Por Bastien Salé
Este artículo lo comencé a escribir en marzo de 2020 y tiene vigencia en tanto repasa la gestión de la crisis sanitaria vinculada al Covid-19 en Francia, así como también plantea un punto de vista sobre el silencio del Gobierno y los principales medios de comunicación en las diversas situaciones de manipulaciones y mentiras de las que los franceses han sido víctimas hasta hoy. Considero asimismo que Francia pudo haber evitado la alta mortalidad vinculada a la pandemia.
«Estamos en guerra», dijo el presidente-banquero Emmanuel Macron durante su discurso el 16 de marzo y, al parecer, sí hubo una guerra contra la salud y contra la verdad. Incluso antes que la epidemia llegara al país, la ministra de Salud, Agnès Buzyn, había advertido al Gobierno, desde el 11 de enero, acerca del peligro que se avecinaba. Buzyn, cuyo esposo Yves Lévy fue director del instituto que realiza investigaciones en laboratorios biológicos de alta seguridad de 2014 a 2018, en particular el de Wuhan, si bien parecía estar muy bien informada del peligro venidero, el 13 de enero decidió clasificar la cloroquina (que se vende libremente a más de 30 millones de cápsulas en Francia por año y ha estado disponible durante medio siglo) entre las sustancias venenosas y retirarla del mostrador cuando parecía ser uno de los medicamentos más efectivos para el tratamiento del virus; ahora solo los médicos lo pueden recetar pero, en este punto, todo el sistema de medios políticos está liderando una verdadera propaganda contra el uso de la cloroquina y el profesor Didier Raoult (uno de los mejores investigadores de enfermedades infecciosas del mundo) recomienda su uso, y de paso demostró que mediante su empleo es posible tratar la mayoría de los casos de coronavirus si se detectan temprano.
Cuando Raoult publicó sus resultados positivos, el Gobierno declaró que eran falsos al proclamar que se trataba de una «noticia falsa». Antes de verse obligado a retirar las acusaciones, el profesor quiso evaluar a tantas personas como fuera posible, pero el Gobierno ordenó evaluar solo a los enfermos graves. ¿Entonces esperamos hasta que los enfermos estén en estado crítico para examinarlos y tratarlos cuando tengamos los medios?, muchos se preguntaron.
Si bien varios países usan el mentado medicamento y lo recomiendan porque arrojar buenos resultados, en Francia a los enfermos se les dice que se queden en casa y sin tratamiento, alegando que no hay ninguno. Solo los enfermos graves podían (tal vez) ser tratados en el hospital cuando la enfermedad evolucionaba y cuando era casi demasiado tarde; sin mencionar que se atendieron las complicaciones pulmonares relacionadas con el virus, pero no el virus en sí, aunque fuese posible hacerlo.
Por estas razones, Didier Raoult decidió con otros médicos no escuchar las recomendaciones del Gobierno y evaluar en Marsella a cada persona que lo deseara y brindar tratamiento. Junto a su equipo han visto a más de tres mil pacientes con coronavirus y hoy cuenta con los mejores resultados de curación en el país.
Así, tres días después del inicio del confinamiento en Francia, el 20 de marzo, cuando el país ya estaba afectado por la enfermedad, nos enteramos de que las cloroquinas de las farmacias centrales fueron robadas, desaparecieron como por arte de magia.
«Al principio de la pandemia, Francia tuvo un muy mal manejo de la situación general, sin mencionar la ausencia de solidaridad y ayuda entre los países de la Unión Europea (UE), que francamente no existió»
Hasta hoy el Gobierno y los medios de comunicación siguen diciendo una y otra vez lo peligrosa que es la cloroquina para atender el coronavirus; por cierto, los medios de propaganda del sistema, que son muy hostiles al profesor Raoult, y que de paso tienen muchos accionistas comunes en el laboratorio del norte American Gilead. ¡Sin duda una pura coincidencia! El laboratorio que espera ganar miles de millones comercializando una futura vacuna.
La cloroquina (y eso es ciertamente parte del problema) es económica y cuesta solo € 0.10 una tableta. Y ahí está, numerosos estudios han demostrado su efectividad y está disponible de inmediato, al acceso de todos.
Lo narrado sucedió en un contexto caótico para los trabajadores y pacientes en los hospitales ya que no había máscaras, geles hidroalcohólicos, ni pruebas, ni suficientes camas, respiradores y personal médico para hacer frente a la crisis.
Al principio de la pandemia, Francia tuvo un muy mal manejo de la situación general, sin mencionar la ausencia de solidaridad y ayuda entre los países de la Unión Europea (UE), que francamente no existió. Todo como resultado de una política de restricciones presupuestarias y de recortes de empleos llevados a cabo durante 30 años por los distintos gobiernos que destruyeron hospitales públicos y, ante la catástrofe que se avecinaba, el Gobierno era incapaz de requisar las clínicas privadas. El virus demostró que el país no cuenta con un sistema de atención médica eficiente para sus habitantes; sí, el país de la ilustración, de la libertad, donde se prefiere comprar cientos de drones de vigilancia antes que garantizar la salud de sus habitantes.
París parecía un espejismo de sí misma en los días cruciales de la cuarentena, para el placer del Gobierno que había logrado por fin detener las manifestaciones de los chalecos amarillos, tras 18 meses de movilizaciones contra el poder, las que paradójicamente no pudieron ser destruidas por la represión del Estado pero sí fueron disueltas pacíficamente a raíz de la cuarentena.
El Gobierno suspendió de la noche a la mañana todas las actividades sociales, incluidas algunas esenciales. Por ejemplo, antes del 17 de marzo (día de confinamiento) trabajé en una asociación en Angers que ayuda a las personas que viven en la calle, quienes no tienen vivienda o se encuentran en situación de pobreza extrema; la asociación ofrece comidas, servicios de higiene y actividades sociales para los más pobres. Entonces el gobierno local decidió cerrarla y le prohibió cualquier tipo de acción, vigilándolos con la Policía. Esta fue una decisión cruel, sobre todo para las miles de personas que viven en las calles y son incapaces de proveerse de alimentos o abrigo; es así que muchas de ellas murieron en el silencio de sus soledades, en el hambre y sin abrigo. Resistimos aquella medida y salimos a interpelar la solidaridad y entre la gente afortunadamente hubo ayuda y se logró apoyar a las personas en situación de calle.
Aquel es solo un pequeño ejemplo, hay muchos otros. Lo que quiero que ha quedado claro es que ni Europa ni nadie está preparada para una pandemia si carece de un sistema de salud pública de atención integral al ser humano. Que las cuarentenas no pueden ser totales y olvidarse de quienes no tienen la posibilidad de sostenerse solos o a sus familias. Que si nos sacan de las calles debemos protestar permanentemente desde las puertas y ventanas, pero nada debe frenar la lucha por la justicia, nada debe silenciarnos.
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Bastien Salé Gestor de proyectos humanitarios e interculturales