Antes que nada quisiera felicitar a la persona o entidad que con espléndido criterio propuso y/o aprobó bautizar a la solidaria vacuna cubana contra el Covid-19 con el nombre de “Abdala”, en homenaje a la pieza teatral del Apóstol. Pieza teatral o más bien poema dramático que José Martí escribió a los 16 años, pocos meses antes de ser encarcelado, el 21 de octubre de 1869, como represalia de unas supuestas vejaciones a los voluntarios españoles el día 4 del mismo mes y el hallazgo de una carta presumiblemente escrita por él a un condiscípulo pidiendo que renunciara a la apostasía hecha a la causa cubana. De la cárcel y por sentencia de 4 de marzo de 1870 pasa a presidio el 4 de abril, condenado a trabajos forzados en las canteras de San Lázaro. Él mismo dirá: «Mi patria me estrechó en sus brazos, y me besó en la frente, y partió de nuevo, señalándome con la una mano el espacio y con la otra las canteras».
Antes de eso escribe Abdala, su alter ego, en el que los versos vibran expresando de forma rotunda, casi lapidaria, el tema que va a absorber toda su vida, es decir, el de la libertad de su patria cubana, último reducto de un Imperio español caducó y agonizante y no menos sanguinario y cruel por ello.
El poema dramático lo publica en el único número de su periódico, La Patria Libre (apenas una hoja), Semanario Democrático – Cosmopolita, título que pretende quizás enmascarar las verdaderas intenciones del periódico encabezado por una nota en mayúsculas que es todo transparencia: ESCRITO EXPRESAMENTE PARA LA PATRIA (patria como país y título del periódico). El poema narra la historia de un joven africano, Abdala, que defiende su tierra Nubia (cómo no ver aquí un topónimo de sonoridad Cuba) frente a un invasor extranjero, mientras su madre, Espirta (doña Leonor, madre de Martí), le ruega renunciar a los sueños que Abdala resume así, en versos sonoros y de acentos épicos:
«El amor, madre, a la patria
no es el amor ridículo a la tierra,
ni la yerba que pisan nuestras plantas:
es el odio invencible a quien la oprime,
es el rencor eterno a quien la ataca…»
Espirta (doña Leonor) se queja:
«¿Que no llore, me dices?
¿Y tu vida alguna vez me pagará la patria?”
Replica Abdala:
«La vida de los nobles, madre mía,
Es luchar y morir por acatarla.»
Llama la atención que en las indicaciones que escribió Martí a su albacea literario Gonzalo de Quesada y Aróstegui, en referencia a la publicación de sus obras, solo alude de pasada –tras referirse a Morazán, un drama histórico compuesto en Guatemala en 1877 y extraviado– a su producción dramática: Abdala, Adúltera y Amor con amor se paga. Podría ello hacer pensar en cierto desdén por parte de Martí respecto a esa producción (lo mismo podría decirse de su novela por encargo Lucía Jerez (o Amistad funesta, como también se la tituló), una de las obras cuya modernidad, a pesar de lo lejano en que fue escrita, conserva la frescura de una novela escrita ayer, hoy mismo, y sobre la que me gustaría volver algún día y modestamente rescatarla de un injusto olvido.
No creo que Martí menospreciara su teatro. Él sabía cuánto de sí mismo, a sus tempranos 16 años, había en Abdala, cuánto germen de futuras obras y acciones, premonitoriamente, había en esos versos llenos de fuerza ya y vigentes aún en estos momentos convulsos de la historia patria. Y tal vez pensara en su Abdala cuando expresó: «El único drama que sobrevive es el que se inspira directamente en la vida y se escribe con la sangre que mana de ella».
Y termino tal como comencé, amor y reconocimiento a la medicina cubana que me atendió y sanó en la entrañable La Paz, poco antes de que esta pesadilla comenzara, felicitaciones por sus logros en medio de tantas dificultades, por los avances en las Soberanas, en la Mambisa, en la atención pediátrica del programa Ismaelillo (¡qué hermosa referencia de nuevo al Maestro!), en fin, gracias por tantas cosas obra de vuestra/nuestra revolución solidaria.
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Jaume Domènech Catalán, ambientalista martiano
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