Siempre inauténtica, la oligarquía colombiana replica el proyecto de la oligarquía internacional y vierte todo su odio contra el pueblo. Por eso, como toda oligarquía, la muerte, la guerra, el asesinato, el despojo y la expropiación de la historia popular han sido las estrategias de su batalla política. Como la política popular es la antípoda de la batalla oligárquica, para esta es normal no sentir los muertos y las muertas del pueblo. No son sus muertos, aunque cuántas veces ha sido su asesina. Por eso, ahora, esa oligarquía es incapaz de asumir humanamente la muerte de una mujer negra, frentera y popular como Piedad Córdoba.
En los tiempos de la guerra no es fácil ser valiente. “Guerrillera hijueputa” le gritó una vez un habitante de la calle. Piedad le preguntó: venga, hermano, ¿usted por qué me dice eso?, y el hombre le respondió: ahora la gente puede pasear, la gente ahora puede ir a su finca. -Listo, dígame cuándo vamos a su finca para yo alistarme, le dijo Piedad. Era el tiempo del uribismo. Era el tiempo de las caravanas de viajeras/os escoltados por el ejército obligado a saludar con el pulgar arriba en señal de que todo iba bien. Y todo iba mal. En nombre de la seguridad todo fue tan mal. Desde entonces, y siguiendo el libreto de Bush desde el 11 de septiembre de 2001, esa palabreja se tomó la cabeza de la gente echando a la basura la tranquilidad, la dignidad y la alegría. Mientras el arribismo andaba encaravanado, 6402 inocentes caían en nombre de la seguridad.
Piedad Córdoba fue una mujer osada. Un viernes de 1999 fue secuestrada por doce hombres vestidos del CTI. Encerrada en una pieza inmunda, convencida de que la iban a matar y ante la mirada pesada de sus vigilantes, ella, la Comisionada de Derechos Humanos que había conversado con campesinas, indígenas y afros sobre las atrocidades cometidas por las AUC y los militares, se dirigió a uno de los matones: “dígale a ese hijueputa de Carlos Castaño que venga acá, que no sea cobarde, que ya estoy aquí, dígale que venga”. Sí, así le habló a uno de los fanfarrones de Carlos Castaño, el máximo jefe paramilitar empleado de los grandes señores de la guerra colombiana.
El domingo por la mañana de ese fin de semana apareció Castaño todo perfumado en la pieza de Piedad. El paramilitar le hablaba y ella por media hora le dio la espalda. Sólo le respondió cuando él la señaló, de ser la tesorera internacional del ELN: “A mí me respeta, grandísimo hijueputa; póngala como quiera, malparido, yo a usted no le tengo miedo, le tengo es asco”, replicó La Negra. Ese mismo día la visitó Ernesto Báez, otro jefe paramilitar que pretendía que Piedad Córdoba firmara una declaración reconociendo que ellos eran un movimiento político: “Ustedes son un poco de asesinos, movimiento político no. Si a eso vino, si para eso se despertó, vuelva y se acuesta. Eso no se lo firmo ni muerta.”
Aún secuestrada, la montaron en una lancha donde uno de los bravucones que la escoltaba pretendía intimidarla riéndose mientras contaba cómo mataban negros. Piedad no aguantó: “¿sabe qué, granhijueputa? Lo que más duele es que usted sea negro y que tenga el cinismo y la desfachatez de contar esas cosas (…). Así que ahórrese sus pendejadas y cambie de tema, a mí no me siga metiendo esos cuentos horrorosos de la gente que ustedes matan. Si quiere me voy a pie, granhijueputa”, sentenció al hombre de piel negra y máscara paraca.
Tiempo después Carlos Castaño, matón de matones a quien sus subalternos le temblaban con sólo verlo, afirmó que en ese encuentro si él se hubiera descuidado habría sido ella quien le pegaba.
A Piedad sus enemigos/as la desean y por eso la odian. La grandeza de La Negra trasciende la beligerancia inapetente de medios y sujetos pagos por la ira. Tus turbantes no caben es sus minúsculas cabezas. Tu risa es inconcebible en su alegría aduladora. Tu vestimenta colorida nunca será admirada por la élite ordinariamente acicalada. Claro, Piedad no fue perfecta. Pero pueblo, que la ceguera racista no te obnubile, que la política aduladora no te bloquee mentalmente, que la desinformación machista no te conduzca a ti, pueblo, a celebrar su muerte.
Querida Piedad: No importa que los dueños de los medios que te odiaban sigan dando los micrófonos y sus redes antisociales a tus adversarios. Tampoco preocupa que del pueblo haya quienes se manifiesten en contra tuya replicando las sandeces de quienes diciéndose religiosamente creyentes no escatiman esfuerzo alguno en pisotear el cristo que cargan en su pecho o escupir la virgen que lucen en la entrada de su casa. Al final, tu muerte hace expresa la envidia de los negados de la alegría, la palabra y la valentía.
Contra el brebaje de la servidumbre vertido por miembros de los 38 mil individuos que en Colombia cargan con un millón de dólares en el bolsillo[1], contra las y los excluidos de esos 38 mil que ante la muerte de una luchadora por la paz, imperfecta, replican los mensajes de odio como viles avatar de sus embaucadores, hoy te saludamos como la mujer negra que ante la mudez de la guerra se sentó a hablar con guerrillas, con paramilitares y empresarios reiterando que la guerra no puede matar la palabra. Que la élite te odie, va y viene, pues su corazón gangrenado sólo late para expeler ponzoña. Aquí, ahora, seguiremos defendiendo la vida, recordando tu risa, tu voz firme, clara, contundente y extrovertida.
[1] Pueblo es quien no figura en la revista Forbes. En Colombia 38 mil personas cuentan con un patrimonio mayor de un millón de dólares, es decir, menos del 0,8% de la población del país.
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Pierre E. Díaz Pomar Colombiano, filósofo
Excelente artículo que descripción tan minuciosa y detallada de Piedad como mujer y luchadora incansable por la paz, las minorías. Querida Piedad la clase popular y las mujeres te recordaremos siempre.