Por Cris González
Juan Ramón Quintana es una de las figuras claves del Proceso de Cambio en Bolivia. Desde su posición de intelectual, diplomático o ministro de la Presidencia, no trepida en dar un paso al frente cada vez que la oposición se propone atacar al Gobierno de Evo Morales. De palabra profunda, amena y a veces irónica, en su despacho en la Casa Grande del Pueblo se sentó con Correo del Alba para conversar del acontecer regional y mundial, además de saludar a las y los participantes del Foro de São Paulo.
Ministro, queremos comenzar por acudir a su lectura respecto a la coyuntura y la correlación política de fuerzas en América Latina y el Caribe.
América Latina se ha convertido en una región de altísimo valor geopolítico en la correlación de fuerzas globales. Hasta hace poco tiempo, su papel era más bien de sumisión, de una dependencia exacerbada a las decisiones de Washington, el de una región cercada ideológica, política y militarmente por el conjunto de fuerzas imperiales –me refiero a EE.UU. y sus aliados– y, consecuentemente, con un cercenamiento de su soberanía y de sus capacidades de integración, lo cual hizo que capitulara en su papel en la geopolítica global.
La dependencia de América Latina le costó prácticamente tener voz y hasta un lugar en el mundo y, obviamente, ser un actor protagónico a partir de las grandes cualidades que tiene la región como una zona de paz, con bajísimos niveles de conflicto y una gran potencialidad para aportar a la estabilidad global.
Entonces, cuando empezamos a recuperar nuestra soberanía y a romper los lazos de dependencia, es justo cuando América Latina emerge con voz propia, ocupando un sitial particular en la disputa geopolítica. América Latina empieza a mirarse a sí misma y a redimir el legado de su primera independencia.
Cuando nuestro subcontinente tuvo un Hugo Chávez gobernando a su pueblo –recuperando su soberanía y levantando la voz frente al mundo–, o a un Correa, Lula, Evo, Lugo, Kirchner, por nombrar a algunos, se recobra la dignidad arrebatada por el imperio, momento preciso en que pasamos a convertirnos en una amenaza. Es decir, de ser una región absolutamente resignada a la pérdida radical de su soberanía a constituirnos en una amenaza.
¿Cuáles son las consecuencias de convertirnos en esa supuesta amenaza?
Al constituirse América Latina en una amenaza para los intereses imperiales, los gobiernos que aparentemente encarnarían tal amenaza se convirtieron a su vez en objetivos militares; ni siquiera en objetivos políticos. Consecuentemente, el imperio emprendió una ofensiva descomunal contra los gobiernos progresistas y los gobiernos emancipadores, tratando de acabar con el liderazgo que cada presidente tiene en su país y limitar la irradiación de estos en la región, a tiempo de amputar las posibilidades de una integración.
De tal modo que convertida América Latina en una amenaza y la integración en un objetivo militar, en la última década hemos sido blanco de un ataque brutal por parte de los EE.UU., con el objetivo de reponer ese control perdido, de restituir la dependencia arrebatada por los pueblos y así reconquistar su prestigio y poder en el continente, cuestión que pasa inevitablemente por el control de los recursos naturales, como son el petróleo en Venezuela y Ecuador, el gas en Bolivia, el agua dulce en la cuenca del río de la Plata, el control de los mercados –como ha ocurrido en Argentina y Brasil– y la imposición tecnológica. En efecto, somos víctimas de uno de los ataques más virulentos de los EE.UU. contra la integración latinoamericana y caribeña, contra los países y grandes dirigentes, contra nuestros propios pueblos; con las armas más innobles que uno pudo imaginar a principio del siglo XXI.
«El Foro de São Paulo se ofrece como una herramienta para entender, discutir y deliberar acerca del acontecer regional y mundial»
¿Cuáles serían esas armas innobles? ¿Ha habido una metamorfosis en las estrategias intervencionistas?
Hemos pasado de ser víctimas de las intervenciones militares directas y estar ocupados militarmente, como ocurrió en el siglo XX, a ser naciones igualmente ocupadas a través del despliegue de los sistemas modernos de información, que tienen como núcleo de operatividad la estrategia de la gran mentira, la manipulación de la información y la enajenación en la psicología de la gente.
Estamos afrontando una panoplia, un conjunto de nuevas armas destinadas a arrebatarle a la región el destino que ser merece, el espacio que debe ocupar en la geopolítica global, el control soberano sobre sus recursos naturales y la administración de su futuro. Algo que EE.UU. ha perdido en los últimos años por el declive mismo del imperio y los errores políticos respecto a la región, a lo que habría que sumar sus apetitos ilimitados de recursos naturales y su incapacidad de entender que ya no somos la colonia del siglo XIX ni un apéndice dependiente. En el siglo XX América Latina decidió que para el siglo XXI debe mirarse a sí misma.
Padecemos una guerra de desigual magnitud e intensidad, de espectro completo –como dice Ana Esther Ceceña–, donde no existe un lugar ni espacio en el que el imperio no esté interviniendo o no tenga injerencia y capacidad de control. Consecuentemente, el esfuerzo que debe hacer cada gobierno progresista se multiplica por mil, por las asimetrías tecnológicas, las limitaciones para enfrentar la guerra aérea, las campañas grotescas de comunicación basadas en la mentira, las operaciones encubiertas y las de tipo psicológicas. Estamos en un momento realmente crítico porque no somos una región que haya pensado enfrentar la política como guerra.
A diferencia del imperio, que piensa convertir la política en guerra, la política como un fin en sí mismo y la guerra como un fin en sí mismo, América Latina se da mucho más tiempo, los pueblos nos damos más tiempo para pensar en buscar vías de desarrollo, en integrarnos para pensar en la paz, la justicia y la igualdad.
Desde la llegada del comandante Hugo Chávez al poder, en la región ha habido dos bloques en permanente confrontación: uno progresista y de izquierdas versus otro de la derecha. ¿Cuál cree que será el desenlace del actual impasse donde vemos una fortaleza de los conservadores y a un Jair Bolsonaro que llama a restarse de cualquier proyecto de Patria Grande?
Históricamente ha existido esa dialéctica sobre el poder en América Latina. Desde las rebeliones indígenas enfrentando a las metrópolis coloniales y las nuevas repúblicas, época donde los pueblos indígenas tratan de adquirir ciudadanía y ejercer sus derechos frente a los nuevos poderes que demostraron ser la continuidad mental, política y cultural de las viejas metrópolis.
Así, durante el siglo XX asistimos a un duelo intenso en la región, entre proyectos nacionalistas, progresistas, socialistas, como son los casos de Guatemala, México y Cuba, además de la Revolución boliviana del 52, contra lo que ha significado la continuidad de regímenes que han mirado más hacia Europa o Estados Unidos, de fuerzas políticas conservadoras y oligárquicas que se miran casi como herederas perpetuas del poder colonial.
Esa ha sido una lucha constante, la que probablemente tuvo un punto de quiebre a fines de la década del 90, con la emergencia de Chávez en Venezuela y de los otros presidentes progresistas que han debido hacer frente a la resistencia de la derecha impulsora de nuevas fórmulas golpistas. Es así como en esta coyuntura, de aparente desplazamiento de los proyectos progresistas e instalación de otros conservadores, Bolivia pronto se constituirá en el escenario en que se dirime lo futuro.
Usted se refiere a las presidenciales de octubre. ¿Cuál es el justo peso que debemos darle a esos comicios?
En una hipótesis de perspectiva, las elecciones de octubre en Bolivia podrían constituir un punto de quiebre de aquella presencia electoral dominante de la derecha en la región, sobre todo porque el 27 de octubre hay también elecciones presidenciales en Argentina y Uruguay. De ahí que podamos resultar ser el factor de desenlace y contención de ese desplazamiento de las fuerzas de derecha.
«No nos interesa que el imperio tenga su propio proyecto de poder perpetuo; lo que nos interesa es que los pueblos tengamos un proyecto de emancipación»
¿Por qué estima eso?
En primer lugar, por la reafirmación de la revolución democrática y cultural en Bolivia. Porque creemos en una victoria contundente el 20 de octubre, que confirmará nuestro Proceso de Cambio y le dará continuidad hasta 2025, año en que celebraremos el bicentenario del país.
Y, en segundo lugar, porque creemos que el desenlace de las elecciones bolivianas tendrá un efecto positivo y favorable para las fuerzas progresistas en Argentina y el Uruguay, lo que consentiría un realineamiento de los astros políticos en la región. Es lo que esperamos, y no necesariamente por el mérito boliviano, sino por la emergencia, vitalidad y la consciencia política que adquieren los pueblos en el continente.
¿Cómo se manifiesta esa vitalidad que menciona?
Diría que hay una reflexión autocrítica de los movimientos sociales que, luego de poquísimos años de la presencia de gobiernos de derecha –como son los casos de Argentina y Brasil–, han adquirido en muy poco tiempo una consciencia política que sanciona los errores cometidos hace pocos años.
El crecimiento en las tendencias electorales de los dos Fernández en la Argentina y la continuidad del proyecto progresista en Uruguay abrirán paso a un realineamiento de fuerzas prointegración regional, prosoberanía regional, projusticia social en América Latina. Por eso creo que con este triángulo al sur –y con esto no estoy prescindiendo de Venezuela– lograremos restablecer los espacios perdidos en los últimos años. Y digo esto porque tenemos la absoluta confianza en la continuidad de la Revolución bolivariana en Venezuela y la Revolución nicaragüense del Frente Sandinista, sin destacar la fortaleza inexpugnable de la Revolución cubana.
Respecto al Foro, ¿cuál es el valor que le da Bolivia y, en este caso, Ud. a la instancia?
Concibo al Foro como un instrumento metodológico de lectura de la realidad que estamos viviendo. Es la suma virtuosa de las distintas fuerzas progresistas y de izquierdas –que tienen variadas interpretaciones– de América Latina y el mundo. Desde esa perspectiva, el Foro de São Paulo se ofrece como una herramienta para entender, discutir y deliberar acerca del acontecer regional y mundial.
También es una trinchera política, desde la cual los movimientos sociales se inspiran para persistir en la lucha futura. Porque tenemos tremendos desafíos futuros, cada vez más complejos, agresivos y expoliadores, más enajenantes.
¿Cuál sería su mensaje a las y los participantes del Foro?
El mensaje estaría orientado a abogar por el fortalecimiento, profundización y potenciamiento plural del Foro; que se preserve el legado de la presencia de los grandes líderes continentales y mundiales como Lula, Chávez, Fidel, Correa, quienes participaron para darle renombre y trascendencia al espacio.
Enfrentamos un proyecto neoconservador y recolonizador impulsado desde Washington –con sus aliados en Europa y otras regiones del mundo, incluido América Latina– y tenemos que estar preparados para enfrentarlo en todos los campos de batallas, uniéndonos en este gran proyecto de integración que ha sido prácticamente sostenido en las ideas de Fidel, Chávez, Evo, Correa, Kirchner, Lula y tantos otros. El Foro de São Paulo nos da dos grandes legados: primero, el de la integración latinoamericana, bolivariana, martiana e indígena Túpac-katarista; y segundo, el de nuestros grandes líderes, que han plantado cara contra el imperio y nos han permitido conocer que ningún imperio es eterno ni indestructible, que todos perecen. Y claro, no nos interesa que el imperio tenga su propio proyecto de poder perpetuo; lo que nos interesa es que los pueblos tengamos un proyecto de emancipación.
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Cris González Periodista