Por Gonzalo Gonsalvez
La relación del ingreso de los sectores laborales es uno de los principales elementos para la economía de una nación, por lo que las políticas salariales se convierten en un eje central en el debate económico.
En Bolivia, el salario mínimo nacional ha tenido un ascenso importante durante la gestión de Evo Morales, debido a que la política salarial es concebida como una base del bienestar colectivo, especialmente de la clase obrera asalariada.
Para el 2018, el incremento salarial alcanzó los 2.060 Bs., lo que significa un incremento del 2.575% desde el año 1990 a 2018. Desde el punto de vista de los trabajadores, la política salarial ha sido muy beneficiosa, sin embargo, los voceros del sector privado han criticado permanentemente esta política, argumentando que la empresa privada ha sido afectada negativamente en su competitividad, hecho que fue desestimado por la autoridad del Servicio Nacional de Impuestos, que evidenció la continuidad en el auge de las ganancias del sector privado.
Lo que está en juego en el conflicto sobre los salarios es claramente el excedente obtenido en la producción por la empresa, y en el presente artículo explicaremos por qué el sector privado siempre se opone al salario, analizaremos de dónde surge ese excedente y qué es en realidad lo que se está disputando desde un punto de vista de la economía del valor y cómo repercute en la economía nacional.
En la “ciencia económica” o lo que se conoce generalmente como economía neoclásica, cada quién en la sociedad recibe lo que se merece, que en palabras elegantes le llaman “retribución de los factores”. Supuestamente el empresario recibe sus beneficios, el dueño de la tierra recibe su renta y el trabajador recibe un salario por su esfuerzo.
La presumible libertad que tienen todos los individuos de participar en el mercado, ya sea vendiendo o comprando, en realidad está condicionada por el valor que posee. A las personas que no tienen nada no les queda más que vender su fuerza de trabajo, por lo que la libertad en el capitalismo no es más que la máscara con la que se disfraza la desigualdad y la explotación. Esto también lo sabían reconocidos economistas, pero solo lo admitían de una manera ambigua. Por ejemplo, Keynes decía en su libro Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, “que la economía no se preocupa por satisfacer las necesidades en términos generales, sino por la ‘demanda efectiva’, lo que significa que la demanda no son las necesidades de todos, sino solamente de aquellos que podían pagar por lo que necesitan, en esta perspectiva, las necesidades de los que no pueden pagar, no interesan” y por eso tantas personas mueren de hambre sin poder satisfacer una necesidad tan básica. Con mayor cinismo, Milton Friedman, el profesor de los Chicago Boys, sostenía en su libro Libre para elegir que “en el mercado, un voto era un dólar”, es decir, la “libertad de elegir” en el mercado es, contradictoriamente, el monopolio de quienes poseen muchos más votos; imagínense las grandes corporaciones.
Probablemente amparados en estas bases teóricas o repitiendo lugares comunes elementales, los economistas bolivianos insisten en que el incremento salarial genera pérdidas para las empresas. Pero no es por antonomasia que dicho incremento es negativo, empíricamente podemos constatar que también se expresa en la mejora de las condiciones de vida y/o en una mayor formación de los trabajadores, cuestión que seguramente acrecienta el rendimiento del trabajador y, por lo tanto, su productividad.
Pero, ¿por qué la testarudez con la que desean evitar cada año los aumentos? Porque el salario está en relación inversa con la ganancia que recibe el empresario, no solamente desde el punto de vista contable sino, especialmente, porque la ganancia es una parte del valor producido por el trabajador que no se le retribuye, esta es la teoría de la plusvalía, tal como lo explicaba Karl Marx en El Capital, que por cierto no es invento del alemán, ya que Adam Smith la planteó de una manera más general en La riqueza de las naciones, como “una porción del salario no retribuido al trabajador”, al igual que otros economistas de la época.
En definitiva, el incremento que el trabajador recibe no sale de la reducción de la producción –ese nivel está asegurado en tanto costo de producción–, sino que representa una parte del plusvalor producido con su trabajo, tal como lo planteó Marx. Por tanto, podemos concluir que un incremento salarial:
1) No reduce la producción, porque es un costo cubierto y contabilizado; a lo que podría afectar es a la ganancia.
2) En algunos escenarios de crecimiento o aumento de la productividad, puede ir acompañado de una ampliación en las ganancias. En los últimos años, este ha sido el caso en Bolivia.
3) Corresponde a la distribución del excedente que reduce la concentración de la riqueza y genera mayor igualdad.
4) En la economía nacional boliviana, además se expresa en un ensanchamiento del mercado interno, que a la vez dinamiza sectores como el comercio, transporte y otros, mientras que, en un modelo de economía neoliberal, el mercado interno es desestimado.
Ahora el debate sobre el incremento salarial se realiza en el marco de un mayor conocimiento de la economía por parte de las clases subalternas que lo enfocan desde una perspectiva, efectivamente, científica y no prejuiciosa, pues se está jugando el bienestar de una parte considerable de la población y la situación de la economía nacional. Como horizonte, su demanda sectorial específica perfila el destino de la riqueza de la nación para que se oriente en una visión productiva y eficiente, contrariamente a la descalificación permanente que reciben de los economistas que cumplen de sacerdotes del capital.
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Gonzalo Gonsalvez Economista