Racismo y clase dominante: una mirada desde Haití

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Por Jean Jores Pierre

El entendimiento dominante sobre el racismo lo suele aparejar a la dominación, discriminación y exclusión basada en el color de la piel, pero es mucho más: el racismo es un sistema, un conjunto de habitus articulado entre sí que conforma un cuerpo que domina, explota y destruye.

Desde que el mundo fue absorbido por el capitalismo, se  racializa el territorio planetario en países, géneros y «razas». Todo esto dentro de una jerarquía controlada por los países autoproclamados como “grandes potencias desarrolladas” que se basan en su  nivel de avances tecnológicos (que se revelan en su mayoría destructivos para nuestro mundo) y en su nivel económico para ubicarse en tal podio. En pocas palabras, la organización del sistema mundial capitalista está basada en una división internacional del trabajo que refleja el racismo como forma de reproducción social de la clase dominante global.

El racismo, como manera de entender el otro, está reflejado en la negación de la cultura de las clases populares de los países del sur global; en la exclusión económica, política y social de las mayorías; y en la dominación imperialista de los pueblos que es nada más ni  nada menos que el neocolonialismo. La opresión cultural, la exclusión y la dominación imperialista constituyen el nudo gordiano del funcionamiento del sistema capitalista mundial, que es un producto neto del eurocentrismo, del control burgués de los medios de producción y el saqueo de nuestras riquezas por las empresas transnacionales.

El racismo en Haití constituye también una potente herramienta de control social a favor de la clase dominante. Los grupos de poder que controlan todas las instituciones: económicas, sociales, políticas, culturales, jurídicas e ideológicas, aplican políticas basadas en el racismo hacia las clases populares . Los campesinos y los habitantes de los barrios populares son los grupos sociales más afectados de estas  políticas. El Estado haitiano, desde el inicio de la construcción de la nación, o mejor dicho desde el asesinato del emperador Jean Jacques Dessalines, ha estado  encabezando políticas racistas contra el propio pueblo. Las resistencias de las clases populares son siempre contundentes y expresan el rechazo a la clase gobernante y dominante contra su propia población pero sumisas y serviles con el  imperialismo francés –en el siglo XIX– y estadounidense desde el inicio del  siglo XX hasta la actualidad.

Jean-Jacques Accau, un líder campesino de la rebelión armada de los Piquets de 1844, observando las contradicciones existentes en Haití, dijo que “un mulato pobre es negro, y un negro rico es mulato”. Lo que para el resto de Latinoamérica se podría parafrasear como un “blanco pobre es negro, un negro rico es blanco“. Por su parte, el intelectual marxista haitiano Jacques Roumain[1], afirmó que “el color no es nada, la clase es todo“. Estos dos ilustres  haitianos resumen bastante bien el funcionamiento del sistema capitalista racista en Haití en sus respectivos tiempos.

Resistencias populares al racismo del Estado en el siglo XIX

Cuando Dessalines fue asesinado el 17 de octubre 1806, hubo una ola de pánico en gran parte de la isla: muchos y muchas haitianos/as consideraban el asesinato del Emperador como un intento de encadenarles nuevamente, de volver a la peor pesadilla, luego de luchar por la libertad, vencer y erradicar una de  las peores formas de dominación: la esclavitud.

La Revolución haitiana, a modo de síntesis se puede decir que tuvo las  siguientes características principales: fue antirracista, antiesclavista, anticolonial y antiplantación en cuanto a la forma de explotación económica. Lo que implicaba un claro rechazo al sistema capitalista de entonces y la forma en que se generaban las riquezas en este lado del mundo para que del otro se reprodujera el sistema fabril en ciernes. La esclavitud fue un momento clave en la consolidación del sistema capitalista, no una etapa previa, como muchos autores eurocéntricos insisten en defender.

«La organización del sistema mundial capitalista está basada en una división internacional del trabajo que refleja el racismo como forma de reproducción social de la clase dominante global»

El 4 de febrero 1807, Jean-Baptiste Perrier, conocido como Goman, encabezó una rebelión en el suroeste del país contra Alexandre Petión. Goman bautizó las zonas controladas llamándola «Gran Doco» y reconoció inmediatamente la autoridad del Henry Christophe, que gobernaba el Norte. Esta fue la forma en que encontraron para canalizar la venganza por el vil asesinato del libertador de la nación haitiana, pero  también para conquistar la propiedad del suelo, o intentar un reforma agraria que incluyese a los antiguos esclavizados.

Goman defendía, al igual que Dessalines, la idea de que todos los haitianos que luchaban deberían tener acceso a la propiedad de la tierra. Pero, Petión –como soldado que llegaba en la isla con la expedición de Lecler en 1802 y principal conspirador contra Dessalines– aplicaba una política de concentración de tierras en mano de los altos jefes militares, cuestión que no generaba la confianza de los haitianos de entonces.

Es así que los antiguos esclavizados se decidieron a vivir en rebeldía en las montañas  antes que realizar el nuevo trabajo de “esclavos pagos” en las nuevas plantaciones de los jefes militares de Haití. Los rebeldes de «Gran Doco» organizaron  su vida al margen del Estado haitiano.

Esta rebelión resistió 14 años, hasta  la muerte de Goman en 1820, y el gobierno de Jean-Pierre Boyer (1818-1843) retomó la totalidad de la región del suroeste, incluyendo «Gran Doco». Esto puso fin a este primer levantamiento campesino contra el racismo del nuevo Estado haitiano.

La perfecta unión cívico-militar que permitió ganar la guerra de independencia fue rota por las traiciones de la clase gobernante que practicaban la exclusión económica como racismo. La gran mayoría de los nuevos libres decidieron vivir en las montañas, como forma de rechazo al naciente Estado haitiano.

Para  1825, cuando  Francia exigió el pago de la deuda de independencia de 150 millones de Francos en oro (21 mil millones de dólares), no había condiciones para resistir a la Fuerza Armada francesa, porque los antiguos esclavizados libertos ya habían sido desmovilizados desde hacía varios años. Broyer, como verdadero contrarevolucionario y racista decidió pagar este infame monto de dinero que equivalía a 10 veces del presupuesto anual de Haití.

Con esta ignominia económica, histórica y política de la  deuda de independencia, el imperialismo francés castigaba a los haitianos por haber conseguir su independencia. Una deuda que el pueblo haitiano terminaría de pagar recién en 1947. La deuda con el pueblo haitiano aún no se ha saldado y tanto Francia como el Estado haitiano y la clase dominante local en sus incoherencias y contradicciones son  las responsables de que ese dinero se fuera en barcos para Europa y no se quedara en salud, educación e infraestructura. La Francia ha utilizado este dinero para desarrollar su economía, mientras que Haití seguía siendo un país sin ningún tipo de servicios a favor de la gran mayoría de su población.

A pesar de todo, una clase trabajadora campesina surgió en la primera mitad del siglo XIX.  Jean Jacques Accau encabezabó una tremenda rebelión campesina contra el gobierno del presidente de Rivière Herard en 1844, es decir 24 años después de la muerte de Goman. Los rebeldes campesinos que se sublevaron se llamaban los Piquets. Según el historiador marxista Michel Hector, el levantamiento de los Piquets fue la primera expresión del radicalismo democrático en la historia de las luchas políticas y sociales después de la independencia de la colonia francesa. Las reivindicaciones fueron: precios justo en la venta y compra de los mercancías importadas; inclusión y accesibilidad para todos; e igualdad entre los ciudadanos, negros y mulatos.

«Cuando hablamos de racismo hablamos también de clase. Hablamos del Estado, de la élite y del imperialismo. Eso es lo que alimenta el racismo en Haití»

Accau fue arrestado en 1844 y liberado al poco tiempo ya que el contexto político favorecía su liberación por parte del gobierno. En 1846, Accau retomó las armas para continuar combatiendo las políticas de injusticias del Estado haitiano y de la clase dominante, que controlaba la economía del país. El gobierno de Riché envió una armada de siete mil hombres para aplastar la rebelión que conducía y que contaba solamente con 200 campesinos. A la llegada de los soldados y ya acorralado, para defender su honor y no ser humillado por el gobierno, Accau se suicidó en la cueva en la  que se escondía desde hacía varios días. Hasta ahora, dos siglos después, el Estado haitiano sigue su curso sin responder a ninguna de las reivindicaciones de los Piquets.

La dominación imperialista- racista de los Estados Unidos en Haití

Otro momento histórico donde se evidencia el racismo endémico en Nuestra América es en la ocupación norteamericana de Haití en 1915. El pretexto de esta, como siempre, fue la inestabilidad política que tenía  Haití y los ocupantes «llegarían para establecer la ley y el orden». Los yanquis tenían como aliados la clase dominante local, lo que logró que se perpetuase la ocupación 19 años (al menos presencialmente). Los invasores llegaron con el objetivo principal de reimplantar una forma de la esclavitud en el país, basada en obligar y forzar a los campesinos a trabajar en las plantaciones de ellos. Esto ocurrió un poco más de 100 años de la Revolución haitiana de 1804.

Los campesinos haitianos fueron humillados por los soldados. El nuevo orden de los ocupantes obligaba a los campesinos a  trabajar seis días en las rutas de trenes y los intereses de los Estados Unidos. La ley implicaba que cualquier campesino que no aceptase ser explotado fuese arrestado, maltratado, humillado y obligado a realizar las labores de todos modos.

Y nuevamente una rebelión. Los campesinos Caco se rebelaron al norte del país contra los ocupantes estadunidenses, bajo el liderazgo del héroe Charlemagne Peralte. Fueron cuatro años de resistencias heroicas contra la fuerza armada de Estados Unidos. Para enfrentar a los Caco, los marines utilizaban las armas más avanzadas del momento, fue la primera vez en la historia que una fuerza militar empleaba aviones de guerra contra guerrilleros campesinos luchando con armas rudimentarias. Charlemagne Peralte caería en esta lucha y se convertiría en un mártir, uno más de la larga lista de miles de luchadores y luchadoras de Haití caídos baja las balas asesinas de los soldados estadpunidenses.

En este clima de terror y de racismo creado por los invasores, el 6 de diciembre 1929 se produjo la Masacre de Marchaterre en el sur de Haití, cuando más de mil 500 campesinos protestaban pacíficamente con la consigna de:  “Abajo la miseria”. Solo pedían por el  derecho a la tierra, el respeto por su dignidad y por sus derechos como personas. La respuesta de los ocupantes norteamericanos fue con sus ametralladoras. Mataron a 22 campesinos indefensos e hirieron a varias decenas más.

La ocupación no termino después de la salida de los soldados extranjeros, en agosto de 1934. Dejaban a un administrador financiero que dictaba las decisiones que debía tomar el Estado haitiano. Esa realidad nunca cambió. Ni las luchas y rebeliones ni la subordinación de la clase dominante local a los intereses del imperio.

Llegando rápidamente hasta el presente, vemos una continua imposición de gobiernos y presidentes; golpes de Estado, apoyo a la dictadura de los Duvalier (que gobernaron el país durante 29 años); otra ocupación militar en 1994 y 2004 (que asesinó a más de 10 mil haitianos por la introducción del brote de cólera en el país); masacre contra el pueblo (que nunca dejó de exigir democracia, libertad y cambio); y apoyo a los regímenes autoritarios. Todo esto ha tenido y tiene como objetivo negar la humanidad y violar la dignidad del pueblo haitiano. Todo por ser el primer país libre, por romper la esclavitud, por ser negros, por luchar, por no dejarse vencer. Cuando hablamos de racismo hablamos también de clase. Hablamos del Estado, de la élite y del imperialismo. Eso es lo que alimenta el racismo en Haití.

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Jean Jores Pierre Economista

Traducción de Gonzalo Armúa


[1] Mulato de familia pudiente de Haití que acompañó el pueblo haitiano en las luchas contra la ocupación norteamericana (1915-1934).

Juan José Peralta Ibáñez
Fotógrafo documentalista, fotoperiodismo, naturaleza, video, música

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