Conflicto en Medio Oriente: a un pequeño pasito de la aniquilación planetaria

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Ese día terrible, el pasado 7 de octubre, llegó como si todos los diablos lo hubieran estado esperando. Un día satánicamente perfecto para encajar como una pieza en el rompecabezas, allí en la frontera de Gaza palestina con Israel, justo donde iba a desatar el episodio horrible, indeterminable, de brutalidad despiadada, con tropas similares a las del bíblico rey Herodes, tan eficaces en el oficio de matar niños.

De hecho, la Navidad de 2023 fue la primera en más de dos mil años de nuestra Era Cristiana en que nadie llegó al pesebre de Belén, en Judá, en Palestina, donde, según la Biblia, María, santamente, amamantaba al niñito Jesús recién nacido.

Nunca, jamás se había prohibido o interrumpido la conmemoración del Nacimiento del Niñito Jesús en Belén. Ni siquiera bajo el imperio de los árabes musulmanes, cuando Jerusalén era la gran ciudad islámica, desde la cual, según el Corán, el profeta Mahoma al morir se elevó al cielo en cuerpo y alma.

Y no se trata de ser religioso. Toda persona humana es capaz de percibir, aunque sea superficialmente, cómo una religión puede impulsar a las naciones y las civilizaciones hacia un futuro espiritualmente diseñado… aunque ese futuro, al llegar, al materializarse en el torbellino de la condición humana, siempre se nos ensucia, se nos vuelve turbio y suele llevarnos hacia lo que no queríamos. Vamos viendo.

¿Cómo fue posible que un grupo operativo terrorista de Hamás haya logrado realizar con éxito, en territorio israelita, una operación masiva en la que participaron centenares de combatientes árabes, suficientes para capturar a 240 personas adultas y llevárselas consigo de regreso a Gaza en calidad de rehenes?

¿Cómo fue que los muy bien armados, entrenados y eficaces militares del Ejército de Israel no se percataron de nada hasta que el ataque había logrado su objetivo aparente de capturar rehenes y que las tropas israelíes solo pudieron intervenir abriendo fuego con ametralladoras desde helicópteros, sin poder distinguir quiénes eran terroristas y quiénes eran víctimas israelíes?

¿Cómo fue que el Ejército de Israel no logró impedir que el grueso de los terroristas consiguiera escapar, llevándose consigo a sus 240 rehenes?

El periodista Thierry Meyssan, de la Red Voltaire de noticias, compartió una síntesis de los antecedentes confirmados y publicados por la prensa occidental, y también por prensa israelí, que muestran una inocultable responsabilidad del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien se negó a acoger las informaciones que habrían permitido interceptar oportunamente ese enorme operativo terrorista.

Según un amplio reportaje publicado por The New York Times, los propios servicios de inteligencia militar israelíes ya un año antes habían presentado un informe sobre indicios de que el grupo Hamás estaba preparando un gran atentado terrorista. Sin embargo, Netanyahu se negó a recibir ese informe. Meses después, en mayo del año pasado, el propio ministro de defensa de Israel, en sesión del Consejo de Ministros, le insistió a Netanyahu en la necesidad de estudiar el informe de advertencia. Irritado por la insistencia, este simplemente destituyó a su Ministro de Defensa. Pero, ante la protesta de los demás ministros del gabinete, tuvo que reintegrarlo en su cargo.

Luego llegaron otros informes de los servicios de inteligencia que Netanyahu se negó a tomar en cuenta, pues los calificó de ser “¡poco creíbles!”. Además, se negó a prestar atención a otros dos informes de advertencia, uno enviado por la CIA, de los Estados Unidos, y otro enviado por Egipto.

Y más aún, Netanyahu ordenó desmovilizar a las tropas de guarnición de la frontera de Gaza, las que habrían podido intervenir oportunamente cuando el ataque terrorista estaba iniciándose. ¡Era como si Netanyahu hubiese querido facilitarle las cosas a los terroristas!

¿Qué estaba pasando? El periodista Thierry Meyssan relaciona esa extremadamente rara negativa de nada menos que el jefe de gobierno de Israel a prestar atención a informes tan serios y urgentes sobre la seguridad nacional, con la situación política en que se encontraba el propio Benjamín Netanyahu. Habiendo perdido masivamente el apoyo popular estaba a punto de ser destituido por el Congreso, donde ya no tenía mayoría a su favor. De hecho, estaba intentando casi con desesperación imponer una reforma a las leyes básicas de gobierno, que en Israel reemplazan a la Constitución Política del Estado.

La reforma contemplaba aumentar el poder y las atribuciones del Ejecutivo, para lo cual necesitaba quitarle al Poder Judicial prácticamente todas sus atribuciones para objetar o aprobar los decretos del Ejecutivo. Llegó a suprimir la disposición de exigir que el Ejecutivo, o sea el Primer Ministro, modificara elementos de algún proyecto de ley o decreto que fuesen considerados poco razonables.

Si Netanyahu lograba imponer esas reformas pasaría a tener un poder prácticamente absoluto sobre todo el país. Podría gobernar en términos, de hecho, dictatoriales.

Durante todo el verano Israel se había visto en una atmósfera de convulso repudio popular contra el gobierno de Netanyahu y, según las encuestas, su aprobación había caído a menos del 30%, mientras en las calles se producían movilizaciones multitudinarias de protesta de la oposición. Es decir, para Benjamín Netanyahu la posibilidad de ser destituido de su cargo se estaba volviendo inminente. Fue entonces que optó por buscar a cualquier precio una alianza con los dos partidos religiosos llamados “ultraortodoxos”, fanáticamente apegados a los textos de la Torah, o sea el Antiguo Testamento de la Biblia, incluso en sus aspectos más tremendos.

Por ejemplo, el “Deuteronomio” señala que el mandato de Jehovah en las Leyes de la Guerra ordena a los hebreos atacar y apoderarse de las tierras y los bienes de otros pueblos, y al tener la victoria deben matar a todos los varones. Eso cuando la lucha haya sido en un lugar alejado. Pero cuando la victoria es en un lugar cercano el mandato de Jehovah es matar también a todas las mujeres y a todos los niños, y no dejar a nadie vivo.

Por supuesto, esos partidos político-religiosos de fanatismo extremo no tienen como referente a las leyes de los hombres, sino a las leyes que supuestamente habría redactado Dios. En otras palabras, si las propuestas políticas de Netanyahu acataban las leyes de la Torah, ellos le darían el apoyo necesario.

De esta forma, con el apoyo de los dos partidos ultraortodoxos, el de los de habla yidish y el de los de habla ladina, Netanyahu pudo conservar la mayoría parlamentaria para, al menos, uno o dos años más… pero eso tendría un precio.

Según el artículo de Meyssan, Netanyahu ha recompensado muy generosamente el apoyo de los fanáticos religiosos. Pero, al margen de eso, Netanyahu y los ultraortodoxos concuerdan absolutamente en que hay que eliminar de forma absoluta toda la presencia palestina, no solo en el territorio asignado a Israel por las Naciones Unidas, sino también en los territorios de Cisjordania y la Franja de Gaza, que fueron asignados a Palestina. Y, además, en la zona llamada Altos del Golán, perteneciente a Siria, que tiene una valiosísima riqueza en agua; de hecho, es allí donde nace el río Jordán. Ese territorio fue ocupado militarmente por Israel en la Guerra de los Seis Días, en 1967, y mantuvo su presencia instalando gran número de colonias agrícolas, militarmente respaldadas, hasta 1981, cuando el Gobierno israelí declaró unilateralmente que esos territorios serían definitivamente parte de su territorio nacional.

Por supuesto, la posición de los partidos ultrareligiosos coincide plenamente con la del partido Likud, de Netanyahu, en términos de desconocer el derecho del pueblo palestino a tener un estado propio sobre territorios en que su gente ha vivido durante ya más de dos mil años.

Para el Likud y los partidos ultrarreligiosos es inaceptable un Estado palestino en sus territorios de Cisjordania y Gaza. Y, más aún, la gente de Palestina debiera abandonar sus tierras y emigrar hacia otros países. Es decir, desconocieron por completo los llamados Acuerdos de Oslo, apoyados y avalados por el presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, en 1993, y suscrito por el primer ministro de Israel, Yishak Rabin, y el presidente del Estado palestino, Yassir Arafat.

La furiosa inquina del partido Likud y de los ultrareligiosos no tardó mucho en manifestarse de manera atroz. Dos años después del acuerdo de paz y la creación provisoria del Estado palestino, en 1995, Benjamín Netanyahu organizó un espectáculo de odio y de amenazante burla contra el Primer Ministro israelí haciendo un simulacro callejero del funeral de Yishak Rabin. Cuatro meses luego de esa grotesca y amenazante burla funeraria, el 4 de noviembre de 1995, el primer ministro Rabin fue asesinado por el fanático religioso Yigal Amir.

Nueve años más tarde, el presidente de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), Yassir Arafat, había sido recluido bajo custodia militar israelí en Cisjordania. Y estando bajo custodia israelí fue envenenado con polonio radiactivo.

Los dos líderes de la paz entre palestinos e israelíes fueron asesinados. Y hoy la invasión de Gaza por las tropas israelíes ha provocado repugnancia y horror a nivel mundial. Por supuesto, ha causado asombro y repugnancia internacional la indiscutible complicidad del actual gobierno de los Estados Unidos con el gobierno de Netanyahu, quien, en estos momentos, cuenta con solo un 28% de apoyo de la propia ciudadanía de Israel.

Según información proporcionada por el gobierno de Qatar, el propio gobierno de Netanyahu envió secretamente maletas repletas de millones de dólares en billetes, en efectivo, para financiar precisamente al movimiento terrorista Hamás, a fin de que ese agresivo partido político palestino se hiciera más fuerte y terminara destruyendo a la OLP de Yassir Arafat. Es decir, el plan maquiavélico de Netanyahu habría sido utilizar a Hamás para destruir a la OLP. Y, luego, justificar no solo la guerra contra el partido Hamás, sino la aniquilación de la población palestina y la eliminación absoluta de toda posibilidad de existencia de un Estado palestino.

En estos momentos, y en términos categóricos, Netanyahu anunció que Israel no permitirá la existencia de un Estado palestino, y desdeñó las exigencias planteadas por los Estados Unidos de reanudar negociaciones de paz. Es decir, Israel aparece diciéndole no a los Estados Unidos y a las Naciones Unidas, y al Derecho Internacional, pese a lo cual el presidente Joe Biden, desde Washington, aparece confirmando su complicidad con el actual gobierno israelí al enviarle más y más bombas y armamento con que se está aniquilando a una nación completa… incluyendo a los niños.

La situación internacional creada en torno del genocidio en Palestina encaja ominosamente con el surgimiento de amenazas crecientes de una crisis económica mundial seguida de una aniquiladora Tercera Guerra Mundial.

Los Estados Unidos se están viendo obligados a reconocer que su Gobierno está prácticamente en quiebra y que este año tendrá que aumentar su deuda en más de otro millón de millones de dólares que no tiene cómo pagar. Ya en cifras mundialmente reconocidas, se admite que el dólar está en retirada como valor en la actividad económica mundial. Ya ha disminuido en más de un 20% el número de operaciones internacionales pagadas en dólares, y se está hablando de la creación de una nueva moneda internacional que reemplace al dólar definitivamente. Incluso se ha planteado la posibilidad de utilizar el bitcoin como nueva divisa mundial, ya que es una unidad monetaria matemáticamente imposible de falsificar o de ser reproducida sin respaldo real.

Pero, sobre todo, la crispación en el Medio Oriente hace temer que en cualquier instante pueda estallar una guerra entre potencias locales armadas con bombas atómicas, específicamente Irán e Israel, lo que arrastraría inevitablemente a otras potencias nucleares regionales como Paquistán y la India. Y de ahí al abismo de la aniquilación planetaria solo queda un pasito pequeñito.

Alemania e Inglaterra ya están en recesión. Casi todos los gobiernos de Europa, así como los de los Estados Unidos y Canadá, han caído en profundo desprestigio ante sus propios pueblos.

¿Será que de repente surgirá un partido que apoye la candidatura de la Inteligencia Artificial (IA) para gobernar al mundo?

Hasta la próxima, gente amiga. ¡Cuídense! Todos somos necesarios al momento de encarar el peligro.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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