EXCLUSIVO | Juan Carlos Monedero: «Chávez era muy humano, lloraba y sentía por su pueblo»

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Llamé a Juan Carlos para pedirle que me hablara de su experiencia como asesor de Hugo Chávez, pensé que es un tipo que no le tiene miedo a contar sus verdades y que me diría cosas interesantes.

Después de esperar unos minutos en la Gran Vía de Madrid bajo el frío invierno, subí al lugar de encuentro, y Juan Carlos llegó en su apurado revoloteo, el mismo con el que arribó a nuestra primera entrevista, teníamos tiempo contado porque debía grabar su programa, así que fuimos al grano, nos sacamos los abrigos y mis palabras iniciales fueron: “Me gusta esa Frida Kahlo que tienes”. De ahí nos dedicamos a hablar de Chávez y a él se le iluminó la cara de recuerdos. Cuando terminamos, muy contento me dijo: “Hiciste una bonita entrevista, nunca nadie me había preguntado así de Chávez, gracias por eso”. Aquí les dejo lo que me contó.

Chávez tenía una amplitud en cuanto al pensamiento de izquierda, muy ecléctico, por eso contrató un montón de gente de diferentes nacionalidades y profesiones como asesores, ¿cómo fue tu experiencia de trabajar con él?

Pues una de las experiencias más fascinantes de mi vida. No solamente era la figura de Chávez, desbordante de inteligencia, de humor y de compromiso, sino que además fue un momento histórico donde cambió  el continente latinoamericano, de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), de Telesur, de los intentos que ahora está retomando Luiz Inácio Lula da Silva con un Banco del Sur, de unificar los ejércitos del continente.

Fue un momento de plantarle cara a la hegemonía norteamericana cuando todavía no estaba tambaleándose como ahora, y por lo tanto era mucho más desafiante. Había que superar los cuellos de botella del modelo neoliberal con un reto más de fondo, porque era más fácil derrotar a los candidatos neoliberales que al neoliberalismo ya que este, de alguna manera, se había colado por los poros de la sociedad.

El presidente Chávez tuvo un enorme éxito en la lucha contra el neoliberalismo, pero hubiera necesitado más tiempo para triunfar en esa conjunción demoniaca del neoliberalismo como sentido común, metido en los tuétanos de una sociedad como la venezolana, con una cultura rentista y muy debilitada en su autoestima en la concesión de lo público, en el funcionamiento del Estado, a causa de los gobiernos de la IV República.

¿Qué era lo más difícil de trabajar con él?

Supongo que la exigencia de tiempo. Un día le dije: “Presidente, todos los que estamos aquí vamos a terminar divorciados, separados, solteros o abandonados, porque solo hay trabajo, trabajo y más trabajo”. Se reía, pero era así.

“Chávez era un hombre muy humano, que lloraba cuando su pueblo tenía urgencias y no se las solventaba la Revolución”

Al mismo tiempo, era todo muy gratificante. Recuerdo una vez, después de unas jornadas muy duras de trabajo e irme a Choroní –mi sitio mágico de descanso–, al día siguiente de llegar me llaman a Palacio porque había que ayudar con el discurso de la Organización de Naciones Unidas (ONU), y ahí dices, “bueno, intervenir en un discurso del presidente Chávez para la ONU es más relevante que una vacaciones, ya estaré otra vez en Choroní…”.

Esa exigencia era dura y también era muy complicado entender decisiones suyas, porque el que tenía el equilibrio del país en la cabeza era él, por tanto a veces tomaba decisiones que a quienes no teníamos sus equilibrios se nos hacía más complicado de entender.

¿Nos puedes dar un ejemplo?

Claro, por ejemplo contar con determinadas personas o no dar determinadas peleas, o insistir en algunas direcciones.

Visto con el tiempo, creo que entendí que formaban parte de los equilibrios complejos de un país donde él era quien tenía todos esos platillos moviéndose en el aire a la par. Son los equilibrios que él no pudo trasladarle a Nicolás, aunque este igual ha tenido, con muchas dificultades, que reconstruirlos.

¿En qué consistía el trabajo de ustedes?

Mi trabajo concreto era una suerte de sala de inteligencia donde todos los días elaborábamos los documentos de lo urgente del día, de lo urgente a medio plazo y de lo urgente a largo plazo.

Paralelamente recibíamos peticiones concretas de análisis de preparación de asuntos de refuerzo de discursos. Pero creo que lo más importante era una oficina de alertas tempranas sobre los problemas del país: había que identificar por qué estallaban problemas de un día para otro, los que iban armándose y los que implicaban un trabajo de largo plazo.

¿Chávez oía sugerencias, consejos?

Si, constantemente.

¿Y los ponía en práctica?

Sí, claro.

Hay mucha gente que dice que no era así.

Pues no es verdad. De hecho los documentos que le presentábamos él decía: “Ejecútese, háblese con el ministro tal o el ministro cual”, y luego pedía información de cómo iban las cosas. Dependiendo del Ministro de Presidencia que hubiera había mayor o menor seguimiento. En las etapas en las que estuve había seguimiento. Aunque Venezuela es un país donde no siempre el Estado funciona bien, entonces creo que las órdenes cuando iban bajando de nivel iban diluyéndose, por tanto no siempre lo que él planteaba se ejecutaba cuando él estaba lejos del centro de control.

Chávez siempre se quejaba cuando íbamos a un sitio y olía a pintura, porque lo habían pintado un día antes para que lo viera bonito. En la dirección contraria, muchas veces había órdenes que se daban y no se ejecutaban.

Hugo Chávez y Juan Carlos Monedero.

Había a su vez un  problema de fondo, que forma parte de una de las anécdotas más poderosas que viví con Chávez, y es que yo veía que él se desesperaba por la ineficiencia del Estado y al final él mismo asumía la carga; asumía tanta carga que, por un lado, las soluciones se diluían, a veces había decisiones que estaban debajo de una pila de papeles, donde es verdad que muchas veces aparentemente no eran urgentes, como por ejemplo ponerle el nombre a una fábrica conservera, que era lo que le iba a permitir que tuviera el código fiscal o lo que le permitía que iba a poder operar. Cualquiera podía pensar que ponerle nombre a una fábrica no era algo importante, pero si la empresa no tenía nombre no se podía poner en marcha, y con todo el dinero que había costado producirla. Paralelo a esto, el ministro correspondiente no tomaba la decisión de ponerle el nombre a la fábrica por temor a ocasionar un enfado al Presidente. Todo eso lo que ocasionaba era un cúmulo de ineficiencias que yo critiqué cuando hablé del “hiperliderazgo”, donde hubo un enfado inicial, aunque no puedo dejar de recordar cuando decidí ir a Venezuela desde España al enterarme de la enfermedad del Presidente, yo quería ir a la televisión por la tarde porque sabía que él veía algunos programas, y me dijeron que no podía ser y que tendría que ir en la mañana, y yo me iba el día siguiente. Entonces fui a las seis de la mañana y llamó el presidente Chávez, esa era su primera comparecencia luego de haber sido operado, para saludarme en directo y decirme que tenía razón con lo del “hiperliderazgo”.

Eso fue como una reivindicación que me apabulló, lo que quería era abrazar a ese señor y decirle: “Cuídese, póngase bien, porque lo que usted ha hecho por Venezuela y América Latina es muy grande”. En cambio, me dijo: “Llamé solo para saludarte y decirte que aquello que me dijiste del ‘hiperliderazgo’ tenías toda la razón”.

El Presidente se dio cuenta que lo que yo había trabajado allí, sobre todo que era crear una escuela de cuadros –que se había detenido por capricho de Jorge Giordani–, era lo que necesitaba Venezuela.

¿En qué consideras que hace falta Chávez?

Fui a visitar a Lula en la cárcel en Curitiba y la mitad del tiempo se dedicó a hablarme de Chávez, se quejaba de no haberle hecho más caso. Decía que era el único que nos unía, el único que nos juntaba a todos, que nos marcaba un rumbo, que tenía razón y nos alentaba a que fuéramos en esa dirección. “Pero no tenemos otro Chávez”, se quejaba Lula.

Creo que Chávez ha marcado un rumbo. Hoy la suma de Andrés Manuel López Obrador, Gustavo Petro, Cristina Fernández, de alguna manera todos juntos tienen un rumbo, y ese es el rumbo que en una etapa marcó solo y con mucho esfuerzo Hugo Chávez.

Recuerdo una vez que en un acto estaban Chávez, Lula, Rafael Correa, Evo Morales y Fernando Lugo. Entonces Lula dijo: “Chávez, si estando todos juntos nos cuesta tanto, cuéntanos tú mismo cómo hiciste cuando estabas solo peleando contra todos estos gigantes”.

“Chávez siempre se quejaba cuando íbamos a un sitio y olía a pintura, porque lo habían pintado un día antes para que lo viera bonito”

¿Cómo es tu percepción del Chávez de esa época: Hombre, Dios, mito?

Chávez era un hombre muy humano, que lloraba cuando su pueblo tenía urgencias y no se las solventaba la Revolución. Un nombre tan pomposo: “Revolución”, y el pueblo pasando fatigas; eso a él le partía el alma.

Era un hombre que muchas veces se sentía solo, con la enorme soledad que le pasa al poder; en su caso eso operaba. Era un hombre que le encantaba estar con los niños, eso era como una surte de bálsamo que le curaba los males. Muy marcado por la mística de su responsabilidad histórica que le hizo abandonarse en términos de salud, no se alimentaba bien, tomaba mucho café, hacía menos deporte del necesario y a veces no se cuidaba incluso físicamente, sabiendo que había un Imperio que quería acabar con él. “Un hombre de esos que surgen cada cien años”, como decía Pablo Neruda de Simón Bolívar.

Chávez ha marcado un rumbo, también con sus errores, no creo que haya que magnificarlo, porque él mismo se enfadaría. Sabía que hacía cosas que se equivocaba, por ejemplo, erraba a veces con la gente que escogía… esa condición humana lo acerca al futuro, no era un súper héroe de Marvel, era un ser humano, yo prefiero verle así, bromeando.

Él me veía y se reía, porque soy un poco irreverente y creo que era una de mis tareas como asesor ser un poco irreverente. La gente tenía miedo de decirle cosas y tal vez no se las decía; a veces se enfadaba. Creo que él entendía la tarea de los asesores internacionales que no están interesados en escalar en ningún puesto interno, que no forman parte de ninguna familia del poder y, sobre todo, son disciplinados, porque éramos más disciplinados que una parte no pequeña de los que se llamaban “muy revolucionarios” pero después no hacían sus tareas. A mí me mandaban algo y no me levantaba de la silla hasta que estuviera hecho; eso es lo que explicaba nuestra presencia allí.

¿Qué crees que hay que rescatar del pensamiento de Chávez?

A lo que él más empeño le puso, porque sabía que en ello le iba la vida: la integración de América Latina. Ese era su principal objetivo, porque comprendía que los países no iban a avanzar solos y la democracia no iba a ser permitida en América Latina si no era en todos los países, es decir, no iban a permitirla solo en Venezuela, en Cuba, en México o Brasil. Eso es una cosa que compartía con Fidel Castro, que era consciente de que la única manera de pelear contra los Estados Unidos y con la condición hegemónica era con la unidad. Yo creo que ese fue su gran objetivo.

Finalmente, otra anécdota que te gustaría contar…

Yo me quedaba hasta tarde trabajando y cuando él volvía del Salón Bolívar, de sus conferencias o sesiones de trabajo, y pasaba por la oficina donde estábamos, si había luces entraba y me decía siempre con su voz peculiar: “Monedero, infiltrado, ¿en qué andas?”. Por ser español me llamaba infiltrado, y se reía.

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Nahir González Correo del Alba  

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