Por Yoselina Guevara López
En estos días la Plaza del Duomo de Milán se encuentra vacía, apenas algunos militares que vigilan los movimientos de los pocos ciudadanos que distanciados y con ojos aún llenos de miedo se dezplazan velozmente sin detenerse. Allí, casi diagonal a la Catedral de Milán, se encuentra el Museo del 900, un espacio cultural con poca popularidad entre la multitud de turistas que visitan la ciudad, pero que alberga una de las obras de arte más importantes de inicios del siglo pasado,el “Cuarto Estado”, de Giuseppe Pelliza (1868-1907).
El «Cuarto Estado» es una tela imponente, de 293×545 cm, realizada totalmente con una depurada y perfecta técnica de puntillismo, que impacta por la decisión de los personajes que representa, hombres y mujeres de paso firme que, unidos y victoriosos, protagonizan la historia y conquistan sus derechos.
La obra marca el inicio del arte italiano en el siglo XX, el cual estará signado por la ausencia de Dios en la pintura, donde tampoco se representarán ángeles, vírgenes ni cristos crucificados por muchos años. Giuseppe Pelliza es protagonista de su tiempo y nos narra los acontecimientos que vivían sus contemporáneos. De hecho, los personajes principales de casi todas sus obras, son seres reales, con nombres e historias que en realidad existieron.
El «Cuarto Estado» es un documento que retrata la lucha por las reivindicaciones sociales de su tiempo. El artista era amigo de Angelo Morbelli, con quien confrontó las teorías socialistas y las nacientes luchas del proletariado. El título de la obra hace alusión a un término utilizado durante la revolución industrial, referido a la clase obrera, compuesta por trabajadores campesinos y artesanos que se encontraban en el «estrato más bajo de la sociedad», el de los subordinados por la burguesía (Tercer Estado).
Cuando se admira por primera vez el “Cuarto Estado”, pareciera como si la masa de trabajadores estuviera viva y caminaran al encuentro del espectador. Son hombres y mujeres vitoriosos que avanzan en una huelga, con la cabezas erguidas, sin miedo. Al fondo, las figuras se ven borrosas, la iluminación es más intensa en la vanguardia, y los hombres se dirigen hacia la fuente de luz. Allí se encuentra la metáfora de la obra, los trabajadores salen de la oscuridad de la ignorancia, del olvido, para ganar su lugar en la luz de la unidad revolucionaria. Somos miles de puntos dispersos que unidos formamos una fuerza invencible.
¡Feliz Día del Trabajador!
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Yoselina Guevara López Corresponsal en Italia









