Periodismo y verdad: ¿una relación conflictiva?

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Políticos de derecha, políticos de izquierda y muchísima gente más están realmente muy enojados con el llamado periodismo “MSM”, o sea, Main Stream Media, ese periodismo de las grandes empresas transnacionales que dominan la actividad periodística mundial y que, directa o indirectamente, llegan a dominar también, en gran medida, a otros medios de difusión que se esfuerzan por ser independientes.

Y, oiga, no es ninguna exageración eso de que hay mucha gente enojada con el periodismo de este presente tan convulsionado. Mire Ud. lo que pasó recién en Ámsterdam, Holanda, en el centro de la muy civilizada Europa: allí la red N.O.S, de radio y televisión estatal, que incluye varias estaciones de radio y tres canales de tv controlados directamente por el Gobierno, el año pasado tuvo que borrar todos sus letreros, sus distintivos y las caracterizaciones visuales de sus vehículos, e incluso de las cámaras que usaban los reporteros. Eso debido a que ya los periodistas, los técnicos y los choferes no se atrevían a salir a trabajar porque la gente que los reconocía los insultaba, les tiraba inmundicias y hasta los agarraban a piedrazos. O sea, había en ese momento una rabia tan sañuda que los equipos periodísticos ya no querían lucirse. Más bien solo anhelaban pasar piolita, no fuera cosa de que alguien los reconociera.

Según el Centro Europeo para la Libertad de Prensa y Medios de Comunicación, solo entre julio y septiembre del año pasado en Europa se produjeron 24 ataques graves contra periodistas que realizaban su trabajo en las calles. Y, según se detectó, esas agresiones implican que se está viendo a los periodistas ya no como amigos de la gente, que era lo tradicional, sino como actores que son hostiles a lo que la gente quiere y necesita.

Pero, ¿significa eso que la gente considera que los periodistas son culpables? ¿O es acaso que más allá de los que trabajan en ella, la actividad periodística misma está distorsionándose y ahora aparece como que traicionara su deber esencial de entregar información verdadera, análisis bien fundado y opiniones sinceras?

Algunos analistas políticos tienden a culpar de esa distorsión a las ideologías ultra: de ultra derecha y de ultra izquierda. Al menos en Europa los enfrentamientos contra los periodistas se producen principalmente durante las protestas callejeras contra decisiones del gobierno.

El mismo dirigente del periodismo europeo enfatiza que las situaciones más amenazantes contra los reporteros se originan en los partidos de la derecha “dura”. Y en países como Holanda y también Polonia, Austria y Hungría, donde los principales medios informativos, radios y canales de tv están bajo el dominio del Estado y aparecen ante la gente como sirvientes del aparato comunicacional y de propaganda de los gobiernos.

De allí que una mayoría de la gente de esos países sienta desconfianza por los medios estatales y le atribuya más credibilidad a los medios privados, sobre todo a los medios de prensa escrita.

Pero, tanto en Europa como en los Estados Unidos y Canadá, por su parte, la mayoría de los más poderosos medios de difusión están ligados a la ultraderecha y, por el contrario, la gente confía más en los medios públicos, como es el caso de la Radio Nacional de los Estados Unidos, la BBC británica o la Deustche Welle alemana, donde los periodistas gozan de un fuero laboral por sus opiniones y el contenido de sus publicaciones.

Como fuere, es innegable que la crisis mundial del periodismo está vinculada a la creciente polarización política que cunde en todo el mundo y que está haciendo que el periodismo sea una de las profesiones más peligrosas.

Pero, ¿por qué la polarización política tendría que adulterar el trabajo periodístico? Durante ya medio milenio la gente que tenía que tomar grandes decisiones políticas se basaba para ello en la información escrita. El sistema nervioso e intelectual de la política mundial dependía de los documentos impresos. De ahí, por supuesto, que al periodismo se le llame “la prensa”.

La hoja escrita, el periódico, se financiaba casi totalmente por la venta de sus ejemplares que, a muy bajo precio, eran adquiridos por la gente. Con eso los periodistas y los impresores lograban una gran independencia. Eran financiados directamente por el público lector. El precio de cada periódico era tan bajo que además permitía que cualquier persona de clase media baja pudiera comprar más de un periódico cada semana, con lo que lograba confrontar los contenidos de publicaciones con puntos de vista diversos o incluso antagónicos que le permitían conocer la realidad desde distintos ángulos.

Pero toda esa oferta riquísima de contenidos noticiosos y de análisis recibió hace 100 años su primer impacto destructivo. Fue precisamente el martes 2 de noviembre de 1920, en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, en que el candidato republicano William Harding derrotó al candidato demócrata James Cox. El resultado fue dado a conocer por la radio KDKA, de Pittsburg, Pensilvania, en el instante mismo en que se llegó. La nueva tecnología, con una velocidad hasta entonces inimaginable, llevó la información a todo el territorio. Solo unas pocas personas tenían receptor de radio en aquella época, pero la información alimentó a la prensa escrita como jamás antes se había logrado. Era el nacimiento de un nuevo periodismo que ofrecía escuchar lo que antes se leía.

¿Fue bueno eso? ¡Por supuesto que sí! El nuevo periodismo radial, instantáneo, no llegaba como adversario del periodismo escrito. Por el contrario, el periodismo radial orientaba a los auditores que luego acudían a los periódicos donde la información era más lenta pero también más profunda y quedaba como un documento de responsabilidad editorial en poder de las personas.

Pero con ello ya comenzaba a emerger el conflicto de las nuevas tecnologías que iban a transformar honda y peligrosamente el oficio esencial que hace andar cualquiera sociedad democrática: la falsa baratura de la información gratuita.

En 1964 el filósofo canadiense Marshall MacLuhan acuñó la frase “el medio es el mensaje, y el mensaje es el masaje”,  en que planteaba cómo el vehículo que transporta la información establece un efecto especial en la persona que lo recibe. Y de la forma en que ese efecto se da, haciéndonos percibir la información, surge lo que llamó “el mensaje-masaje”. Eso que ahora las grandes empresas noticiosas llaman la “narrativa”.

Primero la radio, luego la tv y ahora la comunicación digital desarrollaron velozmente una nueva forma de entregar la información como “mensaje-masaje” capaz de masajear psíquicamente a las personas. Surgieron, necesariamente, personajes que, en cierta medida, además de periodistas tenían que ser actores que aplicaban técnicas de arte dramático para gustar a la gente. Y ahora, con programas audiovisuales digitales, como el TikTok desarrollado por China, el avisaje puede ser elaborado con sorprendente maestría, inyectando el mensaje en una seductora elaboración de arte dramático. El resultado está siendo poderoso en sus efectos. Millones y millones de personas de cualquiera edad pueden difundir contenidos tremendamente convincentes.

Pero, ¿esa clase de mensaje es capaz de reemplazar la solidez tremenda de la palabra escrita, que puede releerse una y otra vez y que constituye un documento de responsabilidad del autor? Y, fuera de eso, ¿de dónde y cómo se obtendrá el financiamiento del trabajo de los departamentos de prensa de los medios no impresos?

Y, todavía más, ¿quién y cómo se cautelará la verdad y la calidad de los contenidos de las transmisiones?

En estos momentos, lejos más allá de las amenazas contra los periodistas, hay otros temas que tienen efecto dramático en la calidad del periodismo que se entrega a la gente de todas las naciones.

En el curso de toda la odiosa refriega política previa a elecciones de cualquier nivel se ha evidenciado cómo la cultura política parece haber olvidado que toda argumentación y  propuesta que se lleva a discusión y a votación es básicamente una ofrenda.

Al plantearse a discusión una propuesta racional, sea política, científica o meramente funcional, el que la plantea o propone no está lanzando un desafío, sino que está haciendo una ofrenda, un ofrecimiento que, si es racionalmente aprobado, pasará a tener valor real. Pero, si la discusión no aprueba la propuesta naturalmente no habrá ni vencedores ni vencidos.

Mientras que si las propuestas no fueran hechas como información con planteamiento racional y analizable ya no habrá ofrenda, sino forcejeo. La discusión pasa a ser un enfrentamiento en que los contenidos que se manejan no apuntarán a informar, sino a persuadir.

Y es así que el trabajo periodístico se ve cada vez más presionado a obtener resultados propagandísticos, a manipular la opinión de la gente, a imponerle decisiones y conductas. Y eso, con dramática frecuencia, lo tratan de hacer enturbiando y ensuciando la información legítima que entregan al público. E incluso, en algunas ocasiones, llegando a mentir descaradamente.

Eso es un fenómeno que va lejos más allá de las ideologías políticas. Las miserias que están desacreditando al periodismo, a nivel mundial, se originan por igual en partidos de izquierda y en partidos de derecha.

Pero, siguiendo el curso inapelable de la evolución, el periodismo y las grandes empresas de medios de difusión están en un proceso de transformación evolutiva que puede ser bastante rápido y realmente muy eficaz.  

Como hemos visto una y otra vez, el hecho de que la información y todos los contenidos de los medios de difusión no impresos sean aparentemente gratuitos tiene por efecto que los medios necesiten financiarse vendiendo publicidad. Con ello, los medios quedan en situación de vulnerabilidad y de dependencia de los grupos financieros que compran esa publicidad para sus empresas. De allí que si el contenido periodístico de un medio no es del gusto de los grandes avisadores, estos retiran sus inversiones y el medio puede quedar en bancarrota.

Eso se evidenció en el manejo de las plataformas digitales que sustentan las llamadas redes sociales. Facebook o Meta, por ejemplo, había desarrollado un algoritmo que acelera y amplifica la transmisión digital en banda ancha. Con ello Facebook pudo aumentar enormemente el número de sitios informativos contratados. Pero, con ello Facebook captó un gran número de sitios periodísticos del tipo llamado “progresista” o disidente, o independiente, algunos de muy alto prestigio, como la revista digital Mother Jones, que es famosa. Eso llevó de inmediato a que Facebook pareciera haberse vuelto demasiado izquierdista a juicio de sus avisadores más ricos, que amenazaron con retirar sus inversiones publicitarias.

Ante eso, Facebook optó por desarticular el algoritmo de mayor velocidad, los sitios progresistas perdieron ancho de banda y rapidez, y un gran número de ellos tuvieron que desaparecer. Incluso Mother Jones señaló que sus ingresos habían disminuido en unos 600 mil dólares mensuales.

Pero Facebook recuperó las simpatías de sus grandes clientes publicitarios, que le aportan muchísimos millones de dólares cada mes.

Igualmente, está en intensa discusión, en los Estados Unidos, el tema de la responsabilidad de las plataformas de comunicación digital como Meta, exFacebook, y X, exTwitter, y sus atribuciones para bloquear los contenidos que se consideren ilegales.

Una noción jurídica considera que las plataformas de difusión digital son responsables de los contenidos que suben las redes sociales, de la misma manera en que una editorial es responsable de los libros que imprime y distribuye.

Pero, frente a esa noción, se plantea la contraria, que señala que las plataformas digitales, que mueven permanentemente cientos de millones de mensajes, no tienen capacidad de ir analizando el contenido de cada uno de ellos. Por eso, se afirma que la libertad de información y de opinión tiene que ser respetada y eso hace inaceptable que a una plataforma de distribución se le asignen atribuciones que puedan violar libertad de prensa garantizada por la Constitución.

De ahí se deriva que una autoridad jurídica debería asumir la capacidad de acoger las denuncias que se presenten por difusión de noticias falsas o de contenidos ilegales como odio racial, instigación al terrorismo o pornografía infantil, conforme a los procedimientos judiciales normales. Sin embargo, para ello, sería indispensable exigir la identificación plena de cada persona, cada institución que suba contenidos a las redes sociales. O sea, el actual régimen de anonimato sería incompatible con un sistema jurídico que garantice libertad de información y de opinión en las redes sociales. Pero eso, para muchos, esa identificación obligatoria de los usuarios, sería una amenaza para los que prefieren subir contenidos en forma anónima.

Como fuere, esa discusión ya revela que hay un proceso de evolución para replantear la difusión y el financiamiento de contenidos informativos en el espacio digital y en las frecuencias de radio y de tv. De hecho, por un lado, hay grupos que integran el trabajo de redes sociales con el de medios tradicionales de radio y tv. Fue el caso de Bolivia, por ejemplo, donde una radioemisora tradicional logró hacer cadena con decenas de pequeñas radios comunitarias y con redes sociales situadas sobre todo en Argentina y Paraguay. El resultado de esa acción fue decisivo para todas las elecciones políticas siguientes desde el retorno a la democracia.

Es como si las nuevas tecnologías nos llegaran chúcaras, semi salvajes, pero la cultura humana tiene la capacidad y la responsabilidad de amansarlas.

Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Pero, en fin, todo renacimiento es peligroso.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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