Neoliberalismo, guerras y cambio climático… ¿habrá que descartar a Dios?

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El viernes pasado, 15 de abril, el mundo cristiano se inclinaba invocando el momento de la crucifixión de Jesucristo, y el mundo judío celebraba el inicio de la Pascua por la salida de los hebreos de Egipto, siguiendo a Moisés en busca de la Tierra Prometida.

Pero aquellos, judíos o cristianos, que ese viernes leyeron el diario The New York Times, se quedaron atónitos ante el titular que decía, fíjese Ud.: “En estos tiempos de guerra, propongo que descartemos a Dios”.

El autor del artículo es un tal Shalom Auslander, quien dice haber sido criado en una comunidad religiosa judía de Nueva York, y recomienda que las familias dejen de adoctrinar a los niños en venerar a un Dios que es responsable de la guerra y la violencia, de la opresión y el sufrimiento. De hecho, puntualiza: “En Egipto, Dios mató a criaturas inocentes, mató terneritos recién nacidos y mató también a sus madres”.

Y agrega: “Si ese Dios de los judíos, de los cristianos y de los musulmanes fuese mortal, habría que llevarlo a la rastra ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya… Y, sin embargo, ¡le cantamos alabanzas. Tratamos de imitarlo. Le pedimos a nuestros niños que traten de parecerse a él!”.

Y Shalom Auslander concluye diciendo: “Ahora, mientras llueven los misiles y los cadáveres aparecen en tumbas colectivas, quizás sea el momento de que dejemos de imitar a ese Dios lleno de odio. Quizás podremos parar de ensalzar su brutalidad. Quizás sea ahora el momento adecuado para que enseñemos a nuestros niños a dejar atrás a ese Dios – y tratar de no parecerse a él”. 

Todavía es demasiado pronto para conocer las reacciones de al menos los siete millones 133 mil suscriptores del diario The New York Times. Pero ya ayer otros diarios de todo Estados Unidos y Canadá habían reproducido aquel artículo. Y las agencias noticiosas lo habían difundido a todo el mundo.

Esto ocurre en un momento de enorme tensión psicológica para la gente de todo el planeta que está sometida a un verdadero huracán de propaganda llena de odio e incitación a la violencia, dudosamente presentada como información noticiosa sobre la guerra en Ucrania.

Y sin duda esto también parece repetir la antigua paradoja que plantearon los cristianos cátaros desafiando a la Iglesia católica, hace ya mil años, y que dice, fíjese Ud: “Cuando afirmamos que Dios es bueno, que es todopoderoso y lo sabe todo, y que el mal existe… una de esas tres afirmaciones tiene que ser falsa. Porque si Dios es bueno y el mal existe, Dios no sería todopoderoso. Si es todopoderoso y el mal existe, Dios no sería bueno. Y si Dios es bueno y es todopoderoso, el mal no podría existir”.

Pues bien, esa paradoja no ha tenido respuesta hasta nuestros días, aunque en su momento, hacia el año mil 100, el Papa Inocencio III eliminó cualquiera duda lanzando una cruzada con el encargo de matar a todos aquellos insolentes herejes preguntones.

Y, claro está, los valientes cruzados, en nombre de Jesucristo… ¡los mataron a todos!

En realidad, estamos hoy en un momento muy trascendental no solo de la historia humana, sino del destino de este hermosísimo planeta en que tuvimos la fortuna de nacer.

La economía mundial está hundiéndose, y las maniáticas sanciones que Estados Unidos y sus aliados imponen a otros países agravan las condiciones de vida incluso dentro de Estados Unidos y de Europa.

El endeudamiento de Estados Unidos y de Europa ya parece imposible de pagar, y el nivel inflacionario, o sea la desvalorización del dólar y el euro, ya salta a la vista en los precios de hoy en los mercados mundiales. De hecho, la onza de oro valía 30 dólares en 1944, cuando el dólar fue aceptado como divisa internacional, o sea, un gramo de oro por dólar, pero hoy la onza de oro está a mil 975 dólares. O sea, el dólar se ha desvalorizado en un 6.584% en relación al oro.

Luego, cuando el presidente Nixon estableció el referente de petróleo para respaldar al dólar, en 1973, bastaba un dólar con 60 centavos para comprar un barril de petróleo. Hoy se necesitan 106 dólares con 54 centavos para comprar ese petróleo. O sea, el petro-dólar se ha desvalorizado en un 6.576%.

Por supuesto, las demás monedas del mundo se desvalorizaban también y algunas aún más rápido que el dólar. Recordemos que, en 1959, el presidente de Chile, Jorge Alessandri, reemplazó el peso por la nueva moneda llamada «escudo», cuyo valor era de mil pesos. Pero en 1975 el escudo se había desvalorizado a tal extremo que el gobierno del general Pinochet volvió a reemplazarlo por el nuevo peso, cuyo valor era de mil escudos. O sea, un peso de 1975 valía un millón de pesos de 1959 y en ese instante tenía una capacidad de compra equivalente a mil 200 pesos de hoy. Y, bueno, en estos momentos Ud. no puede comprar nada con un peso chileno.

En ese caótico proceso de inflación mundial la economía fue dividiéndose en dos áreas casi independientes entre sí. A un lado quedaba la economía concreta, de materias primas, tecnología y productos elaborados, y al otro , paralelamente, había una economía financiera, basada derechamente en el dinero, en créditos, intereses, fijación de precios y manipulación de los mercados.

Desde finales de la década de1970, el manejo de esa economía financiera acentuó el poderío político de las grandes corporaciones o sociedades anónimas que, disponiendo de enormes cifras de dinero, lograron negociar cada vez más para obtener el control de los gobiernos en Europa y Estados Unidos, logrando finalmente imponer el llamado “neoliberalismo”, que eliminaba toda planificación o regulación de la economía por parte del Estado.

Ese neoliberalismo llegó a sustituir el llamado “liberalismo clásico” o “socialdemócrata” y permitió una concentración sin precedentes de la riqueza financiera.

El sistema neoliberal generó un período inicial de aparente prosperidad mundial, aunque la concentración, la inmensa acumulación de dinero en las delicadas manos de los financistas, exigía cada vez más protección mediante un poderoso aparato de fuerza bruta. Es decir, un poderío militar capaz de extenderse hasta los últimos rincones geográficos que tuvieran algún interés económico.

Con eso, Estados Unidos se transformó en una presencia imperial militarizada, amenazante y presente con bases militares dispuestas en todo el planeta, con capacidad de imponer decisiones políticas, derribar gobiernos y declarar la guerra o la paz según la conveniencia de las grandes corporaciones con sede en Estados Unidos y en Europa o en países aliados de dependencia absoluta, como Japón, Australia y, desde luego, Israel.

Inevitablemente, el desarrollo de países emergentes, como China, Rusia, Brasil, Indonesia, la India, Sudáfrica y Turquía, se tradujo en una competencia económica, cada vez mayor y más eficiente, ante la cual las grandes corporaciones dominantes fueron perdiendo posiciones y poniéndose nerviositas.

En sucesivos conflictos de intereses económicos y estratégicos, Estados Unidos tuvo que aumentar sus intervenciones de fuerza sobre otros países, mediante las llamadas “sanciones” económicas internacionales, con apropiación de recursos, como fue el caso de Venezuela, o mediante intervenciones militares invariablemente sangrientas.

Y, sin embargo, el mismo proceso de concentración de la riqueza financiera y la avidez por reducir los costos de la producción de bienes concretos llevó a que en diversos países comenzara a surgir una capacidad de producción de bienes materiales y servicios técnicos, capaces incluso de entablar competencia contra las grandes corporaciones tradicionales.

Primero Japón y Corea del Sur, luego Australia, Turquía, la India, Indonesia, Malasia y Singapur, pasaron a ser poderosas y firmes colaboradoras pero que, sin embargo, comenzaban a hacer sentir su capacidad de defender en cierta medida sus propios intereses locales.

En tanto, la evolución de la revolución comunista de China comenzó un proceso rapidísimo y deslumbrante de desarrollo tecnológico, industrial y financiero, sustentado nuevamente en la capacidad de planificación y regulación por el Estado, pero integrado también a los intereses de los empresarios privados. Eso llevó a que en pocas décadas China alcanzara a igualar su potencia económica con la de Estados Unidos y Europa.

Resultaba cada vez más evidente que la enorme pujanza, sobre todo de las naciones asiáticas, estaba debilitando la supremacía económica neoliberal centrada en Estados Unidos. Y, tras el descalabro del enfrentamiento comercial con China, apareció un nuevo panorama de ordenamiento mundial.

Ya en 2018 China logró quebrantar por primera vez el dominio absoluto del dólar como moneda del comercio mundial. En trato directo con los Emiratos Árabes, y contra las protestas estadounidenses, se produjo la primera venta masiva de petróleo pagado en yuanes, la moneda china. Eso resultaba equivalente al nacimiento de un “petro-yuan” capaz de competir con el “petro-dólar”.

No es del caso hacer aquí un análisis estratégico del enfrentamiento de Occidente versus Oriente, que en este instante se expresa en la guerra de Ucrania y que, al parecer, inevitablemente culminará en una quizás muy sangrienta victoria de Rusia, pues en caso contrario derivaría en la aniquilación nuclear mutua de Oriente y Occidente en la Tercera Guerra Mundial.

De producirse la victoria de Rusia en Ucrania, su efecto principal será el fin de la economía neoliberal y del control financiero mundial por Estados Unidos.

Sin duda, las Naciones Unidas tendrán que reformadas profundamente con el propósito de dotarla de recursos y poderes reales capaces de articular las relaciones internacionales mediante un código jurídico y de procedimientos que impidan realmente el surgimiento de alguna otra “superpotencia” con aspiraciones imperiales.

Quizás incluso pueda llegarse a generar una verdadera “Constitución Política Planetaria”.

Pero, fundamentalmente, el efecto del derrumbe del imperialismo occidental se expresará en la defensa del planeta Tierra, que ya está presentando síntomas muy reales de estar agonizando, terriblemente herida por la codicia neoliberal.

Si Ud. presta atención a los discursos de todos los gobiernos supuestamente democráticos de Occidente, verá que para ellos el progreso y el bienestar económico de la nación se expresa en “crecimiento” de la economía. Como si una “estabilidad” económica fuese un fracaso. Ese concepto de necesario crecimiento permanente e indispensable es un absurdo y un síntoma de peligro cuando se da en la naturaleza.

Como en todos los seres vivos, hay siempre una etapa inicial que exige crecimiento rápido y fuerte. Pero luego ese crecimiento disminuye y se consolida a medida que se alcanza el desarrollo completo. Un bebé recién nacido, por ejemplo, crece y duplica su peso en pocos meses, pero si mantuviera ese crecimiento, antes de un año el bebé se habría convertido en un monstruo enorme que a los dos años podría pesar más de 80 kilos.

En las naciones, el desarrollo económico debiera supuestamente alcanzar un nivel óptimo de buen uso de sus recursos naturales, su desarrollo tecnológico, la educación de sus jóvenes y el bienestar de las familias y las comunidades.

Pero, en la perspectiva neoliberal, el crecimiento de las empresas no puede ni debe detenerse. La acumulación de la riqueza debe aumentar indefinidamente, y para eso necesita estimular al mercado, inducirlo a aumentar permanentemente sus compras, y también a entregarle al comprador bienes poco durables, que tenga que reemplazar en poco tiempo.

Máquinas que debieran ser útiles por muchos años, son intencionalmente fabricadas para que queden en desuso en corto tiempo. Incluso se ha denunciado que fabricantes de vehículos eléctricos estarían utilizando baterías diseñadas para quedar inutilizadas en un solo año, y sea necesario descartarlas y convertirlas en chatarra peligrosa y polucionadora.

De hecho, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos advirtió hace un par de semanas que ya están produciéndose alteraciones del medioambiente que tendrán un efecto catastrófico para la gente, para los animales y todas las formas de vida de nuestro planeta.

En esa advertencia, se indicó claramente que las personas, individualmente pueden ayudar en la lucha contra la polución y el cambio climático, pero que la mayor parte de la polución la producen las grandes industrias, especialmente las industrias químicas y, fíjese Ud., las industrias de productos a la moda, que van desde autos hasta calzoncillos, desde computadoras y teléfonos hasta marcas de cerveza, y desde maquillaje hasta biquinis y relojes.

Mediante manipulación publicitaria, inducen a millones de personas a desechar ropa y artefactos y comprar otros nuevos solo para sentirse que están a la moda.

Es decir, se ha establecido una gigantesca industria que produce estímulos para instar a la gente a comprar productos que realmente no necesitan más que para ocultar su propia debilidad psicológica haciendo compras supuestamente “prestigiosas”.

Incluso en la oferta de productos al público en multitiendas y supermercados ya se advierte cada vez más la escasez de productos “distintos”, que se alejen de lo que esté de moda.

Asimismo, esas técnicas publicitarias se enfocan a formas de conducta, modales y actitudes “a la moda”, que sirven para uniformar psicológicamente a la gente para disminuir la singularidad individual de la personalidad y su resistencia a la manipulación.

Es decir, se ha establecido una vasta industria que produce manipulación emocional de las personas a fin de elevar su obediencia a los estímulos de comprar y, a la vez, elevar su temor a ser distintos por no estar a la moda.

Esa realidad neoliberal de mantener un crecimiento económico permanente incide también en la demografía. La prensa neoliberal insiste en incitar a que las familias tengan varios hijos, o sea, que aumenten numéricamente el número de futuros compradores.

Todos los planteamientos neoliberales coinciden en considerar que la disminución del número de habitantes de un país o una región es una “catástrofe” para la economía, y multiplican los estímulos para que aumente la natalidad.

Sin embargo, en países como Japón, China, Italia, Francia y Rusia, entre muchos otros, las familias tienden claramente a no tener más que uno o dos hijos.

En cambio, en los países más atrasados y pobres, las familias siguen siendo numerosas, con un promedio entre cuatro y cinco hijos por mujer. Eso, además de generar pobreza y falta de apoyo para cada uno de los hijos de cada familia, genera también agotamiento de los recursos locales para alcanzar un mínimo satisfactorio de nivel de vida.

De ahí, obviamente, a los jóvenes no les queda ninguna alternativa mejor que lanzarse a la desesperada tratando de emigrar a algún lugar mejor.

Es así que el crecimiento económico formidable de los tiempos modernos trajo consigo los efectos negativos del progreso económico que había previsto el economista británico Thomas Malthus, en 1798, de una explosión demográfica provocada por el progreso tecnológico.

En estos momentos, cada año la población mundial aumenta en 80 millones de habitantes, a pesar de que en los países más desarrollados la población está disminuyendo.

El viernes pasado, en Estados Unidos y Europa se produjeron intensas protestas callejeras en contra de las políticas predominantes que se muestran hipócritas ante el fracaso de las políticas de defensa del medioambiente y la necesidad de parar el recalentamiento de la atmósfera, los mares y los campos.

Se está denunciando la secuencia desastrosa de sequías que ya en Estados Unidos amenazan con la ruina total de la agricultura de todo el centro-sur del país, donde ya la escasez de agua tiene casi secos los dos principales lagos del estado de Arizona y también el Río Grande, fronterizo con México.

Entre los efectos del cambio climático se cuenta la aparición de plagas de insectos que están destruyendo los árboles, y la proliferación de los contagios por las llamadas “amebas come carne”, que se multiplican en las playas por el recalentamiento del agua.

Se ha comprobado también que la temperatura del agua en los océanos ya se ha elevado en más de un grado y medio, lo que disminuye dramáticamente la proporción de oxígeno incluso en las aguas profundas, y está provocando una mortandad de peces y otros organismos marinos, cuya gravedad no se sabe aún.

En París y en Londres se produjeron multitudinarias protestas juveniles, en especial de estudiantes universitarios acompañados de sus profesores, y que llevaron a la detención de centenares de manifestantes.

Y en Los Ángeles, California, hubo una intensa protesta frente a las puertas del gran banco Morgan Chase, financista de las empresas petroleras, cuya fachada quedó cubierta de pintura roja. La policía arrestó a 41 manifestantes, incluyendo al científico Dr. Peter Kalmus, de la agencia espacial NASA, especializado en retropropulsión. El Dr. Kalmus no pudo contener el llanto ante la gravedad del peligro ecológico inminente. “Vamos a perderlo todo”, dijo en un video al momento del arresto, y agregó: “No bromeamos, no mentimos, no exageramos. El peligro de la destrucción planetaria es real y se está volviendo inminente. Estoy aquí porque no se escucha a los científicos. Estoy dispuesto a luchar por este hermoso planeta. Por mis hijos. Por todos los niños del mundo. Por todas las personas del futuro”.

Bueno… aquí en Chile, también se produjeron algunas protestas y manifestaciones en la Plaza Baquedano o Plaza Dignidad.

Pero al parecer no fueron protestas ecológicas.

Recordemos el cuento de El flautista de Hamelin. Los políticos se negaron a pagarle la deuda y el flautista entonces se fue tocando una nueva canción fascinante y diabólica, y todos los niños se fueron detrás de él hasta llegar junto a una montaña que se abrió. Los niños entraron ahí y nunca más se supo de ellos.

¿Hay quizás unos diabólicos flautistas publicistas al que nuestros niños seguirán hasta ser engullidos por una montaña de basura?

Hasta la próxima gente amiga. Cuídense. El peligro es cada vez mayor.

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Ruperto Concha Analista internacional chileno

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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