Trump y la guerra civil

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La camiseta de uno de los manifestantes proTrump que rezaba «6 de enero inicio de la guerra civil» ha activado todas las alarmas en el Estados Unidos del coronavirus. Por supuesto, la guerra civil es el fantasma no nombrado, la intención no dicha en todas las discusiones. Aunque a muchos habitantes de Estados Unidos, dependiendo de su localización geográfica no les preocupe el hecho, el fantasma está allí. Se asoma a las miradas de los blancos protestantes, cada vez que o servían a un latino o un afroamericano, no digamos un chino. La xenofobia en momentos de crisis económica se desliza en las relaciones sociales de un país que acusa castigo.

En lo concreto, no estamos hablando de un fenómeno nuevo en el país de las libertades. Con una estructura feudal, fundada en el esclavismo, no pretendemos abarcar aquí los múltiples estudios que se han hecho del tema, sin embargo, no puede entenderse la situación actual sin mencionar la influencia de Donald Trump y su comando de campaña electoral, centrado en la #cyberpolítica. De plano, en el campo comunicacional existe un enfrentamiento entre los medios de comunicación, grandes oligopolios y Donald Trump. Si se habla de cyberpolítica habrá que decir que es la fuerza motora del laboratorio de opinión pública del político republicano. Desde su contrato con la tenebrosa Cambridge Analytics en 2016. que le permitió una victoria sorpresiva frente a Hillary Clinton, el uso de las redes sociales e Internet como medio fundamental para la propaganda política basada en la sectorización de la Big data, y consecuentemente le otorgó la victoria.

Lo que vino después fue la modelación del electorado en base a la reacción conductual frente a los estímulos y emociones implícitas dentro de esta propaganda. Trump ha impuesto valores y conceptos políticos que legitiman y normalizan características escandalosas de la sociedad norteamericana, muchas de ellas presentes en contextos sociales de racismo, xenofobia, supremacismo. En el afán de signar a sectores sociales como «Clusters» de conducta previsible, la máquina propagandística de Trump hizo lo que le dió la gana con la psiquis de todos y todas las norteamericanas con cuenta en Facebook, Google, Twitter, Amazon, WhatsApp e Instagram. Con el control del servicio secreto norteamericano y sus departamentos de inteligencia, el expresidente del imperio más genocida de la historia tuvo a su disposición por cinco años el acceso a los avatares de todos los electores norteamericanos, súper perfilado y analizado por los departamentos de mercadeo de estas compañías.

Con todo, resulta lógico encontrar la base fundamental de la doctrina Trumo: «Creo lo que quiero creer». Esta frase con la cual los venezolanos nos hemos encontrado de frente durante 20 años, símbolo de la disociación psicópata producida por la politización y manipulación de los medios no deja de sonar, de verse representada en cualquier conversación con un partidario de Trump. Los QAnon son el mejor ejemplo: una tribu urbana de radical fascismo, empapelada de conspiranois, anticomunismo de los sesenta y New World Order, todo en el mismo plato. Que hayan destrozado con un extintor de incendios el cráneo de un policía, provocado destrozos en el Congreso e intimidado a medio país no compite contra los desfiles armados, los planes de secesión y los ataques raciales. La franela dice poco pero dice mucho. Habla de antelación, de planes, de reuniones locales y regionales. Habla de cuatro años de confrontación hasta que Trump pueda volver pero también habla de impunidad.

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Orlando Romero Harrington Analista político

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