Por Yoselina Guevara López
La administración Trump no vive su mejor momento, recesión económica, déficit presupuestario sin precedentes, una desastrosa gestión de la pandemia (con 108 mil 062 fallecidos y un millón 881 mil 256 contagiados), cuya responsabilidad es estrictamente del Gobierno, sumado al caos que se vive en un gran número de ciudades por las manifestaciones a raíz del asesinato de George Floyd y el abierto odio racial que divide a esa sociedad. Combinación de elementos que ha hecho que la Casa Blanca desesperadamente trate de desviar la atención de la opinión publica nacional e internacional con un viejo ardid: la búsqueda de un chivo expiatorio. En esa línea, pueden resultar excelentes candidatos, por una parte Venezuela, nación a la cual no ha dejado de infligir sanciones y recrudecer un bloqueo económico y financiero, junto con amenazas de invasiones militares, lo que ha traído sufrimiento al pueblo pero a la vez ha consolidado al Gobierno de Nicolás Maduro; y por otra, la República Popular China, contra la cual Washington ha enfilado su artillería. La propaganda de ataque al gigante asiático se ha vuelto más frontal y sin tregua en los últimos meses, lo que motivó a fines de mayo al jefe de la diplomacia china, el canciller Wang Yi, señalar que “hay fuerzas políticas dentro de los Estados Unidos que buscan empujar a los dos países a una nueva Guerra Fría”, agregando que “China no busca la confrontación”.
A lo anterior se puede añadir una estrategia de Trump encaminada directamente a debilitar a China en el panorama político internacional. El primer mandatario ya puso en la mesa la idea de ampliar el G7 a 11 miembros, reintegrando a Rusia e incluyendo a India, Australia y Corea del Sur. No olvidemos que esta instancia más que un organismo internacional es un foro económico que agrupa a los países que se considera tienen a nivel mundial mayor peso político, económico y militar. Aún cuando la toma de decisiones de este foro sea casi nula, para la administración Trump se trataría de usar el espacio de trampolín para medir fuerzas a nivel geopolítico.
El primer invitado a participar del G11 sería la Rusia, que por la crisis en Ucrania fue excluida del llamado G8. La razón de fondo de la invitación reside en procurar un distanciamiento entre los rusos y los chinos, aislando a Beijing. Evidentemente el llamado G11, de llegarse a concretar, sería insuficiente para neutralizar a la china, pero puede contribuir y ser parte de la estrategia geopolítica de los Estados Unidos. Los restantes convidados: India, Australia y Corea del Sur, son conocidos por tener fuertes diferencias con la República Popular, pero muy solapadamente la Casa Blanca les enviaría un mensaje de mayor disciplina a las órdenes que provengan desde Washington en detrimento de cualquier emanación originada en Beijing.
China había dejado de lado la política internacional para dedicarse a su propio desarrollo; entró en el juego del comercio renunciando a cualquier iniciativa que pudiera ofender a Occidente. Pero todo apunta a que ha llegado el momento de que las capacidades materiales acumuladas por la China se transfieran a la esfera geopolítica y ejerza verdaderamente el poder que le corresponde por todo el desarrollo que con esfuerzo ha alcanzado. Nada es definitivo, todo puede ser reescrito, sobre todo en el escenario mundial.
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia