Sigamos en casa

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Por Silvio Rodríguez

Cierto, como dijo L. E. Aute, que “el pensamiento no puede tomar asiento”. Por eso siempre doy bienvenida a la inconformidad, que es una puerta hacia el aprendizaje. Aunque me reservo, como derecho humano particular, el principio de ser crítico incluso con ideas aceptadas comúnmente como “buenas”. Por eso disculpen si no me fío de voces que aparentan rebeldía, porque me parece que también expresan la enajenación que provoca lo inédito de esta situación que, para salvarnos, nos limita.

El coronavirus empezó como un pegador insólitamente fuerte. Por eso ante su violencia el instinto fue cubrirse, sin chistar. Ahora, tras varias semanas de confinamiento, empiezan a aparecer voces que cuestionan la precaución, incluso vinculando la cautela con retrocesos en conquistas sociales como la libertad. Como si el principal inconveniente de la pandemia fueran las medidas de los gobiernos para mantener a la gente en sus casas. Como si un virus tiránico se hubiera adueñado de las voluntades dirigentes de todo el mundo. A esta tendencia del pensamiento actual no sé si llamarle épica, temeraria o delirante.

Señalan mucho de donde vino el virus, y con él las medidas de enclaustro para combatirlo, medidas que vulneran una suerte de “sentido de libertad occidental”. Y el virus, aunque aún no está claro su verdadero origen, casualmente vino del país al que los más ricos del mundo declararon una guerra comercial no hace mucho.

«No puedo evitar conectar las aparentemente elevadas ideas sobre las libertades que ahora surgen con el deseo de los ricos»

Los ricos son los que menos soportan el confinamiento, porque son los que más tienen que perder. Los pobres ahora mismo están dando guerra para no carecer de lo poco que tenían.

Por eso no puedo evitar conectar las aparentemente elevadas ideas sobre las libertades que ahora surgen con el deseo de los ricos. Y como los ricos saben bien el beneficio que les espera si se cuidan, dudo mucho que ahora mismo se atrevan a ejercer esa libertad que lloran.
Dios (la sensatez, el espíritu de supervivencia o lo que sea) nos libre de ideas que inciten a la especie –no la plaga– a un suicidio masivo.

Los que no seamos imprescindibles afuera, sigamos en casa. 

Y que vivan los médicos, el personal de la salud, y todos los que trabajan ahora mismo para sostener la vida.

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Silvio Rodríguez Trovador

Cortesía de https://segundacita.blogspot.com/

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