Por Fernando E. Rivero O.
El imperialismo estadounidense, en su afán por mantener su supremacía global, desarrolla una agresiva política exterior hacia América Latina y el Caribe, que se traduce, entre otros aspectos, en la amenaza a la soberanía nacional de los países, la imposición del neoliberalismo y su intento por convertir nuevamente a Nuestra América en un conjunto de neocolonias a su servicio.
En este contexto, la realización del Foro de São Paulo (FSP) en la ciudad de Caracas representó la resistencia de los pueblos del continente; significó apuntalar la unidad antiimperialista de los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda; anunció una decidida apuesta democrática por la segunda independencia, y principalmente, el parto de un diseño estratégico que direcciona el esfuerzo colectivo en función de cambiar la realidad política de la región.
Indudablemente, el FSP es heterogéneo en términos de ideas, pero precisamente allí radica su fuerza creadora, su vitalidad democrática. La pluralidad de concepciones del FSP tiene como punto concéntrico el cuestionamiento al “orden” existente y su diversidad de pensamiento se estructura en un propósito común orientado a las transformaciones necesarias para superar los efectos del neoliberalismo en esta parte del mundo.
Más allá de la justa y necesaria solidaridad con Venezuela, Cuba o Nicaragua, o el apoyo a las candidaturas progresistas en Argentina, Uruguay o Bolivia en los comicios de 2019, el FSP se ha trazado hermanar voluntades para conquistar nuevas victorias políticas que permitan derrotar al neoliberalismo, y en consecuencia, crear condiciones sociopolíticas que mañana cristalicen en las transformaciones que demandan las mayorías.
Esto hace referencia no solo a iniciativas político-electorales, se trata de una laboriosa construcción política emancipadora en todos los ámbitos, una obra de alfarería bolivariana que fusione a los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda en una agenda compartida que, en nuestro criterio, debe tener perspectiva antisistémica.
En efecto, sin perder la visión de conjunto del mundo de hoy, la clase trabajadora, mujeres, juventud, los intelectuales, artistas, afrodescendientes y pueblos originarios debatieron en profundidad la crisis generada por el modelo en boga, acercaron posiciones en relación a sus respectivas reivindicaciones y consensuaron planes liberadores que dan cuenta de un nuevo enfoque de la integración de los pueblos frente a la Doctrina Monroe y sus nefastas consecuencias.
El futuro inmediato estará marcado por la colisión entre los planes de la Casa Blanca y los planes acordados por las fuerzas del FSP. Se avecina el nacimiento de una nueva época o el afianzamiento de la oleada neoliberal. En el primer escenario, a partir del balance autocrítico del ciclo progresista, podría conllevar a un nuevo modelo de convivencia tal como lo sueñan numerosos delegados y delegadas del XXV Encuentro del FSP. En el segundo escenario, el futuro de la región terminará por definirse en una nueva “Batalla de Ayacucho”, que tendrá su epicentro en Venezuela.
El Pentágono no descarta ningún escenario. La implementación de planes militares de EE.UU. en la región revelan una renovada agresividad, la presencia de la OTAN en Colombia expresa los propósitos estratégicos del imperialismo estadounidense, la judicialización de líderes progresistas denota los límites de las democracias tuteladas por la Casa Blanca y el incumplimiento de los «Acuerdos de La Habana» impone el debate sobre el papel que en el diseño imperial juega el Estado colombiano. Estos temas conllevan a repensar las formas de lucha ante los nuevos desafíos y sugiere un sosegado. La magnitud de los retos señalados amerita, como diría Gramsci, “saber combinar el optimismo de la voluntad con el pesimismo de la razón”.
Por consiguiente, el momento demanda la más amplia unidad de las organizaciones del continente, construir desde abajo, comprender la vital importancia del poder popular, hacer de la ética una constante en el quehacer político, adoptar el instrumento político para el cambio adaptado a la realidad concreta de cada país y la unidad de acción de las organizaciones de izquierda, lineamientos que son parte esencial del “Consenso de Nuestra América” reivindicado en la “Declaración Final del XXV Encuentro del FSP».
Sin temor a equivocarnos, en Caracas el FSP ha proyectado un nuevo momento político, su “Declaración Final” recoge una pluralidad de anhelos al tiempo que esboza la perspectiva estratégica que aglutina a los que sueñan con nuevas relaciones humanas en la Patria Grande. Allí radica su potencial transformador, la apuesta colectiva por un mañana postcapitalista, la esperanza de millones.
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Fernando E. Rivero O. Constituyente venezolano