Matavotos informáticos: Cantv

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En tiempos felices, según el Código Civil de Venezuela, las deudas debían ser satisfechas en la morada del deudor. Diligentes cobradores iban de casa en casa recibiendo el monto de los servicios públicos. Este sistema fue descartado porque presentaba el grave inconveniente de que era cómodo para los usuarios; los astutos funcionarios lo cambiaron por otro que fuera cómodo para ellos. De allí el sistema que obligaba a cada usuario a hacer cinco colas mensuales para cancelar otros tantos servicios, con pérdida de dos a tres días de trabajo.

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Dos graves inconvenientes presentaron la invención: los astutos funcionarios debían habilitar oficinas de pago, y algunos bancos ofrecieron el sistema de pagar a cargo de las cuentas de sus ahorristas, para compensar los insignificantes intereses. Este alivio para los sufridos usuarios debe haber suscitado la cólera de los funcionarios, particularmente los de la telefónica, quienes decidieron adoptar drásticas, contundentes y definitivas medidas contra los clientes. En el más absoluto secreto se decidió que ni bancos, ni oficinas de la telefónica, aceptarían el plebeyo pago de los usuarios, porque eso de recibir dinero da mucho trabajo. El método de notificar esta sabia política fue el corte masivo del servicio sin avisar y el rechazo a todo el que acudiera a pagar a sus oficinas de atención al público. La fórmula mágica para quitarse todo ese desagradable trabajo era decirle al cliente, en desdeñoso tono: “Hágalo por internet”.

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Sabemos que vivimos en el mundo informático del siglo 25; nos tomamos cien selfis diarias, recibimos mil chats por hora, hace unos cinco años lanzamos la milagrosa criptomoneda que “salvará al mundo”. Advertí que era indispensable definir si se trataba de una operación de crédito público o de una venta de activos. Como nadie definió nada, un quinquenio más tarde encontramos que los hechiceros estafaron a la Nación por decenas de millones de dólares. Los remedios mágicos tienen el inconveniente de que no hay que meterse a brujo sin conocer las hierbas.

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También sabemos que enviar a los sufridos usuarios a enfrentarse a páginas web que nunca abren o grabaciones que no les hacen caso permitirá a los astutos funcionarios desentenderse del público y concentrarse en sus Gacetas Hípicas. Lamento desengañarlos. Hace un quinquenio solicité a un empleado bancario el saldo de mi cuenta corriente. “Hágalo por internet”, fue la desdeñosa respuesta. “¿Y si lo hago por internet, no eliminarán tu trabajo?”. “Eventualmente”. Meses después pasé por el sitio. Eventualmente habían eliminado no sólo al empleado, sino también la sucursal. Imagino que Bill Gates le suplica cumplir las mismas complejas funciones a las puertas de Microsoft.

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Y vamos a la tercera historia, arrancada de las entrañas de la vida misma. Como escritor, ante la desaparición del correo físico dependo de internet para mis artículos, mis publicaciones, mis blogs, mi colaboración ad honorem en Derechos Humanos y la aceptación de infinidad de conferencias, conversatorios, ponencias y presentaciones también ad honorem que gustosamente cumplo. Hace unas cinco semanas desapareció la señal de mi modem. Nada más usual, ocurre cada dos o tres horas o cada dos o tres días, por lo que a veces envío dos o tres artículos adelantados, por si las moscas.

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Agotada la reserva, me convertí en figura representativa de los tiempos que corren: el mendigo de internet. De la zona donde vivo desaparecieron los cibercafés. Aproveché una conferencia en una institución para remitir la aprobación del texto de un libro al Fondo de Cultura Económica. Una entrevista con comunicadores españoles me permitió transferir a su pen drive un artículo sobre la doctrina Monroe. Abusé de una merienda en la casa de Isidoro Duarte y Marialcira Matute y de su wifi para enviar un documento. Acumulo en el celular una biblioteca de invitaciones para impartir conferencias, foros, charlas, entrevistas y conversatorios que no puedo aceptar sin internet.

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Tengo la fortuna de que una talentosa amiga maneja el pago de mis servicios, de manera que le pregunté si había débito con Cantv. Me contestó que no aparecía ninguna deuda. Tiendo a creerle, pues en años de solidario apoyo no ha fallado ni una sola vez, mientras que la telefónica colapsa dos o tres veces por semana. Cosas de uno, que tiende a confiar en quien funciona.

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A las tres y media de la tarde del viernes de la cuarta semana sin internet, una llamada misteriosa a mi celular me advirtió que debía cancelar de inmediato una suma o me cortarían el servicio que ya llevaba un mes cortado. Le pregunté cómo cancelar de inmediato en oficinas que ya estaban cerradas o por cerrar. “Hágalo por internet”. Le pregunté cómo podía pagar un débito que la telefónica no registraba. La solución era sencillísima: desinstalar yo mismo todo el sistema de pagos de Cantv y montarlo de nuevo. Omití preguntarle cómo podía hacerlo sin una internet que ellos habían suprimido.

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Me gusta intentar lo imposible como, por ejemplo, que un servicio público atienda a un usuario. El martes de la quinta semana caminé varios kilómetros para hacer cola en la oficina de Cantv en el CCCT. Ni siquiera me dejaron pasar. Nunca, por ningún concepto, de ninguna manera una oficina de Cantv iba a recibir el pago por servicios de Cantv. El funcionario que me rechazó denigró de la plataforma Patria. Al final logré arrancarle su secreto: en una tiendita de bibelots llamada Canguro podría ser que me aceptaran el pago. En la tiendita sin insignias de Cantv consultaron una computadora y me dijeron que no aparecían ni el débito ni mis teléfonos. Volví horas más tarde, y aparecieron, sólo que la suma era mayor que la anunciada por el celular, seguramente para cancelar el servicio que gracias al corte no me habían prestado.

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Días después del pago todavía espero el restablecimiento de internet. Se avecinan un referendo y una consulta electoral de decisiva importancia. Esto quizá explica la frenética actividad de todo tipo de matavotos. Me entusiasma que Cantv ofrezca instalar 20 mil nuevas líneas para otras tantas escuelas. ¿Sería tan imposible que restableciera la única que posibilita mi modesto trabajo? Seguiremos informando.

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Luis Britto García Venezolano, Historiador y escritor

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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