Más de un siglo entre Tatiana y Gramsci

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Por Jaume Domènech y Cris González

Desde mi banco en la plaza John Lennon de Barcelona, detrás de los edificios por donde baja la ciudad hacia el Mediterráneo en busca de una libertad quizás imposible, contemplo un verano catalán extasiado de musicantes callejeros francamente buenos. Leo otra vez alguna correspondencia desde la cárcel entre Gramsci y Tatiana Schucht. Su hermana Julia, esposa de Gramsci, está en Moscú con los hijos de la pareja. Tatiana abandona sus estudios de medicina y sigue como una sombra al pensador y político en su periplo carcelario, hasta su muerte el 27 de abril de 1937, y como una sombra se la reconocerá apenas en la historia, como sucede con demasiada frecuencia con las mujeres en casi todos los ámbitos de la sociedad.

A Tatiana se la ve como corresponsal del intelectual, cuando su papel en la concreción del pensamiento gramsciano, su mejor comprensión de la realidad italiana y su sentido común fueron esenciales. La correspondencia entre Tatiana y Gramsci –algo más de cien cartas– es más una confrontación de cerebros que una exposición de ideas, por una parte, y una recepción y posterior transmisión, por otra.

Libro biográfico que narra la historia entre Gramsci y Tatiana.

Gramsci escribe a Tatiana, diminutivo con el cual la reconocía:

“Hace un mes y diez días que no recibo noticias tuyas y no sé darme ninguna explicación. […] Querida Tatiana, si eso depende de ti y no de alguna dificultad administrativa (cosa posible y probable), tienes que evitar el tenerme ansioso tanto tiempo; aislado como estoy, toda novedad y toda interrupción de la normalidad producen pensamientos angustiosos y penosos. Tus últimas cartas, las que recibí en Ustica, eran en verdad un poco preocupantes; ¿qué son esas preocupaciones por mi salud que llegan a ponerte mal físicamente? Te aseguro que he estado siempre bastante bien y que tengo energías físicas nada fáciles de agotar, pese a mi débil apariencia. ¿Crees que no iba a servir para nada el haber llevado siempre una vida tan extremadamente sobria y rigurosa? […] Es verdad que puedo llegar a estar horrorosamente cansado; pero un poco de descanso y de alimentación me permiten recuperar enseguida la normalidad. En suma, no sé qué escribirte para calmarte y curarte. ¿Tendré que recurrir a las amenazas? Podría, por ejemplo, no escribirte nunca más, y hacerte sentir también a ti lo que significa el carecer completamente de noticias. […] Te imagino seria y tenebrosa, sin siquiera una sonrisa fugaz. Y querría divertirte de alguna manera. Te contaré historietas. ¿Qué te parece? Por ejemplo, y como intermedio en la descripción de mi viaje por este mundo tan grande y terrible…  […] Casi he terminado el papel. Quería describirte con detalle mi vida aquí. […] Me levanto a las seis y media de la mañana, media hora antes de diana. Me hago un café muy caliente (aquí en Milán está permitido el combustible “Meta”, muy cómodo y útil); limpio la celda y me aseo. A las siete y media recibo medio litro de leche todavía caliente, que me bebo enseguida. A las ocho salgo al aire, o sea, al paseo, que dura dos horas. Me llevo un libro, paseo, leo, fumo algún cigarrillo. A mediodía recibo la comida de afuera, igual que la cena por la noche; no consigo comérmelo todo, pese a comer más que en Roma. A las siete de la tarde me meto en la cama y leo hasta las once, más o menos. Recibo durante el día cinco periódicos. […] Estoy abonado a la biblioteca, con suscripción doble, y tengo derecho a ocho libros semanales. […] Compro también alguna revista […] siempre tengo para leer”.  Esa nota termina con una súplica a Tatiana: “[…] Escríbeme, querida Tatiana, y mándame noticias de Giulia… y noticias tuyas, noticias tuyas. Te abrazo”.

Levanto mi cabeza de estas cartas que he llevado al parque, los músicos se han ido y solo pienso en Tatiana. En la distancia y el tiempo me asombra cuánta gente continúa la silenciosa tendencia intelectual de minimizar el papel de la mujer en el desarrollo de su propia obra y en la concreción de la misión de grandes personajes de la historia. Gramsci murió en 1937, mientras se desangraba España. Después, Tatiana regresó a Moscú, donde murió en 1943, habían pasado seis años de haber dejado Italia. Su aporte al pensamiento gramsciano no ha sido estudiado y es una deuda por cubrir.

Más de un siglo en Gramsci y sonrío al recordar que declaré mi amor a Tatiana, cuando era solo un estudiante de primer año de Derecho en la Universidad. Y como por magia me viene a la mente Olga, aquella novia también rusa, única luz en el grisor de esos años terribles en la España triste, que me salvó de convertirme a mí mismo en estatua gris. El saxo, la guitarra, las palomas y los niños han callado en esta noche catalana.

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Jaume Doménech Ambientalista

Cris González Directora

Publicado en la edición impresa de Correo del Alba, No. 83, marzo de 2019

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