A 41 años del asesinato de Monseñor Romero, la ruptura con las dictaduras católicas

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Hoy se cumplen 41 años del asesinato del santo mártir salvadoreño Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. un crimen perpetrado a manos de un francotirador que formaba parte de los escuadrones de la muerte de la ultraderecha locales, financiados directamente por la Agencia Central  norteamericana de Inteligencia (CIA). 

Monseñor Romero fue hecho Santo por el Papa Francisco en 2018, luego de un largo periodo de investigación, en el cual su beatificación había estado paralizada en la Congregación para la Doctrina de la Fe dirigida por Joseph Ratzinger, quien posteriormente llegaría a ser el Papa Benedicto XVI. Finalmente, con el Pontificado de  Francisco llegó la santificación y el reconocimiento de que  fue un mártir asesinado “in odium fidei” (es decir, por odio a la fe cristiana), lo cual  constituyó, en la historia de América Latina, un cambio fundamental en los paradigmas católicos.

El vínculo entre las iglesias y las oligarquías católicas del Cono Sur de América salió a la luz definitivamente con el asesinato de Monseñor Romero. Han sido numerosos los casos en los que obispos y sacerdotes de Brasil, Chile, Argentina, Guatemala, Bolivia y Colombia se han dividido entre la oposición a las dictaduras y la ayuda a los perseguidos, por un lado; la alianza con los aparatos militares de represión, los gobiernos y las juntas que habían tomado el poder por la fuerza o estar con el pueblo. El reconocimiento del martirio “in odium fidei” representa, pues, la admisión definitiva de que hubo un conflicto y de que el lado correcto fue el elegido por Romero y no el apoyo a las dictaduras “católicas”.

El camino iniciado con el Concilio Vaticano II

Una de las novedades principales del Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, fue dejar definitivamente atrás un eurocentrismo católico y dar paso en la historia de toda la Región a la irrupción de la Iglesia latinoamericana, y con ella la Teología de la Liberación. En 1968, los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín, Colombia, eligieron la famosa “opción preferencial por los pobres”. La reacción del catolicismo reaccionario, por su parte, fue extremadamente dura y se organizó en movimientos como el de “Tradición, Familia y Propiedad “, fundado por Plinio Corrêa de Oliveira en Brasil y que luego se extendió a muchos países, que a su vez se alió con las juntas militares y apoyó sangrientas represiones. Hubo sacerdotes que asumieron la causa de las guerrillas y las revoluciones y muchos otros que decidieron ser pastores del lado de los pobres. Surgieron los teólogos que elaboraron un camino específico para la iglesia latinoamericana, y muchos obispos y sacerdotes que, más sencillamente, con la acción y la práctica hicieron vivir esa sensibilidad, esa opción inequívoca del Concilio y de Medellín. Romero fue uno de ellos, que por tanto se adhirió plenamente a ese impetuoso río de cambios en el que, entre la violencia y las esperanzas de redención, se vio envuelta la Iglesia de sudamérica.

Monseñor Romero, una lucha contra la injusticia

Monseño Romero quería sacar al El Salvador de la violencia luchando contra lo que llamaba «injusticia», una lucha real palpable por la cual perdió su vida . Hoy, con demasiada frecuencia, sus palabras sobre los excesos de la riqueza y la propiedad privada, sus críticas a las agresiones contra las llamadas “organizaciones populares” o sus denuncias de los crímenes cometidos en el país enumerados en el curso de sus homilías, son olvidadas o eliminadas. Romero actuó porque vio las condiciones reales en las que se encontraba su país y porque, poco después de su nombramiento, Rutilio Grande, el jesuita encargado de ayudarle y asistirle en la difícil labor que tenía por delante, fue asesinado por los militares. Después de este crimen, Romero vio caer a otros sacerdotes y catequistas, tras él murieron monjas y jesuitas en un baño de sangre que configuró la presencia del cristianismo en Centroamérica. Los obispos aliados con los poderosos no han terminado, pero hoy está más claro cuál es el signo del testimonio cristiano y cuál es su contrario, también desde el punto de vista teológico.

Así, Monseñor Romero solo necesitó tres años, desde 1977, cuando fue llamado por Pablo VI para dirigir la diócesis de San Salvador, hasta 1980, cuando fue asesinado, para convertirse en mártir y elevarse a símbolo mundial de los Derechos Humanos y de la justicia , reconocido por las Naciones Unidas y celebrado por las demás iglesias cristianas. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, es importante recordar que entre los últimos actos de Romero se encuentra una carta pública enviada en febrero de 1980 al entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, en la que el arzobispo de San Salvador pedía a la Casa Blanca que dejara de enviar armas al gobierno de El Salvador. En un fragmento de la misiva el religioso expresa: «Como salvadoreño y Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador, tengo la obligación de velar porque la fe y la justicia reinen en mi país, les pido que, si realmente quieren defender los Derechos Humanos, impidan que se dé esta ayuda militar al gobierno salvadoreño; Le pido que me garantice que su gobierno no intervendrá directa o indirectamente mediante presiones militares, económicas y diplomáticas en la determinación del destino del pueblo salvadoreño”.

Carter condenó el asesinato de Romero, pero la petición que realizada por Romero quedó sin respuesta.

La última homilía

En  su última homilía, pronunciada el 23 de marzo de 1980, Monseñor Romero termina con la famosa exhortación  a las Fuerzas Armadas de El Salvador: “Quiero hacer un llamado especial a los hombres del Ejército, concretamente a la base de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles (…) Hermanos, ustedes son de nuestro propio pueblo, ¿por qué matan a sus hermanos campesinos? Ante la orden de matar debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matarás. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden que va en contra de la ley de Dios. Una ley inmoral no tiene obligación de ser obedecida (…) Es hora de recuperar la conciencia y obedecer primero a la conciencia que al orden del pecado. La Iglesia, que defiende los derechos de Dios, la ley de Dios, la dignidad humana, la persona, no puede callar ante semejante ignominia. Queremos que el Gobierno entienda que las reformas no cuentan para nada si se tiñen de sangre. (…) En nombre de Dios, pues, y en nombre de este pueblo que sufre, cuyos lamentos se elevan al cielo cada día más clamorosos, les ruego, les imploro, les ordeno en nombre de Dios: ¡que cese la represión!”. Horas después fue asesinado.

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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia

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