Divide y vencerás. Duque marea a Colombia

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En el tema colombiano de hoy es poco lo que puede decirse en un espacio tan pequeño como es una nota de opinión. Sin embargo,  he aprendido a ser metódico en las disecciones que hago mientras pienso y voy a entrarle a algo que me preocupa mucho: la reacción del gobierno de Iván Duque al masivo rechazo popular que pide su renuncia. Por encima de todo este andamiaje de comunicación flota el viejo adagio romano: Dividí et vinci, como un eje transversal del manejo de conflicto. Intentemos aproximarnos a un perfil de esto.

Para el gobierno de Duque es fundamental encontrar un enemigo. Por razones obvias la estrategia de promoción depende de la información política “formal” y la “informal”. Y el enemigo real, que es la gran mayoría del pueblo colombiano, ha decidido salir a las calles de las principales ciudades, ha decidido caminar miles de kilómetros, ha ofrendado la vida de decenas de manifestantes, de miles de activistas políticos, de decenas de miles de inocentes civiles a lo largo de la tiranía narco-paramilitar que ha impuesto Álvaro Uribe, apoyado por Estados Unidos. El enemigo de Duque, presidente de Colombia, es el pueblo colombiano casi en su totalidad.

Pero, no podemos calificar al pueblo de enemigo ¿verdad? Aunque el gobierno de Duque balea, reprime, hiere y viola en los medios colombianos y en plataformas locales hay un enemigo formidable, muy llamativo: (los vándalos) el vandalismo. El ataque a la propiedad privada. Y ese enemigo que toca con un dedo maltratador al cerebro reptil se basa en una emoción primigenia, muy poderosa y casi invencible: el miedo.

El miedo puede afectar sensiblemente a una clase media empobrecida colombiana, que sufre el naufragio económico de las políticas neoliberales de Duque mientras campea la pandemia. El miedo al desconocido, al robo, al saqueo, a la violación. A la pérdida. El asentamiento del miedo como eje emocional de la matriz de opinión tiene doble propósito: desmovilizar a la clase media y a los alineados por el establishment de la media colombiana para transformar los valores reales de la protesta (justicia, progreso, hartazgo, cambio) en los valores (peligro, paranoia, vacío, desánimo). El sector socioeconómico expansivo de la causa es el objetivo a modelar: si se puede alterar su conducta a la pasividad, se aminora la cantidad de gente, se estigmatiza a los que participan y, por tanto, se legitima la represión.

Por otro lado, el miedo de las clases populares es articulado en el terreno por las fuerzas de represión del régimen de Duque. Las imágenes de las redes sociales son dantescas, los videos espeluznantes, los testimonios increíbles. Duque recurre al miedo porque la filtración de la verdad por Internet es prácticamente imparable. No bastaron los esfuerzos de las principales cadenas televisivas para silenciar la barbarie. No se pudo contener la explosión en las decenas de sitios web de noticias dependientes de la burguesía bogotana. Colombia es el principal tópico de conversación en cualquier red a nivel mundial y paradójicamente es poco lo que puede hacer en el país sudamericano.

Decíamos que la estrategia del miedo es doble y solamente tiene un camino visible y un fin predecible: acusar al chavismo de estar detrás de las manifestaciones. Sin embargo, el rechazo al discurso de satanizar a Maduro y Venezuela sigue creciendo y ellos lo saben. El viejo enemigo moribundo y hostil, el país rebelde castigado y aislado goza de buena salud, como dicen por allí, sigue peleando centímetro a centímetro y ganando pequeñas batallas todos los días. Y mientras un hoyo negro se traga la sensación de bienestar, el futuro y la esperanza de la Colombia que ha reconocido que es hora de cambiar. Son los millones de corazones que le han dejado imágenes imposibles de creer a muchos, que han retado al Covid-19 y al Gobierno, a los sicarios y a los paras, al Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) y a la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Mientras esto pasa Duque estira su permanencia porque sabe que cada día es oro. Ecuador y Bolivia, Chicago y Atlanta, han dejado valiosas experiencias. El fin último debe ser la salida del uribismo del poder y no vale la pena regresar a casa sin lograrlo. Mientras tanto, seguimos.

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Orlando Romero Harrington Analista político

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor/a

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