La cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), celebrada en Bruselas, Bélgica, con la participación de los 30 países miembros de este organismo belicista, arrojó los resultados que eran previsibles, es decir, la postura agresiva de la alianza contra Rusia, China y todos los países que no cumplen con las directivas y reglas establecidas por Estados Unidos.
Era de esperarse que las declaraciones giraran en torno a la “amenaza rusa”, y la reiterada acusación expresada en la declaración final del encuentro que señala: “Hasta que Rusia no demuestre que respeta el Derecho Internacional y sus obligaciones y responsabilidades, no se puede volver a la situación actual”. Por supuesto, el Derecho Internacional al que se refieren los líderes de la OTAN es el que permite a la alianza atlántica atacar a naciones soberanas con pretextos como las armas de destrucción masiva o los Derechos Humanos, pero no permite a otros, a Rusia en particular, actuar para proteger sus intereses nacionales.
Los países europeos se han mostrado de acuerdo con la tesis estadounidense planteada por el presidente Biden, con un gran espíritu de cooperación y servilismo hacia el amo estadounidense, que decide como quiere y cuando quiere en función de sus intereses. Si bien Biden no pudo cumplir su objetivo en la cumbre del G7 de formar un bloque cohesionado contra China, de acuerdo a la declaración final del encuentro OTAN, pareciera que efectivamente logró hacerse eco entre sus homónimos de la coalición atlántica.
En el documento final de la OTAN se hace referencia explícita a Rusia como una “amenaza”, y en cuanto a China acota que sus ambiciones declaradas presentan «desafíos sistémicos». Estos señalamientos demuestran que se cierra la posibilidad de coexistencia pacífica con Rusia y China, a los que la Alianza Atlántica considera sus antagonistas.
Por otra parte, en los recientes vértices internacionales (G7 y Cumbre OTAN) además de sacar a flote las fobias manifestadas anti Rusia y China, confirman una realidad bastante simple y ya conocida, con ello nos referimos a la comprensión por parte de las élites occidentales que el mundo actual ya no es el mismo que en los años 90, el cual caracterizó por la desintegración de la URSS y la dominación unipolar de Estados Unidos, cuando Fukuyama hablaba del “fin de la Historia”. Además de ello hay que subrayar que el establishment de Occidente se enfrenta a las convulsiones económicas en un mundo marcadamente multipolar que se encuentra en el umbral de un tiempo post pandemia.
El dragón asiático despertó
Respecto a ser considerados un “desafío sistémico”, el martes 15 de junio el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Zhao Lijian, señaló que solo hay un sistema y un orden global en el mundo, el que tiene como núcleo a las Naciones Unidas y el cual se basa en el Derecho Internacional. Además agregó que, en el seno de la OTAN, cada país debe aportar el 2% de su PIB al gasto militar, pero al mismo tiempo se hacen comentarios “irresponsables” sobre la defensa y la modernización militar de China, que dedica el 1.3% de su PIB al sector.
Zhao añadió que el gasto militar per cápita de China está por debajo de la media mundial y supondría menos de 1/5 del correspondiente a la OTAN. El diplomático chino recordó pasadas acciones criminales de la Alianza Atlántica, como el bombardeo de la antigua Yugoslavia, que se llevó a cabo sin la aprobación de la ONU, subrayando además que China no es un “desafío sistémico” para nadie.
Es evidente que la pérdida de la influencia de las potencias occidentales en el escenario económico y geopolítico de las zonas más importantes del mundo, Asia en particular, es un hecho indiscutible .Esto explica el porqué del desespero de los Estados Unidos y el Reino Unido en tratar de poner freno en el desarrollo de China, sin embargo, la historia sigue su curso y no son los líderes de la OTAN quienes podrán cambiar su dirección.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia
