EXCLUSIVO | Daniel Fermani: «el arte debe sembrar siempre la incertidumbre, nunca la certeza»

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Conversamos con Daniel Fermani, un dramaturgo, novelista y director teatral argentino de larga y fecunda trayectoria, comprometido políticamente con las realidades de los países periféricos y las relaciones Norte-Sur. Descendiente de italianos de Le Marche, vivió en Roma  desde 1987 hasta el año 2000. Período que le dotó de una visión amplia sobre las relaciones desiguales, tanto en el arte como en la sociedad global. Profesor y licenciado en Letras, se especializó en Historia de la Cultura y del Arte. En Italia trabajó como periodista y en Argentina en la Universidad Nacional de La Rioja. Ha publicado cinco novelas, tres volúmenes de obras teatrales, cuatro libros de poesía e innumerables ensayos sobre teatro. Fecunda trayectoria que, sin embargo, no ha recibido aún la debida atención de algunas instituciones culturales y de la prensa especializada, a pesar de la huella ya dejada.

Viviste, escribiste y creaste por largo tiempo en Roma… ¿Qué es el exilio Daniel?

El exilio es vivir fuera de uno mismo, o sea en un país extranjero, o vivir fuera del uno mismo estando en el propio país. Es lo que siento ahora, cuando desconozco a la Argentina en la que estoy viviendo por elección propia, no solo por haber nacido aquí. La desconozco porque se vende, porque esgrime ideas que para el mismo fascismo mussoliniano hubieran sido retrógradas, porque huele a la dictadura del 76, porque está hambreada, porque es racista, clasista, militarista, autoritaria, inhumana. Porque está inmersa en una vorágine de enajenación maléfica inspirada en el odio al otro y en el odio a la propia identidad argentina.

¿Por qué volviste a la Argentina desde tu autoexilio en Europa? 

Volví a mi país y a mi pueblo (Mendoza) hace muchos años. Porque Europa es o era una buena escuela y una mala casa. Porque quise devolver algo de lo mucho que mi país me había dado, la educación pública por ejemplo. La salud pública, las bibliotecas públicas, los abonos estudiantiles, tantas y tantas cosas que me permitieron ser lo que soy. Volví para enseñar, para hacer teatro, para escribir y publicar libros. Pude hacer las tres cosas y se convirtieron en la esencia de mi vida, una vida plena dedicada al conocimiento y al arte, y por lo tanto a los demás, a las personas, a mis compatriotas y a todos los seres humanos que quisieran acercarse. 

¿Fuiste docente en la UNCuyo?

Fui docente en escuelas secundarias de toda la provincia, en el terciario de Arte de San Rafael y en la Universidad Nacional de La Rioja. En la facultad de Teatro de la UNCuyo nunca me permitieron entrar, hice concursos pero no les gustó mucho mi cara, a veces a mí tampoco me gusta… (risas). Esta experiencia me permitió seguir adelante cada vez con más fuerza y convicción, sin renunciar nunca a mí mismo, sin traicionarme.

¿Es difícil ser artista en Mendoza? 

Tan difícil como en cualquier otro lugar. Claro que no nací en Oslo… (risas). Para mí ha sido difícil como creo que lo ha sido, y lo es, para todo artista. En mi caso fue doblemente difícil, o cuádruplemente difícil, porque cuando volví de Italia se me cerraron todas las puertas, no solo de los trabajos en cualquier ámbito educativo, institucional, de comunicación, sino que sufrí también el vacío en el ámbito artístico, salas vacías, total indiferencia, la leyenda negra de que mi teatro no se entendía…

¿Y no se entendía?… El dramaturgo irlandés Samuel Beckett también se quejaba de lo mismo.

El arte no se debe entender, no es el prospecto de un laxante. El arte debe sembrar siempre la incertidumbre, nunca la certeza. Por suerte, y gracias a esa hostilidad que sufrí durante años y que llevó a abrir y tener que cerrar tres teatros-escuelas, pude seguir indagando en mi búsqueda, en mi experimentación teatral. Hoy muchos me saludan cordialmente y me dicen “maestro”, porque ya no puedo disputarles la sillita en sus lugares de trabajo; pero no hay que creérsela, no soy ningún maestro. Además todavía voy a molestar un poco (risas).

¿Te gustaría seguir molestando?

Es la función de todo artista ¿no? ¡De otro modo sería menos que un fantasma! Estoy bastante retirado de las calles y de las salas mismas, ya estuve demasiado tiempo a la intemperie, ahora prefiero estar bajo mi techo, conmigo mismo, que ya es bastante compañía, y en compañía de tantos y tantos escritores que nunca voy a conocer, pero que me hablan pacientemente desde sus libros. También he hecho algunos amigos por estos lados, veo de vez en cuando los trabajos de algunos artistas compatriotas y reconozco que hay búsquedas, hay procesos interesantes y hermosos. Mendoza ya no es el puesto de mulas que dejé cuando me autoexilié –también como consecuencia de la dictadura–, sino que ahora es un hervidero de arte de todo tipo, y eso es maravilloso. Y lo mejor de esto es que el neofascismo imperante no logra detener este fenómeno que es muy latinoamericano.

¿Por qué un autoexilio cuando ya había terminado la dictadura? ¿No es una paradoja, siendo que los exilios obligados eran un producto del régimen?

Me autoexilié justamente a causa de una paradoja. Pero la paradoja la provocó la dictadura. Me robaron –a mí y a millones de argentinos críticos con el sistema– siete años de mi vida, siete años fundamentales, los de la universidad y más. Años en los que no pude leer todo lo que quería, no pude escuchar toda la música que hubiera querido, no pude ver todas las películas que me hubiera gustado, y por supuesto tampoco pude escribir lo que hubiera soñado escribir. Años en que todo lo diverso estaba prohibido y en que la vida valía según el humor del militar de turno. Años en que pasabas las noches en las mazmorras del Palacio Policial en “averiguación de antecedentes”, por ser estudiante o por estar en un bar “de mala fama” (según los represores); años en los que tuve que estudiar en una facultad envuelta en alambres de púas y custodiada como una cárcel, invadida por sicarios de la dictadura camuflados de católicos. Bueno… no tan camuflados. Cuando terminó esa pesadilla creí que mágicamente la democracia me iba a devolver esos años, que iba a vivir todo lo que había perdido… Me di cuenta de que lo perdido no se recupera nunca cuando se refiere a la vida. Y me dio una gran depresión tan fuerte que conseguí varios trabajos, ahorré todo lo que ganaba durante dos o tres años y me fui con el juramento de que nunca iba a volver. Y aquí estoy.

Esos años de la represión militar, ¿aparecen en tus obras, en tus libros?

Siempre. Como telón de fondo, como intrahistoria, y a veces, en algunas obras, como la historia misma. Creo que donde no se pueden rastrear es en la poesía, porque esta trasciende todo lo circunstancial y se gesta en otra dimensión en la cual no existen etiquetas, o sí, una etiqueta, la melancolía.

¿Por qué la melancolía? ¿Acaso no te considerás un hombre realizado, finalmente feliz a pesar de todo? 

Qué pregunta tramposa.

Perdón… No la formulé como una zancadilla. Fue una pregunta genuina, aunque tal vez filosóficamente ingenua. La retiro. 

En absoluto… es una buena pregunta, aunque parezca tramposa. Yo diría… ¿Quién es feliz permanentemente? La felicidad es tan pasajera, tan fugaz y a la vez tan superficial. La felicidad no es generadora de creación, porque se vive. Se convierte, tal vez, en esa materia, cuando se ha terminado.

Yo agregaría que con un poco de suerte se disfruta… Algo no tan simple como creemos.

Solo la angustia es materia y herramienta de la creación, y la angustia no puede vivir sin la linfa de la melancolía. En nuestra sociedad –y no solo en Argentina, sino en todo el mundo consumista–, nos hacen creer que el propósito de la vida es la felicidad, que si no sos feliz y lo exhibís en todo momento, sos un fracasado. Y eso es la demostración fehaciente de que la felicidad que preconiza este sistema es lo material, el consumismo. Ningún ser humano deja de fracasar continuamente, porque el fracaso es la escalera de la evolución, mental, espiritual, de todo tipo. El fracaso es indispensable para el crecimiento; si el niño no se cayera infinidad de veces no aprendería a caminar. ¿Quién cosecha únicamente triunfos en su existencia? Creo que si hubiera alguien así, sería un monstruo. La acumulación de fracasos es un logro que nos enseña más que ningún éxito. Pienso que debemos estar orgullosos de nuestros fracasos, de la angustia que nos provocan, de la melancolía que siembran. Nos enseñan a ser humanos.

Me gustaría que vincularas esos sentimientos (esos conceptos) con lo que está viviendo la Argentina… 

La Argentina está viviendo un fracaso que se venía gestando desde hacía tiempo. La destrucción de la educación, la falta de contenidos en todas las áreas de la comunicación pública, la corrupción y la impunidad de los políticos y de los delincuentes. En fin… una serie de factores que carcomieron las bases mismas del Estado y llevaron a la población a elegir el aniquilamiento. Los errores en la educación del pueblo se pagan muy caros, y los estamos pagando con intereses. No digo que pase solo en nuestro país, pasa también en Europa, con la diferencia de que Europa inventó el fascismo, la homofobia, el racismo, el neoliberalismo, la ultraderecha en síntesis. Por eso el Viejo Continente vuelve, con su retorno a la ultraderecha, a su corazón y a su amor de siempre, que es la síntesis de todas esas cosas. La Argentina no. Nuestro país ha sufrido y sufre la infiltración y el boicot liderados por los Estados Unidos, que no quiere perder sus colonias y por lo tanto siempre intenta destruir los procesos democráticos en toda Latinoamérica. Pero la Argentina se ha liberado ella sola de sus dictaduras y ha vuelto a reconstruirse desde las bases, y siempre ha sido líder y ejemplo en progreso social. Pensá nomás que el dictador español Franco murió tranquilamente en su cama rodeado de su familia y nunca se juzgó a ningún cómplice de sus 40 años de atrocidades. Italia no colgó a Mussolini, lo hicieron los aliados cuando ganaron la guerra. Hitler se suicidó cuando avanzaban sobre Alemania los mismos aliados. Europa está condenada por su propia Historia, a la que vuelve sin esperanza de redención. Estados Unidos está eligiendo el mismo camino, porque al igual que el Imperio romano ya no logra apuntalar las ruinas de su poderío. Argentina va a liberarse de esta mediocre tiranía y va a volver ser libre, porque no tenemos un pasado criminal como los países europeos o los Estados Unidos.

Ampliemos un poco en ese concepto de “pasado criminal” el cual comparto, sin dudas.

Quiero decir que la Argentina nunca ha invadido otros países (sin considerar la oprobiosa participación en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay), nunca ha destruido otras democracias, nunca ha esclavizado, sometido, despojado a otros pueblos para enriquecerse. Siempre fue un país honesto, luchador, que ha aguantado de pie los latigazos de los poderosos, europeos y estadounidenses. Eso es mucho. La Historia no es moralista, no hay castigos kármicos, pero tampoco es papel picado; el que las hace, antes o después las paga. Lo vemos en la vida misma.

¿Vos cómo te considerás o cómo te ves en esta perspectiva del pasado, del presente y del futuro?

Yo he tratado, y trato, de vivir siempre con los ojos bien abiertos. No me llamo a engaño, sé que lo mío es tan humano como la vida de todos los de mi especie, o sea que soy pasajero, olvidable. Sin embargo, no quiero gastar mi breve tiempo sin decir, sin escribir un signo que pueda servir a los demás, sin hacer algo que ayude a otros a  sobrellevar el peso de la existencia, que ya es mucho. Ojalá pueda llegar al punto final con la alegría de sentir que lo he podido hacer, por mi país y por el mundo.

Es decir… partir de manera realizada. Me parece humanamente bello.

Algo así. Esa es al menos la intención.

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Alejo Brignole Argentino, analista internacional, escritor y miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH)

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