Oppiano Licario es la novela del eterno retorno de un héroe homerico, Oppiano-Odiseo, a la enorme historia que es Paradiso-Ítaca, para reivindicar el rol de Ariadna, hilo conductor del destino de los personajes de ella y de los que lo real maravilloso ha ido sembrando, haciéndolos brotar como hojas de hierba tras el paso de la lluvia.

Oppiano Licario se presenta como novela inconclusa. Razón por la que quiero pensar que esa apariencia fue a propósito escogida por Lezama, que esa era su voluntad: dejar el libro abierto a nuevas singladura en un mar Mediterráneo-Caribe, inagotable, insondable, habitado por criaturas mitológicas: Lucía, Ynaca Eco, Fronesis, Cidi Galeb, Mohamed, para quienes «todo había transcurrido en el espejo de la mañana, o mejor en la mañana del espejo».
Ynaca Eco-Penélope seguirá tejiendo y destejiendo lo tejido como en una rueca laberíntica de las horas, los años y los siglos, y Lezama nos quiere decir, más allá de la literalidad de la frase, que no «todos habían muerto enloquecidos, mostrando en sus dedos sin sangre la ceniza de la flor del café», sino que este es un relato «más bien un silencioso y secreto Cantar de Gesta, de cómo Ynaca Eco Licario sobrevivió a la destrucción de la casa». Y, con ella, todos los demás personajes, tan vivos, a pesar de las apariencias, como los del Dublineses de James Joyce.
Personaje central de esta novela, prolongación de Paradiso, aparece solo tangencialmente en esta, saliendo en defensa en un tugurio siniestro de Alberto Olaya, el tío tarambana de José Cemi, y hermano de Rialta, madre de este y cuñado por tanto del Coronel, en el lecho de muerte de este y en la cumbre de su propia muerte que, al mismo tiempo, constituirá su resurrección como personaje, ya en Oppiano Licario, tanto en su papel de hilo de Ariadna guiando a los personajes ajenos a ello, como en el de fantasmagoría. Y aunque Lezama nos informa de que el nombre con que bautiza a su personaje desaforado lo deriva de Oppianus Claudium, senador romano, y de Ícaro, el que se quemó las alas por querer volar demasiado cerca del sol, yo no veo a Oppiano como latino, sino que su aparición, ocultamiento y resurrección –como si se tratará del Guadiana, el río español– me parece más fruto de algo ya existente en la naturaleza latinoamericana, en lo “real maravilloso” que acuñó Alejo Carpentier, con toques, eso sí, de absenta ámbar en bistrot parisino, chambergo calado hasta los ojos, capa castellana, verso de César Vallejo, sombra del Malte Laurids Brigge, de Rilke, esperando el momento de, al disiparse la niebla parisina, despertar en la selva venezolana o entre las nieves andinas o en Playitas de Cajobabo. Para, antes de esa epifanía, haber jugado una partida de ajedrez con la muerte, como el caballero Max von Sydow, en la película de Ingmar Bergman, El Séptimo Sello (a Oppiano, como a tío Alberto, le gustan el ajedrez y las matemáticas).

De Oppiano Licario se dice que es continuación de Paradiso y que es novela inconclusa, pero creo que no son del todo acertadas ninguna de las dos afirmaciones: a Oppiano le gusta aparecer como en un juego de espejos en un parque de atracciones y no parece ser su voluntad convertirse en personaje de saga. En cuanto a inconclusa, el propio Lezama nos dice: «Para que José Cemi se encuentre con la imagen tiene que verificarse la resurrección de Oppiano Licario», y esa cadena de imagen y resurrecciones no pueden desembocar en nada inconcluso, sino en algo de nuevo creado. En Paradiso el autor nos lanza un guiño: “Oppiano, agotada su labor vertebradora, inquietante, consoladora, parece morir, pero…». Impulsado por el tintineo, Cemi corporizó de nuevo a Oppiano Licario. Las sílabas que oía eran ahora más lentas, pero a la vez más claras y evidentes. Era la misma voz, pero modulada en otro registro. Volvía a oír de nuevo: “ritmo hesicástico, podemos empezar».
Oppiano regresará de entre los muertos para acompañar otra vez a Cemi, a Fronesis, a Focion, a MC Cormack, a Martincillo y, en especial, a Lucía y a Ynaca, y no descarto que paseando un día entre las tiendecillas de libros viejos en las orillas del río Sena encuentre un manuscrito del mago Lezama en que se narren nuevas aventuras y desventuras del caballero Cemi y su fiel escudero Oppiano Licario, tal como narró Cervantes para su Don Quijote y Sancho, y yo, en lugar de leerlas en mi playa de Barcelona, iré a hacerlo en la Barcelona venezolana o entre la explosión floral de las orquídeas de la Soroa cubana.
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Jaume Domènech Ambientalista