus anhelos y proyectos por venir: “exponer en Nueva York, Roma, Japón. Tengo proyectos de dibujos en el espacio, mezclados con piruleados en maderas y acero, de formato grandísimo. Mi cerebro se satisface a diario creando para sí mismo infinidad de obras y técnicas, sin salir de él a la luz pública”.
Hay quienes afirman que está todo dicho en la pintura, que lo demás son copias malas o buenas de realidades que ya han sido reproducidas. ¿Por qué seguir pintando? ¿Para qué? Fredy reflexiona al respecto: “el artista hasta al copiar crea otra obra ad infinitum. La creatividad es el nuevo uso de las cosas. La mayoría de mis artistas favoritos han copiado hasta construir su lenguaje plástico propio, como Velázquez, Vincent Van Gogh. También se afirma que ha muerto el arte de caballete. Hoy es la era del performance, del happening, del fluxus, de las instalaciones; sin embargo, se constata que los conceptos de estas corrientes se derivan del dada o del minimalismo, del arte objetual y, a su vez, estos conceptos se desprenden de las cuevas de Altamira. La historiografía y la historia del arte no es lineal ni causalista, sino es fractalista. La historia del arte es muy parecida a la teoría del caos, en la cual no hay proporcionalidad entre la causa y el efecto”.
Para nuestro artista “una mirada pudo dar origen a la Mona Lisa. Una duda dio origen a la Guernica o al urinario de Marcel Duchamp. El buey desolado de Rembrandt pudo dar origen a un happening y fluxus en una galería de Japón o el Ocaso de los ídolos de Federico Nietzsche da lugar a la intervención urbana y a los grafitis del anarco-nihilista Banksy dentro el museo metropolitano de Londres. No caben reduccionismos en el arte”.
Continúa compartiendo su mirada acerca de la utilidad del arte: “un maestro preguntaba para qué sirve el arte, si alguna vez el arte curó la gripe siquiera. El arte es inútil. El valor del arte no se encuentra en su cositud, en su capacidad de curación, ni siquiera en su capacidad comunicativa o axiológica de inculcar valores religiosos como en la Edad Media o valores ideológicos-revolucionarios como en el muralismo mexicano o el realismo socialista bolchevique. La finalidad del arte es mostrar ese otro lado de la realidad. Ese otro ángulo de las cosas es la verdad real. Le preguntaron a un crítico cubano Mosquera qué era el arte y contestó: ‘se encontró un siervo a la orilla del camino destrozado por las garras de un tigre; ya no está el tigre, pero sí la tigritud en las heridas del siervo’. El arte es la tigritud”.
¿Cómo puede enfrentar el artista el mundo real? Para Fredy “el pintar es liberación no solo ontológica, sino principalmente epistemológica. El arte es la liberación de la epistemología del poder. Donde todos se encuentren en una razón comunicativa o social que supera al imperativo categórico individualista kantiano y a la distorsión ontológica-epistemológica leninista”.
Observo la extensa obra de Freddy, me habla y expresa la rebeldía y disciplina eterna de un sensei sometido al imperio de la luz y el color, hincado ante un lienzo en blanco suplicante, religiosamente vestido de alquimista. Su imaginación no conoce límites ni siquiera en las carencias económicas, pues dice que a veces a los artistas la escasez nos mantiene despiertos.
Fredy Escobar es un artista con una amplia obra expuesta en museos o murallas, gestualista, neofigurativista. En resumen, es una permanente disposición a vivir y pintar lo que hayan tocado su mirada o sus sueños.
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Cris González Directora