¿Cuál es el tamaño real de la crisis y deuda de los Estados Unidos?

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Entre patético y terrorífico, el relato de la crisis de presupuesto para el Gobierno de los Estados Unidos en realidad no logra mantener el suspenso a nivel mundial. Todos los políticos y economistas, incluso los de nivel apenas mediano, tienen perfectamente claro que en dos o tres días más los republicanos y los demócratas van a llegar a un acuerdo.

Subirán una vez más el tope de endeudamiento, se comprometerán a reducir los gastos y volverán a lo que les preocupa realmente, que es captar votos para las decisivas elecciones del próximo año.

Demócratas y republicanos tienen clarísimo que la gran masa de los electores de los Estados Unidos tiende a enojarse con los políticos que estorban los gastos públicos del Gobierno. Cada vez que ha habido enfrentamiento por asuntos de presupuestos, las encuestas han mostrado que la gente se vuelve en contra de los que se oponen al financiamiento de lo que sea. Y eso sin que les importe mucho si son republicanos o demócratas.

En un par de días más el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, se reunirá con Joseph Biden en el Salón Oval de la Casa Blanca. Llegarán a un acuerdo sobre el presupuesto, incluyendo un aumento del endeudamiento de los Estados Unidos bien por encima de los 31 y tantos millones de millones de dólares que ya están debiendo…

Y que en el nuevo presupuesto van los 842 mil millones de dólares que está pidiendo el Pentágono para demostrarle a la China que los Estados Unidos no están en decadencia, como temía el general Lloyd Austin, comandante en Jefe del Ejército. Y, por supuesto, ofrecerán una conferencia de prensa para que toda la nación reciba la patriótica “narrativa” noticiosa.

¿Significa eso que ya Washington dejó en el pasado sus problemas financieros y estratégicos?

No es así. Incluso para los medios de prensa occidentales más próximos y favorables a los Estados Unidos, como el periódico británico The Telegraph, la economía estadounidense sigue tambaleándose peligrosamente. Citando al senador republicano Mitch McConnell, ese periódico señaló que, en estos momentos, casi la mitad de los cuatro mil 800 bancos de los Estados Unidos se encuentran en situación de insolvencia, y que solo un fuerte respaldo financiero de Washington podría evitar un derrumbe de la llamada “industria bancaria”.

En cuanto a la situación estratégica de los Estados Unidos frente a China, en el este de África y todo el Cercano Oriente, el analista M. K. Bhadrakumar, de Asia Times, el martes pasado señalaba que los Estados Unidos se encuentran en una situación de verdadero pánico estratégico ante la inocultable pérdida de la supuesta amistad y alianza de las potencias petroleras árabes con los Estados Unidos.

Citando al diplomático estadounidense Jake Sullivan, asesor del presidente Joe Biden en asuntos con el mundo árabe, el analista de Asia Times refiere cómo resultó un fracaso su último viaje al Medio Oriente, enviado por el presidente Biden, en un intento de restablecer una alianza para enfrentar a Irán.

De hecho, Sullivan se encontró con que los líderes árabes, incluyendo a Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Irak y Siria, no solo han restablecido una relación económica y diplomática con Irán. Más allá de eso, se ha producido un tono de amistad, alianza y visión de futuro. De hecho, los países petroleros árabes se reunieron con los representantes iraníes los días 3 y 4 de mayo recién pasados, en Nueva Delhi, India, antes de participar en la cubre de la Organización de Cooperación de Shanghai.

En esos mismos 4 y 5 de mayo recién pasados, los ministros de Relaciones Exteriores de China y Rusia, Quin Gang y Sergei Lavrov, llegaron también juntos a Nueva Delhi. Es decir, la misión diplomática del estadounidense Jake Sullivan resultó humillada.

Al fracaso de su misión de reacercamiento de los Estados Unidos con el mundo árabe se sumó, casi de inmediato, el rechazo por parte de Egipto de la petición de Washington de cerrar el espacio aéreo egipcio a los aviones rusos que están operando activamente en África Oriental, incluyendo Sudán.

Más aún, los ministros de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, Jordania, Egipto e Irak, emitieron una declaración conjunta confirmando que las relaciones con la República Siria han sido plenamente restablecidas, y que respaldan la exigencia de Damasco de que se ponga fin a la presencia de tropas extranjeras ocupando parte de su territorio e interfiriendo al gobierno legítimo encabezado por el presidente Bhashir Assad, reelegido democráticamente, pero al que todavía la prensa occidental sigue calificando de “el dictador”.

Con ello, el Medio Oriente, en su totalidad, más Sudáfrica y Egipto, han declarado su alianza con las potencias orientales encabezadas por China, la India, Irán, Rusia y Belarus.

Se entiende, entonces, que el gobierno de Joseph Biden, más que preocupación, pueda estar sintiendo pánico, como señala Bhadrakumar en Asia Time.

Por lo pronto, las esperanzadas maniobras de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en la India, tratando de generar hostilidad y desconfianza contra la China, han concluido en un resultado absolutamente opuesto.

Una alianza entre China y la India, las dos naciones con mayor población en el mundo: China, con mil 400 millones de habitantes; y la India, con mil 380 millones.

Pero, paralelamente, es interesante conocer cómo se produjo ese gigantesco endeudamiento de los Estados Unidos, que ya en estos momentos obliga al gobierno federal a pagar 562 mil millones de dólares solo en intereses por los más de 31 millones de millones que ha pedido prestados.

El sistema de emitir bonos de deuda por el gobierno de los Estaos Unidos se inició hace más de un siglo, en 1917, con los llamados “Bonos Libertad”, destinados a financiar la reconstrucción de Europa tras la Primera Guerra Mundial.

En su mayor parte, esos bonos eran comprados por simples ciudadanos que recibían el pago de un interés anual en torno del 5%, más la compensación por la inflación que se hubiera producido durante el año.

Mediante esos bonos, que comenzaban con unos bonos chiquititos, de 100 dólares, el Gobierno lograba disponer de recursos muy por encima de la recaudación de impuestos, lo que le permitía realizar inversiones en obras de alto valor comercial, obteniendo ingresos y ganancias con ello.

De hecho, con ese sistema de bonos de deuda los sucesivos gobiernos pudieron realizar obras gigantescas y muy rentables en los Estados Unidos, como, por ejemplo, la serie de enormes centrales hidroeléctricas que abastecieron todo el oeste norteamericano.

Luego, el Estado puso en venta esas centrales que pasaron así a manos de inversionistas privados, los que a su vez comenzaron a obtener ganancias por las que tenían que pagar más impuestos. Es decir, esos bonos de deuda tenían una rentabilidad superior a los intereses que el Estado pagaba a los inversionistas.

De hecho, de los millones de millones de dólares comprometidos en bonos de deuda, más del 90% estaban en manos de inversionistas estadounidenses, muchos de ellos pequeños inversionistas.

Sin embargo, con el paso del tiempo, el gobierno de Estados Unidos se alejó de la llamada economía Keynesiana, que tenía recursos claramente socialistas y que había prevalecido superando las gravísimas crisis de comienzos del siglo pasado.

Recordemos que fue en términos de esa economía keynesiana que el presidente Franklin Delano Roosevelt planteó el llamado “New Deal”, el Nuevo Contrato Social, que permitió mantener un excelente crecimiento económico incluso durante la Segunda Guerra Mundial, y que luego se aplicó también en Europa a través de los partidos socialdemócratas.

Fue después de la desintegración de la Unión Soviética, en la década de los 90 del siglo pasado, que en los Estados Unidos y Europa se hizo dominante el llamado “neoliberalismo”, que en la práctica rechazaba toda intervención del Estado en la planificación y operación económica.

Con ello, los bonos de deuda del gobierno perdieron su carácter de inversión productiva y pasaron a ser simplemente un truco para un endeudamiento indispensable mientras el Estado aumentaba cada vez más sus gastos en política internacional y, principalmente, en acciones de guerra en todo el mundo.

De ahí que actualmente el tope máximo de endeudamiento pasó a ser, de hecho, un tope máximo de financiamiento del gobierno por encima de la legítima recaudación de impuestos.

En esta crisis de tope máximo de endeudamiento de 31 millones 400 mil millones de dólares, la ministra de hacienda Janet Yellen llegó a proponerle al presidente Biden abolir, por decreto, el tope de deuda. Pero Joseph Biden no se atrevió.

Se inició así la serie dramática ante el supuesto drama de que los Estados Unidos se quedaran sin poder para pagar ni siquiera los intereses de sus deudas y llegara a dejar impagos los sueldos incluso de sus fuerzas armadas repartidas en el mundo entero.

Por cierto, todos sabían que eso no iba a pasar en momentos en que el expresidente Donald Trump parece cada vez más cerca de volver a tomar las riendas de su país.

Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse mucho. Hay peligro.

Son muchos los que parecen dispuestos a ser los difuntos más ricos de todo el cementerio.

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Ruperto Concha Chileno, analista internacional

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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