José Vicente, un subversivo de la palabra

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Por Félix Roque Rivero

Con su voz firme de acero, el Dr. José Vicente Rangel Vale, nos comunicó a Carmelo Laborit, Oscar Battaglini y a quien escribe, la terrible noticia de la muerte violenta del Secretario General de la Liga Socialista tras una sesión de salvajes torturas por efectivos de la policía política del régimen de Carlos Andrés Pérez en 1976. “Está muerto, Jorge Rodríguez ha sido asesinado”. Fue mi primer encuentro con aquel hombre alto, de bigote recortado y de estampa que solo muestran los caballeros de bien. Desde entonces mostré interés por conocer la vida de aquel recio abogado y periodista que inició su carrera política desde muy joven a la edad de 16 años militando en el Partido Unión Republicana Democrática (URD).

José Vicente, así a secas y sin formalidades, empecé a llamarle en silencio, un hombre que vivió siempre en “Tiempos de Verdades”, como se titula uno de sus libros. “El hombre que combate a diario por una idea, que se entrega al fragor de la lucha, que desafía riesgos, que le imprime a su actividad el sello del coraje, y que a la vez se eleva por sobre el rasero de la lucha mediante el ejercicio creativo de la inteligencia, sintetiza la mejor expresión del destino humano”. Ideas como estas provenían de un ser extraordinario al cual volví a encontrar en una calle de la ciudad de Maturín en un acto político. Me tocó presentarlo ante una inmensidad de pueblo. Esa vez habló con su reciedumbre acostumbrada, discurseador como pocos. Al bajar de la tarima se me acercó, me extendió su mano firme y abrazándome me dijo con admiración y respeto: “Gracias, me presentaste como nadie lo había hecho”.

José Vicente vivió más de 70 años dedicado a la política, ella se apoderó de su ser para no abandonarlo nunca. Entre él y la política se produjo una de esas simbiosis maravillosas que dio como resultado la perenne conjunción de una praxis donde el verbo y la acción iban unidos de manera indisoluble. José Vicente vivió la política como lo que debe ser, una herramienta para el entendimiento, el diálogo, la confrontación, el respeto, el reconocimiento del adversario. Detestaba la política de la polarización que niega y oprime a los sectores excluidos por las grandes maquinarias partidistas. Ello –decía– a la vez que genera desaliento y frustración entre los ciudadanos atenazados por los graves problemas económicos y sociales, al mismo tiempo va generando el caldo donde germinará la nueva estirpe de dirigentes que darán un vuelco a la forma reaccionaria de conducir las luchas políticas y sociales y un nuevo despertar hará surgir un movimiento de masas que resuelva la ecuación a favor de los más necesitados.

Aquel niño caraqueño que nació un 10 de julio de 1929 y que se marchó temprano a Barquisimeto siguiendo a su padre, el coronel José Vicente Rangel Cárdenas, un viejo militar gomecista que sin lugar a dudas influyó en su carácter, en su disciplina para realizar las tareas que la vida le fue imponiendo y marcando. En el estado Lara José Vicente estudió la primaria y el bachillerato. Allí inició su militancia política en las filas de URD, tenía apenas 16 años y sus primeras acciones de calle fue salir a protestar contra el derrocamiento del presidente y novelista Rómulo Gallegos. Eso le costó ser arrestado y expulsado del país, se exilió en Chile, donde inició sus estudios de Derecho. Allí conoció a Ana Ávalos, con quien se casó. Con ella viajó a España y en la Universidad de Santiago de  Compostela culminó sus estudios jurídicos. Regresó a Venezuela en 1958, tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, incorporándose de inmediato a las actividades políticas, siendo elegido diputado, lo cual se repetiría de manera consecutiva durante cinco períodos legislativos del antiguo Congreso. Desde su curul de parlamentario, José Vicente se convirtió en la voz de los olvidados, los perseguidos, los desaparecidos, los asesinados durante los gobiernos de los partidos Acción Democrática y Copei. En 1965 ocurre un acontecimiento terrible, el dirigente político Alberto Lovera es detenido, desaparecido y finalmente brutalmente asesinado, su cuerpo destrozado lo rescatan unos pescadores en una playa de Lecherías en el estado Anzoátegui. Desde el  Congreso, la radio, la prensa escrita, la televisión, José Vicente era la voz que desde el desierto clamaba castigo a los culpables del atroz asesinato. Las circunstancias que rodearon aquel crimen las resumió José Vicente en la nota de la primera edición de su libro Expediente Negro, “…el ensañamiento contra el detenido, la tortura, la brutal y fría decisión que movió a los victimarios, todo ese clima espeso, mefítico propicio a la consumación de este crimen político sin antecedentes en Venezuela”. Era la denuncia a un sistema que se vestía con ropaje de pliegues democráticos pero que en realidad se mostraba sinuoso, en las tinieblas, moviendo sus hilos tras bambalinas, con sus esbirros policías listos para ejecutar la orden de la élite política de entonces. El asesinato de Alberto Lovera, afirmó sin ambages y sin miedo José Vicente, “fue el resultado del ejercicio de un poder sin moral y es un deber ineludible enfrentarlo”.

Escribir sobre José Vicente Rangel torna imposible no apasionarse. Él era la política vertida en un torrente de pasión desenfrenada, aunque asumida con la serenidad y finura de quien estudió a la política en su intrincable profundidad. No concebía la política sin esa capacidad de imaginación que le da sentido a los sueños, a la utopía. Se negó siempre a la repetición de una coincidencia sin efectivas definiciones con el empleo de un pragmatismo ramplón que en nada se diferenciaba del pensar de los adecos y de los copeyanos. Siempre bregó por la formación de una corriente de oposición distinta a los mandos del bipartidismo adeco-copeyano que obedecía las órdenes de una oligarquía que en realidad era la que gobernaba desde los amplios jardines y prados del Country Club. En ese accionar, José Vicente y sus compañeros aspiraron a la presidencia en tres oportunidades. Con el MAS-PCV-MEP fue el candidato intentando derrotar a las cúpulas podridas de los partidos de Fedecámaras. No lo logró, lo atacaron deslealmente, pero dejó sembrada la semilla de las inquietudes y de la perseverancia.

José Vicente jamás fue de los que se retiraban a los cuarteles de invierno a lamentarse de las derrotas. En el periodismo logró una trinchera de luchas a partir de los años 90 del siglo XX. Fue columnista de los diarios El Universal, Panorama, El Informador, La Tarde, El Regional, de la revista Bohemia. Director del semanario “Qué pasa en Venezuela”  y de los diarios Clarín y La Razón. Brilló en la televisión con su programa dominical “José Vicente Hoy”, impelable para todo aquel que quisiera estar bien informado de la realidad nacional e internacional. Sus editoriales eran punzantes y clarificadores, clases de política que ya envidiaría cualquier doctorado sobre esa materia. Todos conocemos la luminosa labor periodística de José Vicente Rangel, escribió el comandante Chávez en las palabras de presentación del libro De Yare a Miraflores, el mismo subversivo, y agregó: “Todos conocemos su incansable lucha por la verdad. Este gran venezolano ha hecho del periodismo una formidable trinchera al servicio del pueblo; una trinchera inequívocamente revolucionaria, un verdadero subversivo amoroso”.

Precisamente con Hugo Chávez formó José Vicente una dupla inseparable hasta el final de sus vidas y más allá. Desde aquella vez de un 30 de agosto de 1992, fecha en que José Vicente entrevistó por primera vez al comandante Chávez, a siete meses de que este se alzara para derrocar al gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez, nació entre ellos una amistad de esas que no se pueden romper “como los nombramientos”, como escribió una vez El Che a  Fidel. Con Chávez ya en el poder, José Vicente fue ministro de Relaciones Exteriores, fue el primer ministro civil de Defensa en toda la historia de la República y fue vicepresidente de Venezuela. Resistió ante el golpe de Estado de 2002 y le pidió a Chávez un fusil para enfrentar a los fascistas.

Era fascinante sostener una conversación con José Vicente, no se le escapaba, nada o casi nada. La corrupción fue uno de los temas a los cuales prestó mayor atención combativa. En la llamada IV República fue enfático en afirmar que la corrupción había inundado aceleradamente el cuerpo nacional, que tenía efectos contaminadores que se dejaban sentir en todas partes, que su acción era progresiva, constante, intermitente, que había creado un clima de pudrición, de asqueante inmundicia expresado magistralmente por Albert Camus en su novela La peste. Era tan acucioso que sospechaba de lo que se presentaba como «excesivamente normal». Era muy riguroso, se exigía una revisión constante hacia el interior de sí mismo. Le horrorizaban los «rojos rojitos» burócratas, los traidores y desleales con Chávez, los corruptos que de la noche a la mañana lucían enormes e injustificables fortunas. No aceptaba que en la Revolución bolivariana la plaga de la corrupción se enquistara, que el peculado, la malversación, el despilfarro erosionaran el patrimonio moral y ético que signó el 4 de febrero de 1992. Para él, en Venezuela también existe una oposición corrompida que no tiene nada que envidiarle a los sectores que desde el poder trafican y que lo hacen sin pudor ni vacilaciones. 

Una vez le visité en su oficina de Sabana Grande. Su eterna secretaria Juanita me llevó ante él. Sentados en uno de sus confortables sillones le anuncié mi decisión de aspirar a ser Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Me miró profundo y me dijo con voz firme: “Hazlo, sé de tu patrimonio moral y ético”. No resulté electo, nos reunimos en su despacho y me dijo con una sonrisa cargada de ternura e irónica picardía a la vez: “Llegaste a la puertita, que tristeza”, sonreímos largo de aquella tremendura proveniente del hombre de la mirada dulce, del apretón de manos, de la palabra comprometida, del caballero de la política que aunque se ha marchado en esta hora, se me quedó profundo por siempre. Hoy, José Vicente continúa acompañándonos.

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Félix Roque Rivero Abogado

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