Por Orlando Rincones
Desde las alturas del cerro Buena Vista, Bolívar y su Estado Mayor podían observar, aquel 24 de junio de 1821, la perfecta disposición del Ejército realista sobre la sabana de Carabobo, los más célebres y aguerridos cuerpos de la Corona estaban dispuestos a perpetuar la oprobiosa dominación española sobre esta parte del Nuevo Mundo. Eran casi las 11 de la mañana y la campaña militar concebida, preparada y ejecutada por el Libertador, desde el año anterior, estaba por culminar, la hora decisiva de Venezuela había llegado.
Las distracciones concebidas por Bolívar y perfectamente ejecutadas por Cruz Carrillo y Bermúdez, desde el Occidente y el Oriente respectivamente, habían obligado al Mariscal La Torre a dividir su Ejército en auxilio de esos frentes, sin embargo los cerca de cinco mil hombres que aún tenía bajo su mando darían una enconada y tenaz resistencia a las fuerzas republicanas.
Una vez superado el paso por la Serranía de las Hermanas y por el Desfiladero de Buena Vista, el Ejército patriota estaba presto para entrar en acción. Bolívar había identificado un punto débil en el flanco derecho realista, no tan bien resguardado como su centro y su izquierda, y sin vacilar ordenó una maniobra desbordante hacia ese sector a las divisiones de los generales Páez y Cedeño, la batalla decisiva había comenzado.
Los batallones Bravos de Apure y Burgos fueron los primeros en chocar tranzándose en un encarnizado combate que marcaría la pauta en esa histórica jornada. La Legión Británica y Tiradores entran en acción y hacen retroceder al Burgos, los batallones realistas Infante y Hostalrich acuden a su auxilio, pero una acción combinada de los tres cuerpos patriotas, cargando a la bayoneta, rechaza a los españoles y les permite ganar la sabana de Carabobo. La Torre envía a los batallones Príncipe y Barbastro a sostener la línea, lo logran solo momentáneamente. Para ese momento los jinetes de la Guardia de Páez y el escuadrón Lanceros habían entrado en escena, tres cuerpos son enviados a someterlos: Húsares de Fernando VII, Dragones y Carabineros de la Unión, la épica batalla está en su máximo apogeo; las muestras de valor se multiplican en uno y otro bando; la Legión Británica resiste pie en tierra las embestidas simultáneas de varios cuerpos realistas, 17 de sus oficiales mueren, entre ellos su ínclito comandante Ferriar y otros dos oficiales superiores que le sucedieron en el mando.
Mientras tanto un Páez muy activo alienta a sus hombres en el campo de batalla sin presagiar que el Dios de la Guerra le cobraría un alto precio por la gloria que está pronto a conquistar: su fiel compañero de mil batallas, el Teniente Pedro Camejo, el “Negro Primero”, usa su último suspiro vital para despedirse su jefe y amigo, las hueste españolas a las que abatía con espartana bravura lo hirieron mortalmente. Enardecido y delirante por tan irreparable pérdida Páez se hace acompañar por un grupo de jinetes y va en busca de venganza, embiste al enemigo una y otra vez con una furia incontrolable que inclinaría la batalla en favor del bando patriota.
El memorable triunfo republicano quedaría sellado a costa de nuevos sacrificios. El General Manuel Cedeño “el Bravo de los Bravos de Colombia” y el Teniente Coronel Julián Mellado, héroe de las Queseras del Medio, Pantano de Vargas y Boyacá, se lanzan impetuosos a impedir la ordenada retirada del batallón Primero de Valencey, ambos son abatidos por las postreras descargas de fusilería del cuerpo realista. Igual suerte corre el bizarro coronel Ambrosio Plaza, comandante de la tercera división, al perseguir los restos del batallón Barbastro, una bala perdida atravesaría su joven y gallardo corazón.
Con la victoria de Carabobo la independencia de Venezuela queda prácticamente consumada, los españoles resistirán apenas un año más en Puerto Cabello y Maracaibo. Bolívar y su invencible Ejército suman un nuevo lauro en favor de la liberación definitiva del continente americano, en adelante el Sur de nuestra América será el destino de su espada redentora.
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Orlando Rincones Historiador