El desafío de la libertad

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Aunque no pudieron analizar en forma satisfactoria la dimensión psicosocial de aquella crisis, hay estudios realizados por organismos multilaterales como ONU-Mujeres o la Comisión Económica para América Latina (Cepal) sobre los impactos en América Latina de la pandemia de coronavirus del año 2020 y parte de 2021, que entregan conclusiones reveladoras. Esta enorme región del mundo fue afectada por los contagios más tarde que Asia y Europa, y las rígidas medidas sanitarias que los gobiernos latinoamericanos impusieron a la población tuvieron profundas consecuencias disruptivas en lo social y económico. En una población total de 662 millones de habitantes, hubo 76 millones de contagios y 1.7 millones de personas que perdieron la vida. Casi la mitad de la población latinoamericana fue confinada y hubo severas restricciones a la libertad de circulación y de trabajo.  En todos los países se cerraron colegios y universidades afectando a 150 millones de estudiantes. Se desplomó casi por completo la actividad económica, lo que ocasionó, según datos de la Cepal, el cierre de 2.7 millones de emprendimientos particulares, incrementándose en todos los países el desempleo, la desigualdad y la pobreza.

Es cierto que la crisis económica y la ultraderecha política no surgieron en la pandemia. A nivel económico un Balance Preliminar de la Cepal, previo a la pandemia, consignaba: “en 2019, en contraste con años anteriores, 18 de los 20 países de América Latina, así como 23 de las 33 economía de América Latina y el Caribe, presentan una desaceleración en la tasa de crecimiento de su actividad económica”. Y a nivel político no nos olvidemos que en Brasil ya gobernaba Jair Bolsonaro y en El Salvador Nayib Bukele.

Pero lo nuevo fue que gran parte de la población latinoamericana salió de la pandemia con emociones y actitudes cambiadas.  El resentimiento, la desconfianza, la incertidumbre y el miedo pasaron a ser dominantes frente al optimismo, la tranquilidad y los sueños de futuro. Fueron erosionados los vínculos solidarios y comunitarios, se debilitaron los proyectos colectivos y perdió fuerza el concepto de sujetos sociales, fortaleciéndose un nuevo individualismo fundante de una cultura distópica.

La demanda de libertad individual logró enorme respaldo, especialmente durante el período en que rigieron las duraderas y sofocantes limitaciones a la convivencia social –las más traumáticas: el uso obligatorio de cubre boca y la “sana distancia”–. En plena pandemia, las expresiones políticas de ultraderecha dirigieron protestas de clases medias y sectores populares contra esas restricciones en países como Argentina, Brasil o Chile, y lo hacían a nombre de “la libertad”.

Era un sentido de libertad convertida en defensa del sentido de propiedad, en que tomaron mayor fuerza ideas promovidas por los libertarians estadounidenses, uno de cuyos ideólogos, Lew Rockwell, decía con mucha franqueza: “¿qué es un libertario? Es una persona que cree en el derecho absoluto de la propiedad privada”.

Se necesitaba que las fuerzas políticas progresistas, feministas, ecologistas, comunitarias, socialistas dieran la batalla ideológica y cultural, contraponiendo otra concepción social a esa limitada y arcaica visión de libertad propia del siglo XIX. Esa otra concepción debía ser la de la libertad entendida como realización colectiva. Pero la izquierda latinoamericana no asumió la necesidad de disputar en el terreno ideológico la libertad, y optó por mantenerse en los precedentes debates sobre la igualdad. Y no se afirma acá que se trate de escoger entre libertad o igualdad, se trata de mostrar que la libertad social se construye desde la equidad social, desde la lucha contra el patriarcado y desde la defensa de la naturaleza.

Se fue cristalizando en las sociedades un sentido común que llevaba a la gente a pensar en términos de “mi libertad termina donde empieza la suya”, lo que es una confusión entre lo axiológico y lo jurídico. La libertad no puede ser reducida a lo que establece el derecho subjetivo respecto a la propiedad. La libertad o es colectiva, o no es. En tal sentido, lo históricamente correcto es decir: mi libertad comienza donde inicia la suya. Si el otro o la otra no son libres, yo tampoco lo seré. Se necesitaba una nueva praxiología, vale decir una nueva teoría socialista y comunitaria de la acción social por la libertad, que sea complementaria a las acciones estatales por la justicia social.

Hoy estamos ante el desafío de la libertad planteado, paradójicamente, desde las corrientes más regresivas que, de una manera agresiva e insultante, oponen la “libertad individual” a la justicia social, para terminar negando esta última. Así está pasando en Argentina con el neofascista Javier Milei, que encubre con frases libertarias su darwinista autoritarismo de mercado con el que pretende erradicar en ese país todos los avances en derechos sociales logrados en décadas.

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Alfredo Rada Boliviano, exministro de la Presidencia

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