Mis días de abril de 2002

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Por Nahir González

Han pasado 18 años, yo era una mujer en plenos abriles, que trabajaba en una panadería del Este de Caracas. Los días anteriores al 11 fueron de marchas y violencia que jóvenes y adultos proferían contra nosotros, «las negras y los negros», contra quienes, que por el color, “éramos chavistas, seguro”. Cada vez que tomaba el Metro, veía a aquellos muchachos de cabeza rapada, con unas gomeras (chinas) de las que se colocan en el brazo y le pones lo que sea y lanzan con la fuerza de un proyectil. A mí apenas me alcanzaba la plata para pasajes, comida, pagar mis cosas personales, mientras ellos invertían en la agresión de otras personas, a las que consideraban sus enemigos solo porque apoyaban a un presidente que había tratado de cambiar las cosas.

Yo, que había estado en todas las marchas convocadas por el Gobierno, me preguntaba: «¿Qué hago si se presenta algún enfrentamiento?» «No tengo armas ni nada con qué defenderme». En ese tiempo pesaba unos 55 kg, lo único que tenía era tamaño y ganas de ver más de lo que Chávez haría con el país.

10 de abril

Acudí a trabajar solo media jornada y, cuando iba saliendo de mi lugar de trabajo, estaban riéndose Julio Borges, Gerardo Blyde, dirigentes políticos de la más rancia oposición. Yo era una de las tantas trabajadoras que me oponía a las marchas convocada por la derecha en Chuao, por eso, cuando los vi, les dije con toda propiedad: “Ustedes son unos ladrones vendepatria”. Y me fui, no esperé su reacción. Era una de las miles que repudiaba el actuar antipatriota de la derecha oligarca, acostumbrada a saquear y privatizar el país. Era una de a pie.

11 de abril

Salí rumbo al trabajo con la preocupación de lo que pasaría con esta gente que venía instigando a sus adeptos para marchar a Miraflores; si verdaderamente lo lograrían. En efecto, a eso de las 10:00 hrs. me llamó una amiga y me dijo: «¿Dónde estás? Nos vinimos a Miraflores, la cosa está fea». Hasta ahí llegó mi empleo en la panadería; me paré en la puerta y dije: «Señores, buenas noches»; y partí corriendo al Metro. En el camino, una señora me lanzó el carro y me gritó: «Negra de mierda chavista». Con el reflejo, le salté al frente del carro y le dije lo suyo, para continuar rumbo el Metro. El transporte subterráneo venía llenísimo de gente de ambos lados, había un silencio que chirriaba en los oídos, porque toda persona que estaba ahí sabía que si hablaba empezaba la golpiza. Mucha rabia contenida, porque a los pobres nos estaban quitando lo logrado y ellos querían regresar a ser «los amos del Valle”; gente de todas las formas y colores íbamos a sellar un destino.

Primero pasé por la casa donde estaba viviendo y me puse una botas recicladas de tela morada –que me gustaban mucho–, una chaqueta oscura, unos pantalones cómodos, y agarré una pañoleta, una botellita con vinagre y otra con agua; me tercié un bolso y me fui caminando al Palacio de Miraflores, que quedaba cerca. Me reencontré con mucha gente, había alegría en el ambiente, no sabíamos que nos la quitarían horas después. La gente se empezó a pintar la cara con una pintura de labios que sacó una señora mayor que decía que el que no se pintará podía estar infiltrado ¡Y cuánta razón tenía ella!

Estuvimos toda la mañana esperando la marcha que, según anunciaba la radio y la tv, se dirigía por la Avenida Bolívar, aupados por los gerentes corruptos expulsados de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), Guaicapuro Lameda, Carlos Ortega, la gente de la Coordinadora Democrática. Ellos ya anunciaban que ese día tumbaban a Chávez.

Un video de unos militares y la matanza

Por los canales de televisión, involucrados en el golpe, empezaron a  pasar el video de unos militares alzándose contra Chávez; era terrible el panorama para nosotros. Como a eso de las 12:30 hrs. nos avisaron que la marcha se había desviado y que intentaba subir por El Silencio; nos cambiaron el plan. En Puente Llaguno empezó a caer gente desmayada, o eso pensamos. A dos espacios de donde estaba parada, cayó un hombre joven; nunca olvidaré su rostro, no estaban desmayados, sino heridos de bala. Salimos un grupo a la parte de arriba de Miraflores y empezó un enfrentamiento entre ellos y nosotros; tenía un tubo que alguien me había pasado y con eso enfrenté a dos hombres que me daban golpes en la espalda, yo les di un par de tubazos por las piernas y luego el tubo cayó al asfalto y sentí que me estaban dando con todo. Me defendí como pude, hasta que llegó un grupo de mujeres con unos alambres y me dijeron: «agáchate». Me lancé al piso y ellas amarraron a los hombres que me tenían reventada; llegaron nuestros refuerzos y, ante la fuerza que mostramos, ellos, que se veían perdidos, empezaron del otro lado a disparar. Esa zona está muy cerca del Palacio de Miraflores, por lo cual nos sacó la Guardia de Honor Presidencial, porque ya les tocaba a ellos defender; dispersaron  con gases a los opositores que estaban en plena violencia, disparando y golpeando a los revolucionarios.

Resistir, necesario es vencer

Frente al Palacio, los dirigentes chavistas improvisaron una tarima y salieron a pedirnos que resistiéramos. Nosotros, más firmes imposible; nuestra gente en ese momento no le tenía miedo a nada, ni a la muerte. Estábamos la mayoría sin armas, sin nada, solo con la valentía de un Presidente que se parecía a nosotros, que era uno de nosotros. Vimos que los militares llevaban a Miraflores a unos tres francotiradores que estaban en los edificios cercanos al Puente Llaguno, decían que los enjuiciarían después que pasara todo. Debajo del puente estaba la policía de Alfredo Peña, un periodista que llegó a ser Alcalde Mayor, gracias al portaviones de Chávez (como decíamos en ese tiempo), pero que después, con Luis Miquilena, traicionaron al Comandante y al pueblo que confió en ellos. Peña mandó a la Policía Metropolitana a reprimir a los simpatizantes del Gobierno, y ellos hirieron a muchos de los nuestros, fue una batalla campal.

Carta escrita por Hugo Chávez, donde declara no haber renunciado a la presidencia en abril de 2002.

Noche del 11 de abril

A eso de las  23:00 hrs. –aunque ya no recuerdo la hora con precisión, pero era tarde–, vimos salir a una amiga que trabajaba en Palacio Blanco, al frente de Miraflores, quienes nos dice, entre llanto y desesperación: “Váyanse, se llevaron a Chávez preso, están viniendo las tanquetas y van a arrasar con todo los militares traidores. Él no quiere más derramamiento de sangre, yo estoy saliendo ahorita y me voy a mi casa”. Se me cayó hasta la sombra, sentí el frío de la muerte y la angustia en la espalda, el mismo que sentí cuando unos años más tarde murieron mis progenitores y cuando Chávez murió, aquel fatídico 5 de marzo.

Nos fuimos por unas calles aledañas a la Avenida Urdaneta, porque ahí era donde todo seguía prendido, no podíamos llegar a nuestras casas y nos refugiamos en la de una pareja amiga en la Candelaria. Esa noche se oían balazos, gritos, nadie durmió. A las 02:00 hrs. sonó el teléfono de mi amiga y era la voz de mi mamá que había estado todo el día tratando de localizarme, que «porqué yo era tan loca que podía ir a meterme en ese lío». Le respondí: “Mamá. tú me criaste así, tú fuiste la responsable que yo pensara en otros, yo quiero que mis sobrinos tengan una vida mejor y si en eso tengo que morir, pues que así sea”. Estaba “rifándome un tiro en la cabeza”, como todos los que creíamos en Chávez, porque la derecha no nos iba a perdonar el atrevimiento de creer que podíamos desafiar a la oligarquía y a los gringos, que dejaríamos así de fácil de ser su patio trasero.

12 de abril, se consuma el golpe

Ese día lloramos, sufrimos, vimos cómo Pedro Carmona Estanga, un empresario, presidente de Fedecamaras, se autoproclamó en Miraflores. Los barrios de Caracas ardieron, toda Venezuela murmuraba la traición. Hubo muchos muertos chavistas, enfrentados desde sus casas, allanados, desaparecidos, en menos de 24 horas el país vivió un horror y violencia parecida al que nos mostró la derecha en el Caracazo.

La ciudad capital, en algunas partes estaba tomada por la Policía Metropolitana, una fuerza entrenada por los gringos, dirigida por el ahora prófugo de la justicia Iván Simonovis. Salí con un amigo, medio disfrazados –en plan noviecitos que íbamos a buscar qué comer–, y como quedaba cerca de todo, echamos un vistazo y estaba todo cerrado. Era un estado de sitio el vivido, un policía nos dijo que nos fuéramos a nuestras casas, que estaba prohibido andar en la calle, por lo tanto regresamos mordiéndonos los labios, llorando, impotentes. Hasta que salió, al final de la tarde, Isaías Rodríguez, entonces Fiscal General, y en unas declaraciones dijo que Chávez seguía siendo el Presidente de Venezuela. Esa noche planeamos qué haríamos, y todos, al unísono, acordamos que había que llamar gente, que salir, aunque nos mataran.

13 de abril, «queremos a Chávez»

Temprano me fui a un teléfono público que aceptaba monedas –en aquella época los que tenían celulares eran pocos–, habían tumbado la señal y casi ninguno funcionaba, hasta eso se habían pensado en su plan macabro. Desde una esquina llamé a no menos de 20 personas, recuerdo que les decía: «Oye, nos vamos a juntar en la pollera a celebrar el cumpleaños de Jorge, como a eso de las 10 vete pa’ allá». La pollera quedaba en la esquina del Palacio de Miraflores. Nos alistamos, no teníamos nada, ni un cortaúñas, como decía una compañera temblando: «¿Y si nos agarran? ¿Qué vamos a hacer?» Yo solo pensaba que era importante que Chávez supiera que su gente estaba ahí, que aunque todos se fueran, nosotros y nosotras seguíamos de pie, creyéndole. Nos fuimos y, cuando íbamos cerca de Miraflores, empezamos a ver caras conocidas. No éramos los únicos que nos habíamos autoconvocado a salvar la Revolución, empezó a llegar gente de los barrios. Por algunos que tenían teléfono nos enteramos que se habían ido al Fuerte Tiuna a exigir a los militares que respetaran la Constitución; otros, con un grupo de motorizados, llegaron a la sede de Venezolana de Televisión (VTV), a la que le habían quitado la señal, ahí fueron saliendo cuentos y más cuentos. Nosotros, frente al Palacio, gritamos todo el día: «¡Queremos a Chávez! ¡Queremos a Chávez!» Y movimos las puertas que nos separaban de entrar a tomarlo.

Ondea el tricolor en Miraflores

En la tardecita se asomaron los soldados leales del Regimiento de la Guardia de Honor y ondearon la bandera venezolana. Ahí supimos que esto se podía revertir, ya habían dado declaraciones a medios internacionales algunos dirigentes, denunciando que habían secuestrado al Presidente, que Chávez no había renunciado. Empezó a rodar una carta de Chávez que decía que “no había renunciado al poder legítimo que el pueblo le dio”. La leyeron por un megáfono y la euforia aumentó, el grito «¡Queremos a Chávez!» salía de las entrañas, hacía mover los muros.

La derecha, que estaba en un acto en el Salón Ayacucho, derogando poderes, destituyendo gente, cambiando el nombre a República de Venezuela, quitando el Bolivariana, empezó a salir corriendo; se fueron unos cuantos, y los militares leales apresaron a otros tantos. Los fiscales y defensores del pueblo les garantizaron sus derechos constitucionales.

Todo 11 tiene su 13

A las 23:00 hrs. estaba tirada en el suelo frente a Miraflores, esperando al Comandante, con un dolor en la espalda, que en ese momento no recordaba que se debía a la golpiza que me dieron el 11 de abril; con la ansiedad que tenía, no se me calmaba. Chávez no llegaba, en la madrugada seguíamos ahí y ya estábamos decaídos, porque no sabíamos si era cierto que el batallón de paracaidistas había logrado el tan anhelado rescate. De repente, se oyó un ruido de un helicóptero que, en medio de la oscuridad, encendió unas luces. Luego llegó otro y después otro, que no paró de hacer señales de luces y de pasearse por nuestras cabezas. Hasta que aterrizó y sonó desde adentro un redoblante. No puedo explicar, pero ese día volví a nacer y cada 13 de abril, próximo a la madrugada del 14, donde esté, en mi mente siempre suena ese coro con el que todos logramos que ese hombre regresara y trajera de nuevo la esperanza. Por el que me abracé a gente extraña, pero hermana, y quienes lo gritaron con amor y revolución, que son la misma cosa para mí: «¡Volvió, volvió, volvió, volvió, Chávez volvió!»

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Nahir González Analista política

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